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Riesgo y Ciudad - Capítulo III

Capítulo III



México: Una Ciudad al Borde del Desastre



... y pensé que éste debía ser el jardín del mundo.
Crónica de Hernán Cortés a su llegada a Tenochtitlan.

Ciudad de México de trama y operación complejas
y llena de contradicciones, permanentemente al borde
del desastre y con tal dinámica
que lo que quizá deba admirarnos
es que aún siga en pie.
El Colegio Nacional, 478 años después.

En este capítulo intentaremos - a manera de constatación empírica- el análisis de los principales factores de riesgo que se han expuesto con anterioridad, particularmente de aquellos relacionados con la degradación ambiental y la combinación compleja de amenazas de distinto tipo, y a partir del estudio de un caso concreto: la Ciudad de México.


Específicamente nos interesa demostrar los efectos que los estilos de crecimiento tienen sobre el medio ambiente y su contribución al incremento de los niveles de riesgo, mediante la antropogenización de las amenazas y la conformación de espacios vulnerables.

Dado que la mayoría de las amenazas "tradicionales" de la Ciudad de México ya han sido estudiadas, centramos nuestra atención en problemáticas poco difundidas y algunas de las cuales no han sido relacionadas directamente con el riesgo y, por tanto, con la probabilidad de ocurrencia de desastres futuros.


Tomamos a la Ciudad de México como ejemplo, ya que el espacio en el que se localiza -la Cuenca de México- se ha convertido en una de las regiones geográficas más controvertidas a nivel mundial y en un hábitat sumamente vulnerable por la dramática y empecinada destrucción de la ecología regional y de sus recursos naturales. En ella se sintetizan muchos de los elementos que hemos expuesto como componentes de la base material del riesgo, y particularmente del riesgo en el ámbito urbano. Estos son: relaciones de producción netamente capitalistas; superconcentración demográfica y económica; construcción de complejas obras de infraestructura para la dotación de servicios; formas de gestión inadecuadas; acelerados procesos de transformación física; etc.


En particular, nos centramos en el caso del manejo hidráulico, debido a que el factor agua ha sido a lo largo de la historia de la Ciudad el elemento determinante en la forma de socialización de la naturaleza en este contexto específico. El conflicto, se ha manifestado en una lucha permanente por ganarle terreno al agua y dominar su abundancia para construir una ciudad cada vez más grande, sin que hasta la fecha se haya podido declarar algún vencedor. El sistema hidráulico que opera en la actualidad, tiene su origen en las necesidades de reproducción del capital, constituye la columna vertebral de la Ciudad, es el que en mayor medida ha contribuido a la degradación ambiental de la región y ya desde hoy se vislumbra como el aspecto clave para lograr la supervivencia de la capital. Asimismo, el manejo hidráulico en la Ciudad de México es uno de los ejemplos más claros de cómo la actividad humana puede contribuir a la generación de amenazas y desastres de grandes proporciones, mediante la transformación masiva de los ecosistemas.



1. Una gran ciudad en el lugar equivocado.


Una parte importante para entender la complejidad actual de la Ciudad de México, así como muchos de los principales problemas que la aquejan, es el que se refiere a las condiciones físicas del espacio que ocupa.


La ZMCM está localizada al interior de la Cuenca de México1, la cual ocupa una superficie de 9,560 km2 y se encuentra completamente rodeada de sierras con altitudes que oscilan entre los 2,000 y los 5,700 msnm. Al norte se localizan las sierras de Tezontlalpan, Tepotzotlán y Pachuca, siendo éstas las menos elevadas con una altura máxima de 3,000 msnm. Al sur se encuentran las sierras del Ajusco y Chichinautzin con elevaciones entre los 3,800 y los 3,900 msnm. Al oriente la Cuenca se corona con la sierra nevada, en la que sobresalen los volcanes Popocatépetl e Iztaccíhuatl con alturas de 5,747 y 5,286 msnm respectivamente. Y al poniente se localizan las sierras de las Cruces, Monte Alto y Monte Bajo con elevaciones hasta de 3,600 msnm. Todas estas sierras son de origen volcánico (Valverde y Aguilar, 1995).


Al interior de la Cuenca el relieve es suave, dominando la llanura lacustre con una altitud promedio de 2,240 msnm, que sólo se ve interrumpida por algunas elevaciones de relativa altura, destacando las sierras de Guadalupe localizada al norte del Distrito Federal y la sierra de Santa Catarina en la porción sudoriental.


Al estar completamente rodeada de sierras, la Cuenca carece de salidas naturales. Los ríos y arroyos escurren desde las partes altas y desaguan en la llanura lacustre, lo que en la antigüedad daba lugar a la formación de lagos. Cuando los españoles llegaron a la ciudad, existían 5 principales lagos: San Cristóbal, Zumpango, Texcoco, Xaltocan y Chalco, así como una serie de lagos secundarios, que durante la época de lluvias se unían en una gran formación lacustre (Ver Figura III-1). La abundancia de agua permitió la proliferación de


Figura III-1

LAGOS DE LA CUENCA DE MEXICO


Fuente: Tomado de Jaime (1990).




una amplia variedad de flora y fauna en la región. Extensos bosques cubrían las laderas y a su vez mantenían fijo el suelo, produciendo escurrimientos con poco contenido de azolve que alimentaban los acuíferos y permitían un flujo constante en los manantiales. Los bosques, junto con el sistema lacustre, hacían que la Cuenca funcionara hidrográficamente como unidad, al mantener el equilibrio entre los procesos de precipitación, evaporación, escurrimiento e infiltración.


Las crónicas de Hernán Cortés, el Barón Alexander Von Humboldt y otros ilustres visitantes que llegaron a la Ciudad de México, consignan la belleza del paisaje y lo benigno del clima. Y efectivamente, en su estado natural, la Cuenca debió haber sido una especie de oasis oculto entre grandes montañas, parecido al paraíso. Sin embargo, para los habitantes de la Cuenca no todo era esplendor y belleza. La abundancia de agua que seguramente motivó a los primeros pobladores para establecer sus ciudades en esta región, con el tiempo pasó a convertirse en una especie de maldición para quienes posteriormente quisieron usufructuar la riqueza natural de la Cuenca y empezó a ser evidente que la ciudad estaba asentada en un lugar equivocado. Ya desde la época prehispánica, las inundaciones eran frecuentes. Sin embargo, conforme crecen los asentamientos éstas se vuelven cada vez más violentas como aquellas ocurridas en 1553, 1580, 1604, 1607 y particularmente la gran inundación de 1629 que duró 5 años con niveles de agua que en algunas zonas alcanzaron hasta 3 mts., mató a más de 30,000 personas en tan sólo un mes, produjo el derrumbe de muchos edificios y pérdidas económicas incalculables, y además mantuvo a la ciudad en un estado sanitario deplorable por largos años (Mansilla, 1990).


Las inundaciones son probablemente la primera gran amenaza que enfrentan los pobladores de la Cuenca de México y la misma que habrían de enfrentar las generaciones posteriores hasta nuestros días. Efectivamente, éstas han constituido históricamente el factor determinante en la ocurrencia de múltiples desastres. Posterior a las grandes inundaciones de los siglos XVI y XVII, hubieron otras de gran magnitud y estuvo siempre presente la posibilidad de una inundación total de la ciudad, debido a la carencia de un desagüe general. Los efectos causados por las inundaciones iban desde cuantiosas pérdidas económicas y paralización de la actividad productiva y el comercio, hasta la aparición de serias epidemias que incrementaban los índices de mortalidad entre la población.


Pero conforme fue creciendo la ciudad y los problemas causados por las inundaciones se agudizaron, el impacto no sólo fue económico o social, sino fundamentalmente político. La resolución del problema se hizo cada vez más urgente por el descontento de la población y por las presiones del capital que exigía condiciones adecuadas de operación. Esto, particularmente hacia finales del siglo XIX, cuando la ciudad de México -y el país en general- pretendía debutar en el círculo de la acumulación capitalista mundial. Se sabía que ninguna ciudad sobrevive sin agua, pero tampoco con exceso de ella. Por tanto, resolver el problema de las inundaciones se presentaba como condición indispensable para iniciar el proceso de modernización de la ciudad que más adelante sería el pilar de la economía mexicana.


