2.   Estudio de Caso de los Desastres de Limón, Costa Rica, de 1991

Allan Lavell

 Presentación

Tres advertencias se hacen imprescindibles en lo que se refiere al análisis del caso de los desastres sísmicos y por inundación que afectaron a la Región Atlántica de Costa Rica durante 1991.

Primero, a pesar de que los desastres afectaron tanto a la provincia de Limón como a zonas del área de Turrialba, provincia de Cartago, limitamos nuestro análisis esencialmente a la respuesta a los desastres en la región comprendida dentro de la provincia de Limón. Esto en función de las limitaciones de tiempo y espacio disponibles para el estudio, y en reconocimiento a que la zona de Turrialba comprende, en muchos sentidos, un subconjunto "separado" y específico en lo que se refiere a las formas de gestión de los desastres, a pesar de haberse articulado con la respuesta general desplegada frente a los desastres.

Segundo, el análisis que presentamos subsume el desastre sísmico y el desastre por las inundaciones en un solo cuadro. Esto por la cercanía temporal (abril y agosto) y espacial coincidente de los eventos. O sea, conjuntamente comprenden, en muchos sentidos, un solo periodo de desastres.

Y tercero, en función del espacio disponible, nuestro análisis evita un tratamiento detallado y pormenorizado de las respuestas institucionales desplegadas, buscando concentrarse en el análisis de algunos casos de "respuesta" que ilustran el rango de contextos o situaciones genéricas que surgen y de relevancia en el análisis de modelos institucionales de gestión de desastres, y en las explicaciones que pueden ofrecerse para poder entender los aciertos y desaciertos encontrados.

 Los Eventos y sus Impactos

En este apartado de nuestro análisis, intentamos presentar sucintamente un relato, fundamentalmente descriptivo, de los eventos físicos que asolaron a la región Atlántica (provincias de Limón y cantón de Turrialba, Cartago) entre abril y agosto de 1991; y de sus impactos físicos, económicos y sociales. Tal descripción pretende ofrecer un marco de referencia para el análisis de la gestión de los desastres.

 Los Eventos: El Sismo del 22 de abril y las Inundaciones del 11 de agosto, 1991

A las 3:57 p.m. del 22 de abril de 1991, un terremoto de 7.2 grados en la escala Richter hizo sentir sus efectos en gran parte del territorio costarricense y en el vecino país de Panamá. Con daños menores sufridos en el Valle Central de Costa Rica, la zona de mayor impacto o de desastre, comprendía gran parte de la provincia de Limón, Región Atlántica y el cantón de Turrialba, en la vecina provincia de Cartago (ver mapa 1). Comprende un área de 9.000 km2 con una población total cercana a las 200.000 personas.

Mapa 1

INSERTAR MAPA 1 DE UBICACIÓN DE LIMÓN APROXIMADAMENTE AQUÍ

En Panamá el impacto fue circunscrito a las zonas fronterizas de Costa Rica, en la provincia de Bocas del Toro.

El sismo se produjo en una falla local ubicada en el Valle del Río Telire (afluente del Río Sixaola), con su epicentro a unos cuarenta kilómetros al sudoeste de la ciudad de Limón, cabecera de la provincia, y con una profundidad de 21 km2.

Esta zona está sometida a intensas fuerzas debido a la cercanía del llamado Cinturón Deformado de Panamá y el continuo ascenso de la Cordillera de Talamanca, siendo común en esta región fallamientos con mecanismos focales inversos. La falla responsable del sismo corre paralela a la costa con un plano de ruptura inclinado 52 grados hacia la Cordillera.

Intensidades máximas de hasta 10 grados en la escala Mercalli modificada fueron sentidas en la zona de Limón y alrededores; las altas intensidades fueron "limitadas" a la región Atlántica y las laderas montañosas limítrofes, la masa montañosa amortiguó el impacto en las zonas del Valle Central, área de máxima densidad demográfica, económica y de infraestructura del país (área metropolitana de San José, en particular).