La resolución de esta problemática ha requerido de numerosos intentos, cuantiosos recursos económicos y un gran esfuerzo y creatividad técnica para el diseño y la construcción de obras de infraestructura que pudieran regular el régimen hidrológico de la Cuenca de México. Sin embargo, el intento que representa la obra hidráulica para reducir un factor de riesgo, paradójicamente con el tiempo ha pasado a convertirse en un mecanismo altamente destructivo y en un riesgo aún mayor que pone en cuestionamiento la supervivencia misma de la ciudad.



2. El impacto de lo social sobre lo natural.


Para efectos de análisis, y considerando distintos matices, podemos dividir la historia de la Ciudad de México en tres grandes etapas que son las más representativas de su conformación actual: la primera que corresponde a los asentamientos prehispánicos; la segunda dominada por la época Colonial; y una tercera etapa que caracteriza a la época moderna y que va desde finales del siglo XIX hasta nuestros días. Cada una de estas etapas representa formas de socialización de la naturaleza y gestión ambiental diferentes en lo que se refiere no sólo al manejo hidráulico, sino al ecosistema en su conjunto; y, por tanto, conllevan distintos niveles de degradación y riesgo.


2.1. Primera etapa: la época prehispánica.


A través de numerosos estudios históricos, se ha documentado ampliamente que lo que motiva a las sociedades prehispánicas para el establecimiento de sus ciudades al interior de la Cuenca de México es su desplazamiento geográfico por conflictos y luchas inter-étnicas, quizá una concepción "mistico-religiosa", pero fundamentalmente la existencia de recursos naturales para su sostenimiento. Es probablemente también esta última característica lo que transforma a las sociedades prehispánicas tradicionalmente nómadas en sociedades sedentarias.


Al establecerse definitivamente, las culturas clásicas de la Cuenca debieron aprender a convivir con un medio ambiente sumamente rico pero inhóspito. Aprendieron también que el crecimiento de la población tenía una fuerte presión sobre los recursos naturales y el medio ambiente en general. Esto, sin embargo, no fue un obstáculo -sino al parecer un incentivo- para idear formas de explotación y manejo mucho más equilibradas que aunque no estuvieron exentas de contratiempos sí se caracterizaron por ser más racionales.


Carentes de alta tecnología, pero sobrados en ingenio y creatividad, los indios desarrollaron un sistema de cultivos sobre agua conocido como chinampas que les garantizaba una producción para satisfacer las necesidades de la población, y aún para la generación de un excedente que sirviera como reserva en los tiempos difíciles. En cierto sentido estas culturas eran autosuficientes. El acceso a la Cuenca era difícil y evidentemente no podían pensar en tener que depender de otras regiones para su sostenimiento. Es muy probable que este aspecto haya sido lo que desarrolló una conciencia de respeto y conservación del medio ambiente.


En cuanto al manejo hidráulico, sus formas de defensa contra las inundaciones eran muy rudimentarias. Consistían básicamente en la construcción de diques que no tenían como función deshacerse de las aguas excedentes a través de un desagüe directo, sino únicamente desviarlas para que quedaran depositadas fuera de la ciudad, y en donde por medio de la evaporación y las filtraciones disminuyeran o se agotaran. Aunque este mecanismo no logró acabar con las inundaciones, sí logró reducir su magnitud considerablemente.


Ambos aspectos muestran un claro intento, verdaderamente creativo, por convivir y adaptarse a las condiciones naturales del medio, aprovechando su riqueza productiva para la obtención de productos para su alimentación y construyendo obras de infraestructura que tenían como función hacer menos hostil su hábitat. La relación entre sociedad y naturaleza se basaba en un aprovechamiento racional de los recursos y en un manejo equilibrado del medio, sin llegar a constituir un factor de depredación. Evidentemente, el tamaño de la población existente permitía ese manejo equilibrado, y este sin duda es un punto clave que debió ser considerado posteriormente.


Esta fase culmina con la grandiosidad truncada por el fenómeno de la Conquista, y al parecer nunca sabremos cómo hubieran evolucionado estas culturas si los españoles jamás hubieran llegado. Tampoco sabremos si el crecimiento posterior y la explotación de los lagos y bosques, hubieran significado un cambio radical para la gran Tenochtitlan. Creemos, sin embargo, un tanto motivados por la visión no sólo histórica sino hasta romántica, que aquella sociedad hubiera defendido su riqueza ecológica conforme a ese equilibrio siempre reflejado a lo largo de todos los asentamientos prehispánicos no sólo de la Cuenca, sino de toda Mesoamérica.


2.2. Segunda etapa: la época colonial.


La época de la Colonia significa un cambio radical en las condiciones existentes durante el

periodo prehispánico y marca el inicio de un proceso irreversible de consolidación de la gran metrópoli.


En esta etapa se rompe con la racionalidad y equilibrio sostenido que existían en las formas de socialización de la naturaleza adoptadas por las culturas autóctonas. Se inicia -sin posibilidades de retorno- un proceso de depredación no sólo humana sino ambiental por la introducción de nuevas formas de dominio basadas en ideologías, técnicas y tecnologías ajenas y muchas veces inapropiadas para las condiciones locales. Se actúa sobre un medio ambiente desconocido y se busca ya no la convivencia armónica con la naturaleza para aprovechar sus atributos, sino su dominación y sometimiento.


A partir de esta etapa las amenazas antes naturales de la Cuenca (como las inundaciones) comienzan a transformarse en factores antrópicos, producto de un manejo irracional. Se deforestan bosques, se desecan los lagos por el crecimiento de la ciudad y se amplía el espectro del riesgo al construir sobre un espacio poco propicio para la urbanización. Así, los cambios ambientales se agudizan al punto de convertirse en verdaderos desastres, no sólo para la población, sino también para las intenciones de consolidación del régimen colonial. Surgen con mayor intensidad las inundaciones y las epidemias (de enfermedades conocidas y desconocidas) que incrementan considerablemente los índices de mortalidad entre la población y generan serios problemas que obstaculizan el funcionamiento de las ciudades coloniales, al punto de que en varias ocasiones se pensó en cambiar la sede de los poderes a medios ambientes menos hostiles. Sin embargo, la ideología del conquistador Hernán Cortés, habría de imponerse y con ello el esquema de depredación que prevalece durante los casi 300 años de dominio español.


Durante esta época, el agua se convierte en el enemigo a vencer. Ya no es considerada como parte del patrimonio natural de la región, sino como un obstáculo para el crecimiento de la gran ciudad y la imposición del régimen colonial. En consecuencia, las formas de manejo hidráulico se modifican sustancialmente y en esta etapa se construye el famoso Tajo de Nochistongo, que representa el primer intento por crear una salida artificial de la Cuenca que permitiera alejar las aguas excedentes.


2.3. Tercera etapa: la época moderna.


Durante la tercera etapa, es decir en la época moderna, la racionalidad en la explotación de los recursos naturales y el equilibrio ecológico se rompen definitivamente, al reproducirse, de manera aún más violenta, el esquema implantado por la Colonia. La contradicción sociedad-naturaleza se exacerba originando una situación muy cercana al caos.


En esta etapa, lo que caracteriza al crecimiento de la Ciudad de México es el desarrollo y concentración de la actividad económica y en consecuencia una centralización demográfica. La planeación en cuanto a la disponibilidad de recursos naturales para su sostenimiento y crecimiento fue completamente ignorada y en cambio la prioridad estuvo en generar las condiciones para la inserción del capitalismo en México que se da hacia finales del siglo XIX y principios del XX con el régimen de Porfirio Díaz. Y efectivamente, es durante este periodo donde la Ciudad de México pasa a convertirse en el polo de desarrollo económico, político y social del país. Se concentra aquí, además de la sede de los poderes políticos, la gran mayoría de la actividad económica, la en ciernes industria nacional y en consecuencia la población.


Al igual que el resto de los países subdesarrollados, México llega al capitalismo cuando éste se había ya consolidado en los principales países de Europa y en los Estados Unidos. Su inserción se hace posible gracias a la conjugación de transformaciones político-económicas internas y a la existencia de determinadas condiciones externas. En primer lugar, a nivel interno del país se logra la madurez de la ideología liberal personificada en la figura del General Porfirio Díaz, posibilitando un amplio periodo de pacificación del país que permite -después de 50 años de agitada vida política en la que hubo no menos de 75 cambios de gobierno- la creación de una estructura política firme con determinados intereses de clase y con una concepción netamente burguesa (Mansilla, 1990).

En segundo lugar, se posibilita un fuerte auge económico y un amplio desarrollo de las fuerzas productivas, impulsado por las condiciones externas de ese momento. Dichas condiciones aceleraron de manera absoluta la integración de la economía mexicana a la esfera del capitalismo monopolista internacional, que años antes le había impuesto la formación de la nueva división internacional del trabajo, en donde los países desarrollados habían iniciado el proceso de exportación de productos manufacturados a las economías atrasadas a cambio de materias primas. Sin embargo, el impulso básico que posibilita el auge económico en México logrado durante el porfiriato, se da a partir del inicio del proceso de exportación de capitales hacia los países atrasados, que se origina como consecuencia de las enormes proporciones alcanzadas por la acumulación de capital y la maduración excesiva del capitalismo desarrollado que libera excedentes de capital y hace necesaria la búsqueda no sólo de nuevos mercados, sino también de nuevos territorios para colocar sus inversiones. El capital extranjero encuentra en las economías atrasadas el campo propicio para la obtención de elevados beneficios, donde los capitales nacionales eran sumamente escasos para impulsar la economía, el precio de la tierra era poco considerable, los salarios bajos y las materias primas baratas.


La inserción de México al círculo de la acumulación mundial habría de ser -como en todos los casos- irracional, arbitraria, pragmática y brutal, y en su mayoría producto de ambiciones e iniciativas individuales que sacrificaron un proyecto de nación a cambio de beneficios personales. En México, como en todos los países receptores, las consecuencias de la exportación de capital fueron altamente desfavorables, produciendo entre otras deventajas: a. la generación de un proceso heterogéneo de crecimiento por la orientación estratégica de las inversiones; b. la imposición violenta y desarrollo de relaciones de producción propiamente capitalistas; c. el sometimiento general del país a las necesidades propias del capitalismo desarrollado; y, d. una explotación irracional de los recursos naturales.


Las inversiones que se recibieron estuvieron obviamente orientadas hacia los sectores más productivos como lo eran la explotación minera y las actividades petroleras. Sin embargo, una buena parte de esas inversiones tuvieron que ser destinadas a la construcción de enormes y costosas obras públicas que formaron parte de la gran infraestructura -hasta entonces inexistente- que era necesaria para facilitar y hacer más eficientes las actividades productivas y garantizar las condiciones para el establecimiento de la industria.


Lo característico de las inversiones en infraestructura en nuestro país es que la mayoría de ellas, por razones obvias, se destinaron a las regiones que se habían conformado como los principales centros productivos y comerciales. Así, los capitales externos llegaron a los centros mineros y petrolíferos, a las zonas portuarias, incluyendo el tendido de una extensa red ferroviaria que comunicaba estas regiones, y, también una gran parte, a la Ciudad de México que para aquel entonces se había constituido ya como el principal núcleo financiero y el centro comercial más importante del país.

Efectivamente, las regiones más beneficiadas de la inversión extranjera y de la propia inversión pública fueron los centros económicos que habían alcanzado alguna importancia a nivel nacional por el desarrollo incipiente de la industria, o que contaban con un gran potencial de explotación de recursos naturales. También fueron las ciudades más importantes las que recibieron estos beneficios, a través de la construcción de obras públicas que pudiera permitir su crecimiento y conformación como núcleos integradores de una gran mercado nacional. Este fue el inicio de un modelo de crecimiento excluyente y altamente centralizador, que en términos formales inaugura la polarización del país que prevalece hasta nuestros días.


En lo que se refiere a inversión en obra pública, la región más beneficiada habría de ser la Ciudad de México. Sin contar la construcción del sistema ferroviario, fue en la ciudad de México donde se realizaron las obras públicas más importantes del país. Se construyeron hermosas avenidas, parques y jardines, enormes palacios, un moderno sistema de alumbrado público, modernos fraccionamientos y obras hidráulicas sin precedente en la historia del país.

Es justamente durante el periodo porfiriano que se logra construir un Sistema Hidráulico que, por sus características, estaba a la altura de los sistemas más modernos del mundo. Este sistema estuvo conformado por tres grandes componentes: el Desagüe General del Valle de México; el Sistema de Saneamiento Interno; y el Sistema de Abastecimiento de Agua Potable.


Con el primero se lograba por fin, después de muchos intentos, llevar a término una obra que tenía como objetivo acabar con el problema de las inundaciones en la ciudad. El Desagüe General del Valle de México estaba formado por un canal a cielo abierto que, partiendo de la Ciudad de México, recorre 47.5 km. transportando las aguas fuera del Valle mediante un túnel de 10 km. de longitud que atraviesa las montañas de Tequixquiac. La construción de esta obra fue sumamente compleja y costosa, debido a los problemas técnicos que significaron el exceso de agua y las condiciones del subsuelo de la Cuenca. Su magnitud es tal, que ha sido considerada por algunos investigadores como la obra paradigmática del porfirismo.2


El segundo componente, el Sistema de Saneamiento Interno, tenía como función colectar las aguas de la ciudad y vertirlas al Gran Canal del Desagüe, por lo que su construcción no implicó mayores problemas.


Finalmente, el tercer componente del Sistema Hidráulico, se construyó con la finalidad de aumentar el caudal de agua potable disponible en la ciudad y estaba diseñado para captar 2 m3/seg. de los manatiales de Xochimilco. Su principal complejidad estaba en la necesidad de elevar las aguas a una altura de 50 mts. para poderla conducir hasta la parte central de la Ciudad de México y aunque esta es una obra que se inicia durante el porfiriato, no le correspondería a Díaz la gloria de su culminación, sino a Madero, ya que las obras fueron oficialmente inauguradas en octubre de 1913; es decir, en pleno proceso revolucionario.


De los tres componentes del Sistema Hidráulico, el sistema de Desagüe General y el de Aprovisionamiento de Agua Potable son los más controvertidos, dado que fueron los que mayor impacto ambiental causaron a lo largo de los años. Con el primero se inicia sistemáticamente el lento pero incesante proceso de desecación de la Cuenca de México y el rompimiento del equilibrio hidrológico, mientras que con el segundo se inaugura el esquema de importación de agua de zonas cada vez más alejadas a la ciudad, trayendo serias consecuencias ambientales en las zonas de extracción. Sin embargo, la importancia del Sistema se refleja en el hecho de que aún hoy en día sigue siendo la base del sistema hidráulico que opera en la ciudad.


El desarrollo centralizador que se dio en la Ciudad de México y el auge económico que permitió la construcción de magnas obras públicas como el Sistema Hidráulico, no sólo trajeron consecuencias nefastas para las otras regiones del país, sino que también habrían de producir severos efectos en la propia ciudad que décadas más tarde comenzarían a poner en cuestionamiento la supervivencia del principal bastión del desarrollo capitalista mexicano. Con el tiempo el esquema capitalista dependiente mostró que tenía la capacidad de impulsar en un tiempo relativamente corto un gran desarrollo material y económico. Sin embargo su impulso duraría poco tiempo y rápidamente se pondrían en evidencia las contradicciones del modelo.


El desarrollo capitalista, inaugurado durante el porfiriato, apenas se ve interrumpido por el movimiento revolucionario de 1910 y durante las tres primeras décadas del siglo XX el capitalismo logra establecerse como modo de producción dominante. No obstante, el cambio más radical para la ciudad se da a partir de los años cuarenta con la implantación del modelo de sustitución de importaciones. La concentración industrial, refrendó el papel hegemónico de la Ciudad de México en la economía nacional. Para los años cincuenta, ésta contribuía con el 45.2% del Producto Interno Bruto del país, y aunque su importancia relativa fue disminuyendo en las décadas posteriores, se logró mantener como el pilar de la economía mexicana (Ver Cuadro III-1).