Dentro de la historia sísmica de la región Atlántica, el sismo de abril de 1991 no era un evento aislado, a pesar de la sorpresa que significó para la comunidad científica nacional y la población regional (y nacional). Esta región se consideraba un "oasis" sísmico, y dentro de la zonificación sísmica del país se calificaba de "bajo riesgo".

Esta calificación, que sería justificada en cuanto a la tasa de recurrencia de eventos, no es así en lo que se refiere a la historia de eventos de alta intensidad. Sin embargo, la "memoria colectiva" había borrado esa misma historia del mapa sísmico del país, y de la inteligencia de los expertos locales. Como se recordaría posteriormente, la región Atlántica había sufrido un sismo de 7.4 grados en 1916, con similar intensidad al de 1991, y otro en 1952 de magnitud algo más baja. El aislamiento de la región del centro del país en esas fechas, su baja densidad demográfica y de infraestructura y su poca proyección económica en el plano nacional ayuda a explicar el olvido de estos eventos. Esto es aun más cierto en el caso de otros dos sismos que se reportaron en 1822 y 1798, para los cuales no existen registros científicos sino solamente informes de las autoridades de la región. Sin embargo, todo pareciera indicar que sus intensidades se acercaban o excedían los 7.0 grados Richter. La falta de una consideración de la sismicidad histórica de la región y la noción de su bajo riesgo a eventos importantes, ayudaría en parte a explicar el bajo nivel de preparación existente para enfrentar la emergencia de abril de 1991.

El sismo de abril de 1991, fue seguido por cientos de réplicas menores, de las cuales uno de 5.2 grados registrado una semana después (el lunes 29 de abril) fue el único de mayor importancia, causando un renovado temor y consternación en la población regional. Para los grupos indígenas de Baja y Alta Talamanca hubo un significado mitológico en los sismos de los "lunes", reforzado por las inundaciones que los siguieron, también los lunes del 6 de mayo y del 11 de agosto.

Las repercusiones del sismo principal en la fisonomía, geomorfología y ecología de la región afectada fueron notorios, y un factor crítico para explicar las grandes inundaciones sufridas en la región durante la segunda semana de agosto de 1991. El sismo produjo un levantamiento de la corteza terrestre de entre 190 cm. cerca de Piuta y de 10 cm. en Boca de Matina. Algunos expertos informaron de un levantamiento cercano a 4 m. en la zona de Río Blanco-Moín, al norte de la ciudad de Limón. El levantamiento de la corteza tuvo como consecuencia la exposición de zonas coralinas a lo largo de la costa, un cambio en la dirección y pendientes de los cauces fluviales, y fue acompañado por extensas zonas de licuefacción, el levantamiento de arena y lodo y la contaminación salina de pozos y depósitos de agua dulce.

El impacto físico más devastador del sismo ocurrió en las cuencas de un número importante de los ríos principales de la región. Extensa deforestación "natural", avalanchas y deslizamientos y apresamiento de ríos sufrieron las cuencas de los ríos Chirripó, Banano, Bananito-Estrella, Telire-Sixaola, Tuis-Quebrada Leona y Cuba-Toro. El lavado o desestabilización de suelos significaba que con las primeras lluvias posteriores al sismo, los ríos arrastraban grandes depósitos de tierra hacia las cuencas bajas, rellenando los canales y conduciendo a levantamientos de los niveles de los cauces hasta 1.50 m. La pérdida de cobertura vegetal y el aumento de la velocidad y cantidad de escurrimiento pluvial hacia los cauces de los ríos, aumentaba las probabilidades de desbordamientos e inundaciones en las cuencas bajas, situación que se dio con gravedad durante agosto de 1991.