Cuadro III-1

PARTICIPACION DE LA ZMCM

EN LA GENERACION DEL PIB




AÑO


%

1950


45.2

1960


42.5

1970


38.9

1980


35.2

1993

1996


24.1

23.0

Fuente: Puente, S. (1987) y D.F. (1996).



Este desarrollo industrial centralizado y la bonanza económica, permitieron al Estado una segunda etapa de realización de importantes inversiones en equipamiento urbano e infraestructura en la Ciudad de México, que operaron como polo de atracción y produjeron un rápido desplazamiento de población hacia la ciudad. Es justamente con este modelo donde se inaugura el falso espejismo de la ciudad como oportunidad para lograr mejores condiciones de vida de las capas pobres lanzadas del campo y se inicia la incesante migración hacia la Ciudad de México que habría de agudizarse durante las décadas posteriores.


Cuadro III-2

POBLACION EN LA ZMCM

(1600-1990)









POBLACION


AÑO



(Miles)







1600



58


1700



105


1800



137


1900



541


1910



721


1920



906


1930



1,263


1940



1,802


1950



3,137


1960



5,186


1970



8,797


1980

1990



13,800

15,085


2000



16,354


Fuente: Unikel, L. (1976); INEGI (1990); UNCHS (1996).





Efectivamente, a pesar de que ya desde la época prehispánica, y particularmente durante la Colonia, la Ciudad de México presentaba niveles demográficos sumamente elevados -incluso mayores que las principales ciudades europeas-, no es sino hasta el siglo XX, y particularmente durante la segunda mitad, cuando el crecimiento poblacional alcanza niveles verdaderamente dramáticos (Ver Cuadro III-2 y Gráfico III-1). Entre 1900 y 1950 la población crece en 479%, mientras que entre 1950 y el 2000 lo hace al 421%. Cabe mencionar que de estos porcentajes, alrededor del 70% se explica por la migración.



Gráfico III-1

Fuente: Cuadro IV-2.


La actividad económica y el factor poblacional fueron determinantes en la conformación física de la ciudad y trajeron consigo una mayor presión sobre los recursos naturales de la región donde se conformó la gran megalópoli que es hoy en día la Ciudad de México. La necesidad de proporcionar recursos para el desarrollo de los sectores productivos y comerciales y de abastecer a una población creciente de alimentos, vivienda y servicios básicos como el agua potable y el drenaje, comenzaron a ser factores de depredación y transformaron radicalmente el hábitat en tan sólo unas cuantas décadas sin que pudiera mediar posibilidad alguna de adaptación natural a las nuevas condiciones. Durante la segunda mitad del siglo, grandes masas de población llegan diariamente a la ciudad; en su mayoría son campesinos pobres lanzados por la severa crisis que afecta al campo mexicano y que buscan mejorar sus condiciones de vida en la gran urbe que entre la década de los cincuenta y los setenta vive el esplendor del desarrollo industrial.


Este crecimiento vertiginoso de la ciudad creó la necesidad de construir nueva infraestructura hidráulica para satisfacer las necesidades de una población en franco ascenso, así como de los sectores productivos y comerciales. Tanto en lo que se refiere al desagüe de la ciudad, como al abastecimiento de agua potable, la capacidad instalada rápidamente comenzaba a ser insuficiente. Así, en 1946 entra en funcionamiento el segundo Túnel de Tequixquiac que auxiliaría al construido durante el profiriato en el desajolo de aguas negras. En 1951 se inaugura el Sistema Lerma que originalmente estaba diseñado para aportar 4 m3/seg. más al caudal de agua de la Ciudad de México, pero que en la actualidad se sobreexplota con un aporte total de 9.4 m3/seg. Durante 1975 se concluye el Sistema de Drenaje Profundo y en 1982 entra en operación la primera etapa del Sistema Cutzamala con 4 m3/seg. de agua potable adicionales, y a la que seguirían dos etapas más con 7 y 8 m3/seg. de aporte (Perló, 1989). Actualmente al Valle de México llega un total de 50 m3/seg., de los cuales 38 son consumidos por el Distrito Federal; de éstos el 70% corresponde a los acuíferos del Valle de México, que se componen aproximadamente de 1,366 pozos y manantiales. El 30% restante se importa de otras cuencas: 16% del Lerma y 14% del Cutzamala (Perló, 1993). Dicho sea de paso, a pesar de la enorme capacidad instalada, el desagüe sigue siendo insuficiente y en cuanto al abastecimiento de agua potable ya se exploran nuevas fuentes externas de extracción.


No es novedoso que la época del crecimiento de la actividad económica y los niveles demográficos, así como la ampliación de la infraestructura hidráulica, coincidan con la multiplicación de los riesgos a desastres por la agudización de amenazas como las inundaciones durante la época de lluvia o sequías durante el estiaje. La actividad sísmica de la zona ya ha causado serios estragos en la ciudad y se mantiene como una amenaza latente que puede volver a ocasionar desastres de grandes magnitudes, como el ocurrido en 1985. El funcionamiento de la industria genera repetidos accidentes y una enorme contaminación. Y también comienzan a aparecer nuevas amenazas como el hundimiento de algunas zonas de la ciudad, causado por el excesivo bombeo de agua del subsuelo y el cual, ya ha podido comprobarse, incide en la efectividad de las cimentaciones de los edificios, aumentando el riesgo sísmico.


En la actualidad, del viejo paraíso que era la Cuenca de México en su estado natural poco queda. El "jardín del mundo" -como lo llama Hernán Cortés en sus Crónicas- se ha transformado en un espacio sumamente degradado, como consecuencia de su irracional crecimiento y la empecinada destrucción del medio ambiente. El viejo Tenochtitlan, la capital del Anáhuac que maravilló a los españoles y exploradores como Alejandro de Humboldt, la ciudad de los palacios que en otros tiempos fuera el orgullo de los mexicanos, es hoy ejemplo mundial del desastre urbano y ambiental que representan las megalópolis de los países dependientes y escenario de riesgos sin prescedentes. Sus condiciones físicas se han alterado sustancialmente. Ha desaparecido el 99% de la superficie lacustre que existía en la época prehispánica, al igual que las tres cuartas partes de los bosques originales; 49,600 hectáreas se deforestan anualmente y otras tantas dejan de ser tierras productivas. El acuífero del Valle de México está sobreexplotado en un 100% (Cruickshank, 1989).


La explosión demográfica y la expansión de la mancha urbana e industrial han rebasado ya los límites razonables de tamaño para un control ordenado y equilibrado de su desarrollo. La ciudad alcanza ya magnitudes inmanejables y se encuentra inmersa en procesos y lógicas de funcionamiento difíciles de revertir. Los rezagos son cada vez mayores, pero también los enormes problemas que se deben enfrentar para garantizar condiciones mínimas de funcionamiento. La lógica de los proyectos de inversión, con resultados de corto plazo, se hace más marcada y lo que buscan las distintas administraciones es encubrir problemas más que resolverlos. La planeación estratégica de largo plazo se hace a todas luces imposible en una ciudad fuera de control que parece tener vida propia. No se sabe cómo, pero funciona y lo importante es seguir haciéndola funcionar. Los intentos de descentralización fracasan. Cada vez se requieren mayores recursos financieros para inversión en infraestructura, de los cuales buena parte son aportados por el gobierno federal -muchas veces a costa del desarrollo de otras entidades del país- o mediante préstamos del extranjero. Así, la Ciudad de México se convierte en un monstruo con apetito insaciable que devora recursos cada vez más escasos y que genera un sinnúmero de problemas que parecen no tener solución. Sin embargo, sigue siendo el pilar de la economía del país y también sigue siendo una zona que concentra alrededor del 20% de la población mexicana en tan sólo el 0.03% de la superficie del territorio nacional. De aquí su importancia y su prioridad.



3. De un majestuoso imperio al desastre total.

Hoy en día la ciudad requiere de una vasta y compleja infraestructura para satisfacer sus necesidades de desagüe y abatecimiento de agua, que ha sido necesario construir a lo largo de muchos años y con una gran inversión acumulada.


Sin embargo, el efecto del funcionamiento del sistema hidráulico de la Cuenca de México que se ha mantenido y reproducido a lo largo de su historia, ha generado no sólo importantes daños a la ecología de la Ciudad de México y de aquellas zonas de donde se extrae agua para abastecer a una población que cada día crece más, sino que se ha convertido en una fuente permanente generadora de riesgos frente a la ocurrencia de desastres de grandes proporciones. Sin embargo, y a pesar de que algunos de estos desastres ya se viven en la actualidad, los riesgos que representa para el funcionamiento global de la ciudad y para la supervivencia de una población que ya rebasa los 16 millones de habitantes no han sido considerados por los equipos técnicos y las autoridades responsables, y mucho menos han sido considerados dentro de las políticas globales de reducción de riesgo.


No obstante que existen numerosos riesgos que se derivan de esta forma de utilización de los recursos hidráulicos en la Cuenca de México, creemos importante centrar la atención en tres de ellos que resultan de fundamental importancia para el futuro: el hundimiento de la ciudad; los problemas de cimentación y el riesgo sísmico; y el riesgo de la contaminación del acuífero y la reducción de los mantos freáticos.


3.1. El hundimento de la Ciudad de México.

Uno de los principales problemas que ha generado el desmedido bombeo de agua proveniente de los acuíferos de la Cuenca de México, ha sido el hundimiento diferencial en distintas zonas de la Ciudad de México. Este problema, ha producido serios efectos sobre las construcciones que se reflejan principalmente en daños a la estructura y cimentación, agrietamiento e inclinación. Si bien este fenómeno se presentaba ya desde tiempos antiguos, comenzó a agudizarse y a ser más notorio a partir del presente siglo.


Roberto Gayol (diseñador y constructor del sistema de drenaje de la ciudad de México) fue el primero en dar a conocer en 1929 una importante diferencia de nivel que se había acumulado a lo largo de 53 años entre el fondo del lago de Texcoco y el centro de la ciudad. Esta diferencia equivalía a 1.41 mts. y en principio Gayol lo atribuyó al azolve del lago como consecuencia de los escurrimientos de agua y lodo que ocurrían por la intensa deforestación en las laderas de la Cuenca. Sin embargo, fue hasta 1947 cuando se estableció la relación que existía entre el bombeo de agua de la zona lacustre y el hundimiento regional (Carrillo, 1947). Hasta antes de ese año, prácticamente no existía información sobre las propiedades mecánicas del suelo y las arcillas de la Cuenca de México. Entre 1945 y 1955 se realizan los estudios más importantes que se publican en el libro El subsuelo de la ciudad de México (Marsal y Mazari, 1969).


Los estudios anteriores, así como muchos más que siguieron a éstos permitieron conocer con bastante precisión las características del subsuelo de la Ciudad de México, y a partir de la información generada, el Area Urbana de la Ciudad de México quedó dividida en tres zonas (Marsal y Mazari, 1969) (Ver Figura III-2):


  • Zona de Lomas (Zona I). Se compone de suelo compacto. Contempla parte del oeste de la ciudad, las faldas de la Sierra de Santa Catarina, los alrededores de Chimalhuacan y al sur, el derrame basáltico del Pedregal con un espesor máximo de 20 m.

  • Zona de Transición (Zona II). Es un área intermedia entre la zona de lomas y la zona del lago y se caracteriza por marcadas variaciones estratigráficas. La zona de transición

    Figura III-2

    ZONIFICACION DEL SUBSUELO DEL VALLE DE MEXICO (1987)

Fuente: Tomada de Jaime (1990).

representa los avances y retrocesos de las riberas de los lagos de Texcoco y Xochimilco-Chalco y en otros casos deltas de ríos, y, por lo mismo, existe una combinación de materiales compactos con estratos de arcilla muy blanda.


  • Zona del Lago (Zona III). Comprende las zonas de Texcoco y Xochimilco-Chalco. La primera se compone por un manto superficial duro; una secuencia de arcillas intercaladas con estratos delgados de arena, vidrio volcánico y fósiles, conocida como formación arcillosa superior (fas); una capa dura de limo arenoso cementado de espesor variable hasta un máximo de 5 m; una formación arcillosa inferior (fai) con espesor variable entre 4 y 14 m; y finalmente por los llamados depósitos profundos. La segunda zona, es decir Xochimilco-Chalco, se caracteriza por tener capas de arcillas muy blandas de gran espesor, la cual en algunas partes alcanza profundidades superiores a los 110 m.


Una de las características más importantes de las arcillas de la Cuenca es su alto contenido de agua: por cada parte de sólido llegan a tener entre 4 y 5 partes de agua. Debido a ello, comparadas con otras arcillas, las de la Cuenca de México son entre 5 y 10 veces más compresibles y, por tanto, un pésimo material de apoyo para las construcciones, ya que para una construcción en la que se podrían esperar asentamientos de 2.5 cm en otras partes del mundo, en la Ciudad de México serían de 25 cm.


La Ciudad de México se asentó en la rivera oeste del lago de Texcoco; por consiguiente, mientras gran parte de la ciudad en el oeste está sobre roca y depósitos de suelo firme, la parte este de la ciudad está asentada sobre depósitos de suelo blando (Ver Figuras III-3 y III-4). Las obras hidráulicas y sobre todo el bombeo, han producido abatimientos de consideración, lo que ha provocado la consolidación de los mantos de arcilla que da origen al hundimiento regional de la Ciudad de México.3


Figura III-3

CORTE ESTRATIGRAFICO NORTE-SUR


Fuente: Tomado de Romo (1990).


Figura III-4

CORTE ESTRATIGRAFICO ESTE-OESTE, AL SUR DE LA CIUDAD DE MEXICO

Fuente: Tomado de Romo (1990).

Cuadro III-3

EVOLUCION DE HUNDIMIENTOS EN LA ANTIGUA

TRAZA DE LA CIUDAD DE MEXICO




PERIODO


VELOCIDAD MEDIA

(años)


(cm/año)




1891-1938


4.5

1938-1948


7.6

1948-1950


44.0

1950-1951


46.0

1951-1952


15.0

1952-1953


26.0

1953-1957


17.0

1957-1959


12.0

1959-1963


5.5

1963-1966


7.0

1966-1970


7.0

1970-1973


5.1

1973-1977


4.5

1977-1982


4.6

1982-1986


7.4

1986-1991


9.2

Fuente: Mazari, et. al. (1996) y

AIC (1995)




A partir de los estudios realizados por Gayol y posteriormente por Marsal y Mazari, se ha podido reconstruir la evolución del hundimiento de la antigua traza de la ciudad desde fines del siglo pasado. Como puede verse en el Cuadro III-3 desde finales del siglo hasta 1938, la velocidad del hundimiento fue de 4.5 cm/año, incrementándose durante la siguiente década a 7.6 cm/año y alcanzando niveles máximos de 16 cm/año en algunas zonas. La velocidad máxima se alcanza entre 1948-1950 y 1950-1951 con una velocidad de 44 y 46 cm/año respectivamente.


Debido al notable incremento de los hundimientos, en 1954 se estableció una veda de pozos de bombeo en el área entonces ocupada por la Ciudad de México. Con esta medida se logró una significativa reducción de los niveles de hundimiento durante casi treinta años, hasta la década de los ochenta y los noventa cuando los niveles de abatimiento repuntaron ligeramente. Si bien puede decirse que el hundimiento de la parte central de la ciudad fue en cierta medida controlado por la suspensión del bombeo, el problema se trasladó hacia otras subcuencas donde el bombeo y la sobreexplotación continuaron. En este sentido no sólo han sido afectadas las subcuencas que se encuentran al interior de la propia Cuenca como Zumpango y Chalco-Xochimilco, sino también las subcuencas externas Lerma y Cutzamala que abastecen a la Ciudad de México. Estudios recientes confirman que el hundimiento que actualmente provoca el bombeo desmedido en las zonas lacustres que circundan a la Ciudad de México y aún aquellas que se encuentran fuera de la Cuenca es comparable al que se registraba en la zona central de la ciudad a mediados de siglo (Moreno, 1985).


De las cuatro subcuencas internas, las que mayores niveles de abatimiento presentan son: Chalco-Xochimilco, Texcoco y Ciudad de México. En cuanto a la primera, la DGCOH (1994) reporta que de junio de 1986 a octubre de 1987, y de esta fecha a enero de 1989, los hundimientos fueron de 19.8 y 30 cm/año respectivamente. Nivelaciones del terrero realizadas por la SARH en 1983, indican que la superficie ya había alcanzado los 2,236 msnm, con unos 4 m de hundimiento regional. Posteriormente, la DGCOH reportó un hundimiento total de 6.3 m en esta subcuenca para el periodo comprendido entre los años de 1891-1994 (Mazari et. al., 1996). Por otra parte, en lo que se refiere a la subcuenca de la Ciudad de México, la problemática se redujo con la suspensión del bombeo; sin embargo, la SARH (1983-1986) reportaba que hacia mediados de los años ochenta, una amplia zona de la ciudad había alcanzado hundimientos totales hasta de 9 m a lo largo del siglo. Finalmente, en la subcuenca de Texcoco el hundimiento regional registrado es de 25 cm/año, afectando particularmente al Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México donde todavía se registran niveles de asentamiento de 20 cm/año. Cabe mencionar, que ésta es una de las subcuencas que presentan diferencias más significativas en términos de la velocidad de hundimiento por zonas. Particularmente, la zona del lago de Texcoco registra hundimientos más lentos que el resto de la región, y aún más en comparación con otras subcuencas. Así, mientras que en algunas zonas de la ciudad se han alcanzado hundimientos totales de 9 m a lo largo del siglo, el fondo del lago de Texcoco se asentó únicamente 71 cm durante el mismo periodo (Mazari y Alberro, 1990). Esta situación ha generado importantes riesgos de inundación para la ciudad, que se agudizan durante la temporada de lluvias.


3.2. Problemas de cimentación y riesgo sísmico.


Las características particulares de las arcillas de la zona lacustre de la Ciudad de México tienen, junto con el hundimiento, un impacto negativo sobre las cimentaciones de los edificios. Ya desde la época prehispánica se reconocían los problemas de cimentar las pesadas construcciones en la ciudad, lo que hizo que los antiguos mexicanos desarrollaran técnicas ingenieriles verdaderamente novedosas para su tiempo y muchas de las cuales están vigentes en la actualidad. Por ejemplo, en la edificación del Templo Mayor se emplearon, entre otras, las técnicas de construcción de un relleno para precargar el subsuelo y su mejoramiento mediante la utilización de troncos y chinampas, la construcción por etapas, el uso de estacones o pilotes para transferir la carga al suelo, así como el empleo de tezontle como relleno ligero para reducir el peso de la pirámide (Figuras III-5 y III-6).


La utilización de dichas técnicas permitió, en alguna medida, vencer las dificultades que ofrecía el subsuelo y esta monumental obra de la que todavía pueden verse restos se mantuvo estable, aunque con asentamientos muy grandes hasta su destrucción parcial.


Durante la Conquista, el Templo Mayor fue destruido hasta el nivel del piso, engrosando la plataforma azteca de 11 m de espesor en unos 3 m más. Los enormes asentamientos (6.5 m) sufridos por las pesadas construcciones prehispánicas, fue lo que en realidad permitió que buena parte de estas estructuras se conservaran, ya que quedaron sumergidas varios metros por debajo del nivel freático. Recientemente, al ser descubiertas, se pudieron identificar seis etapas constructivas principales de pirámides superpuestas del Templo Mayor (Mendoza, 1990).


Seguramente quienes decidieron edificar la vieja Tenochtitlan en la Cuenca de México, jamás pensaron que en esta región crecería la gran urbe que hoy constituye la Zona Metropolitana de la Ciudad de México, por lo que tampoco debieron imaginar los problemas de cimentación que se enfrentan en la actualidad y que demanda el crecimiento de la capital. Sin embargo, no se les puede culpar por haber edificado la ciudad en una zona tan inestable, ya que muchos de estos problemas pudieron haberse atenuado de haber atendido y retomado experiencias pasadas; e inclusive eliminado, si se hubiera escuchado la opinión de quienes no querían reedificar la destruida Tenochtitlan en el mismo sitio.


Iniciando el siglo XX , los problemas estructurales se agravaron como consecuencia del incremento en los niveles de hundimiento, por lo que fue necesario idear nuevas técnicas de cimentación. Así, se desarrollaron las técnicas de cimentaciones compensadas,

Figura III-5

VISION ARTISTICA DE LA CONSTRUCCION DEL TEMPLO MAYOR


Fuente: Tomado de Mendoza (1990).


Figura III-6

VISION ARTISTICA DEL HINCADO DE PILOTES PARA EL TEMPLO MAYOR


Fuente: Tomado de Mendoza (1990).

de uso de pilotes de control y de pilotes de punta penetrante y los métodos de excavación con bombeo y rebombeo por inyección, etc. Estas técnicas han sido importantes particularmente en la construcción de grandes obras y con ellas se han vencido grandes dificultades debido a las características del suelo, al hundimiento regional y a la alta sismicidad del Valle de México. Sin embargo, se ha incrementado considerablemente el costo de las obras y no siempre su seguridad.


3.2.1. El riesgo sísmico.


Aunado a las características del suelo y a los hundimientos, históricamente la Cuenca de México ha sufrido los efectos de sismos de gran magnitud que han ocasionado severos impactos por los problemas de cimentación.


Los sismos que principalmente afectan a la Cuenca de México tienen su origen en diferentes partes de la República Mexicana: a. costa del Pacífico (Jalisco, Colima, Michoacán, Guerrero y Oaxaca); b. Oaxaca, hacia el sureste; c. sistema de fallas de Acambay, al norte; y d. locales, generados en el interior de la Cuenca y en sus alrededores. Las distancias epicentrales de los temblores que se originan en la costa del Pacífico a la Cuenca son generalmente menores a los 400 km, aunque también se han sentido levemente sismos originados en sitios más alejados (Jaime, 1990). La alta actividad sísmica que afecta a la Cuenca se debe a que la República Mexicana se encuentra situada en las zonas de influencia del cinturón circumpacífico, siendo éstos los sitios geográficos con la máxima actividad sísmica en el mundo.


En la Figura (III-7) se describe la tectónica del Caribe y del Pacífico centro. Como se observa, la mayor parte del territorio mexicano se encuentra en la placa de Norteamérica. La placa de Cocos se mueve por debajo de ésta, y es justamente ese movimiento de subducción el causante de los sismos que se originan en la costa del Pacífico. Los sismos en esta zona tienen su origen a una profundidad menor a los 20 km, y se localizan en una banda de 80 km de ancho que corre a lo largo de las costas de los estados de Jalisco,



Figura III-7

TECTONICA DE LA REPUBLICA MEXICANA




A. Sistema de Fracturas de San Andrés. K. Cresta de Cocos

Golfo de California L. Cresta de Carnegie

B. Fractura de Rivera M. Cresta de Nazca

D. Fractura de Clarión N. Fosa meso-americana

E. Fractura de Orozco O. Fosa Perú-Chile

F. Fractura de Siqueiros P. Fallas Polochic-Motagua

G. Fractura de Clipperton Q. Falla Caymán o Barlett

H. Fractura de los Galápagos R. Zona de subducción de las

I. Fractura de Panamá Pequeñas Antillas

J. Cresta de Tehuantepec S. Fosa de Puerto Rico

T. Fallas Oca. El Pilar

Fuente: UNAM (1985).

Colima, Michoacán, Guerrero y Oaxaca (Singh et. al., 1985). Los sismos del 19 y 20 de septiembre de 1985 se encuentran entre éstos.


Sobre la parte continental de la República ocurren sismos con profundidades focales mayores de 40 km. Son provocados por un sistema normal de fallas que se produce en la placa de Cocos ya subducida. Se cree que estas fallas pueden ser producto del peso que le impone la placa de Norteamérica, o por corrientes de convección del manto y por la propia tensión que ejerce el peso de la placa de Cocos al ir penetrando en el interior de la tierra (Singh et al., 1985; Singh y Suárez, 1987). Estos sismos son poco frecuentes, pero tienen un gran potencial destructivo. Algunos ejemplos de éstos son los terremotos de Oaxaca, 1931 (8.0 en la escala de Richter, que prácticamente destruyó la ciudad); el de Orizaba, 1973 (6.8 Richter) y el de Huajuapan de León, 1980 (7.0 Richter).


Otros sismos ocurren también sobre la superficie, y de acuerdo con Rosembleuth y Elorduy (1969), pueden suceder por dos causas: a. una manifestación del movimiento relativo de las placas de Cocos y Rivera y las de Norteamérica y el Caribe; y b. la flexión de la placa de Norteamérica, muy probablemente debido a emersión de magma. Terremotos de este tipo son: Acambay en 1912 (7.0 en la escala de Richter), Jalapa en 1920 (6.4 Richter) y Jaltipan en 1959 (6.4 Richter).


Los periodos de recurrencia de los mayores sismos que ocurren a lo largo de la zona de subducción varían entre 30 y 75 años. Estos son los más frecuentes; de los otros tipos poco se sabe. Entre 1900 y 1985 ocurrieron 34 sismos con magnitud mayor a los 7 grados Ritcher, y durante el siglo pasado se reportan 23 eventos sísmicos con magnitudes también por encima de los 7 Richter (Singh y Suárez, 1987). Por otra parte, los sismos locales tienen periodos dominantes (en espectro de amplitudes de Fourier) muy cortos (menores de 0.5 seg.) con duración rara vez mayor de 5 seg. (Figueroa, 1971). Pocas veces se sienten lejos del lugar donde se originan, y aunque sean fuertes sólo causan agrietamientos en algunas casas y alarma entre la población, pero excepcionalmente daños a las personas.


Mientras que en otras partes del mundo, para sismos que se originan a distancias epicentrales mayores a los 100 km. se verifica una considerable atenuación del movimiento sísmico, en la Cuenca de México se presenta un fenómeno inverso debido a las condiciones del suelo. Varios sismos de magnitudes mayores a los 6 grados Richter y con distancias epicentrales mayores a los 400 km. se han sentido en en la Cuenca con muy alta intensidad. De acuerdo con Rosenbleuth y Elorduy (1969), "desde el punto de vista sísmico la Ciudad de México es única en su tipo, al observarse periodos dominantes del suelo de hasta 5 seg.; factores de amplificación hasta de 50 en espectro de amplitudes de Fourier; entre 10 y 15 en términos de aceleraciones espectrales con 5% de amortiguamiento; y un gran efecto de interacción suelo-estructura".


Por lo anterior, son los sismos con distancias epicentrales lejanas los que producen los mayores daños en estructuras localizadas particularmente en las zonas de los lagos de Texcoco y Chalco-Xochimilco (Zona III) y de transición (Zona II). Los movimientos sísmicos que se manifiestan con gran intensidad en estas zonas someten a las construcciones a condiciones sumamente críticas, ya que les inducen esfuerzos altos adicionales a los de su propio peso. Las consecuencias más comunes son asentamientos y desplomes (pérdida de la verticalidad) súbitos adicionales en la cimentación y fuertes daños en la superestructura, e incluso su colapso (Mendoza, 1990).


El sismo del 19 de septiembre de 1985 registró una intensidad en la zona lacustre de la ciudad nunca antes vista. Por lo mismo, las cimentaciones y estructuras de muchas de las construcciones colapsadas, no estaban calculadas para movimientos de esa magnitud. Con ciertas excepciones, en la Zona II (transición) y en la Zona I (lomas), las edificaciones no registraron mayores daños por el sismo. Sin embargo, la fuerte amplificación del movimiento experimentada en la Zona III (lago), provocó el colapso y severos daños a más de 5 mil edificios de distintos tamaños, siendo los más afectados aquellos que contaban entre 1 y 12 niveles (Ver Gráfico III-2). Por otra parte, de una cantidad aproximada de 38,000 casas de uno o dos niveles en el centro de la ciudad, menos del 1% se colapsó.




Gráfico III- 2

Fuente: Elaborado con base en COLMEX (1987).


No obstante, los problemas de la Zona III no son particulares de los edificios; en realidad, todas las obras que de una u otra manera se apoyan sobre este terreno, están sometidas a las acciones sísmicas. Tinoco (1986) describió, por ejemplo, el gran número de roturas y fugas en las tuberías de agua potable y drenaje que ocurrieron durante los sismos de 1985, siendo éste un problema particularmente importante. Otros efectos aislados y de menor envergadura detectados en esta zona, fueron los agrietamientos en el pavimento de ciertas áreas de la ciudad, el asentamiento en los terraplenes de acceso de varios puentes y el hundimiento súbito reducido que se presentó en algunos apoyos del Metro elevado que están cimentados sobre pilotes de fricción.


Si bien con la ocurrencia de sismos anteriores y con la construcción del drenaje profundo se pudo acumular una gran cantidad de conocimiento preciso sobre los problemas de cimentación en la Ciudad de México, los terremotos de 1985 representaron una oportunidad única generar información útil en el desarrollo de técnicas constructivas orientadas a mejorar la resistencia de las edificaciones frente a nuevos impactos de gran magnitud. Esto se vio reflejado en el Reglamento de Construcciones de 1987, en el que se introdujeron criterios y normas más conservadoras que permitieran mejorar las condiciones de seguridad de las edificaciones de la Ciudad de México.


3.3. Contaminación potencial del acuífero.


Otro riesgo que presenta la Ciudad de México, y quizá el más acuciante hoy en día, es la potencial contaminación de los acuíferos de la Cuenca, de los cuales se obtiene alrededor del 70% del agua con que se abastece a la Ciudad de México.


Desde hace algunos años entre los círculos académicos y en menor medida en los cículos técnicos responsables del manejo hidráulico de la ciudad, se ha comenzado a discutir la alarmante degradación del agua proveniente del subsuelo y la posible contaminación total del acuífero, como consecuencia del aporte de aguas negras a causa de los hundimientos. Sin embargo, a pesar de que el escenario futuro se presenta alarmante, no se le ha dado la importancia debida a este tema.


Los hundimientos producidos por el bombeo de agua en la Ciudad de México no son uniformes. En consecuencia los drenes enterrados y construidos desde inicios del siglo XX, así como el Gran Canal del Desagüe sufren modificaciones en su pendiente, presentándose incluso hasta contrapendientes. En el caso del Gran Canal del Desagüe, por ejemplo, ha sido necesario construir plantas de bombeo que eleven las aguas negras hasta en 6 m para que posteriormente puedan recorrer el canal por gravedad (ver Figura III-8).


Adicionalmente, los asentamientos diferenciales a lo largo de los drenes ocasionan también su rotura por tensión o comprensión, produciéndose un proceso de contaminación del acuífero por aporte de aguas negras. Este es un problema que comienza a presentar magnitudes alarmantes, ya que de acuerdo con un estudio del Instituto de Ingeniería de la UNAM (Moreno, 1985), se estima que en los próximos años el nivel de contaminación por nitrógeno amoniacal podría alcanzar niveles 16 veces mayores a lo permitido.




Figura III-8

VARIACIONES DE LAS CONDICIONES DEL DESAGUE DEL VALLE DE MEXICO



Fuente: Tomado de Perló (1989).


Por otra parte, a consecuencia de la alteración hidrológica que ha sufrido la Cuenca se han comenzado a presentar problemas de agrietamiento que afectan la primera formación arcillosa del subsuelo. Esto, de acuerdo con Alberro y Hernández (1990) se debe fundamentalmente a: a. el encharcamiento y posterior evaporación de aguas de lluvia; b. el bombeo; y c. el exceso de presión de poro generada por artesianismo y sismos. De mantenerse las condiciones actuales, el resecamiento de la formación arcillosa superior (fas) o acuitardo, ocasionará mayores grietas cuya profundidad podría abarcar el total del acuitardo y llegar hasta la primera capa dura, favoreciendo el flujo de agua contaminada directamente desde la superficie.


No es difícil imaginar las consecuencias que podría tener la contaminación del acuífero en la Ciudad de México, del cual depende en un 70% para su abastecimiento. El uso y manejo irracional que se ha hecho de los recursos hidráulicos en la Cuenca, ha producido ya la degradación de los recursos naturales, una alteración de las condiciones climáticas, el desequilibrio total del ecosistema al interior de la Cuenca y fuera de ella, y daños irreversibles a la agricultura y al medio ambiente en general. Sin embargo, todos estos problemas son mínimos en comparación con la posibilidad de que pueda llegarse a contaminar el acuífero en forma tal que no sea posible la utilización del agua para consumo humano, ya que esto significaría -además del impacto ecológico- dejar sin abastecimiento a una población estimada en más de 16 millones de habitantes. El agua proveniente de los sistemas Lerma y Cutzamala alcanzaría únicamente para satisfacer las necesidades del 30% de la población, con los consiguientes problemas políticos y sociales que esto generaría. No existirían recursos económicos suficientes para construir nueva infraestructura que permitiera abastecer al conjunto de la población y, además, tendría que calcularse el impacto ambiental en las zonas que pudieran servir como fuentes de abastecimiento.


Este panorama es muy poco alentador, pero desafortunadamente es parte de la realidad que enfrenta hoy en día una de las metrópolis más grandes del mundo, y la cual la sitúa frente a lo que podría ser uno de los peores desastres que jamás haya enfrentado la humanidad.


La grave situación se presenta de manera diferenciada en cada una de las subcuencas, donde los problemas se relacionan con el tipo de explotación, manejo hidráulico y características particulares. En la actualidad es la subcuenca Chalco-Xochimilco la que presenta mayor riesgo de contaminación masiva debido al agrietamiento profundo y permanente de sus arcillas. Algunos autores (Mazari, et. al., 1996) han hecho estimaciones del tiempo de bombeo necesario que se requiere para que en esta subcuenca pueda ocurrir la comunicación entre la superficie y la primera capa dura mediante grietas permanentes. Para ello, se han basado en las siguientes hipótesis:


  1. El bombeo de 27 m3/seg. que se extraía en 1990 permanece constante.

  2. El 80% del hundimiento observado corresponde al enjutamiento de la formación arcillosa superior y es similar al ocurrido hace 50 años en la parte central de la Ciudad de México.

  3. La velocidad de hundimiento de 30 cm/año que existía en 1990 se mantiene constante.


Con base en estas hipótesis los autores estiman que la aparición de las grietas profundas se alcanzará cuando el asentamiento adicional sea de 12.5 m. Es decir, tomando en cuenta la velocidad constante de hundimiento de 0.3 m/año, el tiempo requerido para que la formación arcillosa superior se vea afectada en todo su espesor por una grieta vertical es de 42 años. Sin embargo, de ser ciertos los asentamientos de 40 cm/año en esta subcuenca que reporta Ortega (1993), el tiempo requerido para la contaminación del acuífero se reduce a tan sólo 31 años.


Cabe mencionar que las hipótesis manejadas no están fuera de la realidad. Por el contrario, estas son las condiciones que prevalecían en 1990 y las cuales han tendido a modificarse sustancialmente en los últimos años al incrementarse los bombeos, como consecuencia de la proliferación de asentamientos humanos en la zona a causa de los programas de Solidaridad y el desplazamiento masivo de población y edificios al sur de la ciudad provocado por los sismos del 1985.


3.4. Reducción de los mantos freáticos.


En cuanto a la reducción de los niveles de agua contenidos por los acuíferos, son las subcuencas de Texcoco, Ciudad de México y Zumpango las que se han visto más afectadas por la sobreexplotación. En la primera, no se reportan mayores daños en el acuitardo, aunque sí una importante pérdida de presión del agua particularmente en la frontera N-E del lago de Texcoco. Por ejemplo, en la zona de Tepexpan localizada al norte, los niveles de agua descienden entre 1.5 y 1.75 m/año (Mazari, et. al., 1996).


En la subcuenca Ciudad de México, es la zona N-W la que presenta preocupantes niveles de deterioro, debido a los efectos provocados por la excesiva extracción de agua en la región industrial de Tlalnepantla. En esta zona las pérdidas de presión anuales del acuífero son muy grandes, presentándose una situación de desequilibrio generalizado que difícilmente podrá sostenerse por mucho tiempo más. En sólo 40 km2 se registran 32 pozos, con un caudal de explotación que sería suficiente para abastecer a una población aproximada de 1 millón de habitantes. Por otra parte, se han incrementado notablemente los asentamientos humanos permitidos en el sur y poniente de la ciudad, con lo que se ha tenido que incrementar el número de pozos y las cantidades de bombeo. En los últimos diez años, el incremento de agua extraída solamente por bombeo excede los 3 m3/seg. en esta zona (Mazari et. al., 1996).


Por último, en cuanto al desequilibrio hidrológico, la subcuenca de Zumpango resulta ser la más afectada por sobreexplotación, ya que en algunas zonas las pérdidas de elevación en el acuífero superan el metro/año (Mazari et. al., 1996). En la actualidad se carece de información geológica a grandes profundidades, así como acerca de la historia del gasto de los pozos, por lo que no es posible estimar el tiempo de agotamiento del acuífero. Sin embargo, es evidente que el rápido descenso que se registra en la actualidad resulta excesivo y no puede sostenerse indefinidamente. La extracción a mayor profundidad, también pronto será incosteable e incluso peligrosa.


Este es el escenario actual en la Ciudad de México, y es un problema que comienza a perfilarse como extremadamente crítico y fuera de control. Sin embargo, en este contexto no puede eludirse la pregunta acerca del futuro de la ciudad de seguir con las tendencias actuales. ¿Cuáles son las perspectivas?. Al parecer existen dos. La primera de ellas es mantener las condiciones de concentración demográfica y económica y necesariamente continuar con el esquema de importación de agua de fuentes externas a la Cuenca de México cada vez más lejanas. Es un hecho que, desde hace varias décadas, los recursos hídricos locales llegaron a su límite y no pueden seguirse explotando de la misma manera y mucho menos pensar en incrementar las cantidades de agua que se extraen del subsuelo; por el contrario, este proceso debe revertirse e instrumentar políticas orientadas a la regeneración de las subcuencas, mientras esto todavía sea posible. La importación de agua, por tanto, se presenta como una solución a más corto plazo. Sin embargo, esta perspectiva implica enfrentar los altos costos que significaría la construcción de nueva infraestructura, el impacto ecológico que se genera en las zonas de extracción y muy probablemente la aparición de serios conflictos sociales de grupos y regiones que no estén dispuestos a sacrificar sus recursos para sostener a la Ciudad de México.


La segunda alternativa estaría obviamente basada en un cambio radical de las políticas urbanas e hidráulicas que han prevalecido hasta el momento. Implicaría cambiar el modelo hacia un tipo de ciudad con un manejo eficiente del agua que pudiera revertir el proceso de dependencia que se tiene con respecto a otras regiones, sin sobreexplotar sus propios recursos. En este caso, las opciones estarían tanto en el fomento al ahorro del agua, como en la implementación de mecanismos para reducir el costo del tratamiento de aguas residuales y de soluciones ténicas más efectivas, con el fin de extender su uso hacia aquellas actividades que no requieren agua potable.



1 Aunque la región en términos geográficos es propiamente una Cuenca, también es conocida indistintamente como Valle de México.

2 Sobre la construcción del Desagüe General del Valle de México, existen diversas investigaciones. Es ampliamente recomendable el libro de Manuel Perló El Paradigma Porfiriano. Historia del Desagüe del Valle de México, M.A. Porrúa-UNAM, México, 1999, en el cual se realiza un estudio exhaustivo de los principales elementos políticos, sociales y económicos que estuvieron presentes durante la construcción de la obra.

3 Si bien el problema del hundimiento regional de la Ciudad de México está relacionado en su gran mayoría con la extracción de agua, en algunas zonas también puede darse por otros factores. Por ejemplo, en la Zona I (Lomas) con frecuencia se presentan problemas relacionados con la presencia de excavaciones subterráneas abandonadas, que fueron hechas durante la Colonia para la explotación de arena y grava. Cuando los techos de estas cavidades tienen espesores reducidos y ante el peso de una construcción o fugas de agua, suelen ocurrir hundimientos repentinos de grandes proporciones.


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