El 11 de agosto, complicado por la presencia de una onda tropical sobre la costa caribeña (Atlántica), gran número de los ríos de Limón y Turrialba se desbordaron causando las peores inundaciones sufridas en la región en años, si no en décadas. Las inundaciones más fuertes se experimentaron en las zonas aledañas a los ríos Estrella, Sixaola, Banano, Chirripó, Reventazón, Aquiares y Turrialba, pero gran número de los otros ríos de la región también rebasaron sus límites. El impacto del sismo en la fisonomía de la región sirvió para convertir las inundaciones recurrentes, típicas de esta época del año, en un evento excepcional y de emergencia generalizada. Para poner solamente dos ejemplos del aumento de los caudales de los ríos, el Chirripó llegó a tener un nivel de 9.5 m. comparado con sus límites normales de 1.70 m. y el Sixaola un nivel del 6.0 m. comparado con 1.5 m. bajo condiciones normales.

Las inundaciones constituyeron, en fin, una acentuación del desastre sísmico de abril, afectando las mismas zonas y poblaciones y arrasando con muchas de las obras de rehabilitación ya realizadas posterremoto (caminos rurales, puentes, viviendas, sistemas de agua potable, etc.) y atrasando la rehabilitación de los cultivos comerciales y de subsistencia. En este sentido, el evento sísmico y las inundaciones comprenden desde cualquier punto de vista un solo periodo de desastres, impuesto a una región y población con altos niveles de vulnerabilidad física, económica y social.

 Los Impactos Sociales, Infraestructurales y Productivos

 El Impacto Social

El sismo produjo muy pocos muertos y lisiados serios. Los datos más fidedignos indican 48 decesos y 585 lisiados tanto en términos absolutos como relativos en distintas partes del área afectada. De los muertos, 9 fueron informados en el cantón de Limón, 20 en Matina y 18 en Talamanca. De estas personas, 70% eran mayores de 60 años o menores de 10 años de edad.

El bajo nivel de impacto humano directo puede explicarse por los sistemas constructivos de la provincia. Pocos edificios en la ciudad de Limón exceden dos pisos de altura, mientras que un número importante de las viviendas de la provincia se construyen de madera o de materiales livianos, muchas en forma muy precaria y de poco peso. Solamente un edificio de concreto se desplomó en Limón centro –el Hotel Internacional– y otro resultó con daños irreparables –el Hotel Las Olas.

El número total de damnificados es difícil de saber. La información estadística que circulaba después del evento señalaba, en distintos momentos y de acuerdo con distintos funcionarios, números que variaban entre 6.841 (Méndez Antillón 1991) y "55.000 familias" (ver La Nación, 27 de abril, 1991: 4A). Las confusiones en el uso del término "damnificado" seguramente explican las diferencias en los números emitidos. Así, algunas fuentes se referían al número de personas a las cuales se les entregaba alguna forma de socorro (alimentos, ropa, cobijas, etc.); otras, a los números de personas ubicadas en albergues o en carpas provisionales; y otras, a las personas que quedaron sin una vivienda "habitable". En lo que se refiere a las inundaciones de agosto, no se informó de muertos, sino una cantidad de 33.000 personas "afectadas", y 3.000 "damnificados".

 Los Impactos en Estructuras y en la Producción

La pérdida reducida de vidas humanas atribuida al terremoto de Limón (y a las inundaciones), contrasta notoriamente con las pérdidas en gran escala sufridas en la infraestructura y la producción económica regionales.

En lo que se refiere a las pérdidas directas en estructuras y en la producción económica a corto plazo por el sismo, la información más sistemática se halla en un documento elaborado por Vanesa Rosales, de la Dirección de Prevención y Mitigación de la Comisión Nacional de Emergencias (Comisión Nacional de Emergencias, Dirección de Prevención y Mitigación, V. Rosales 1991). Esta información se basó en datos proporcionados por los distintos ministerios y organismos descentralizados, después de su análisis en profundidad y cálculos de pérdidas.

En el Cuadro 1 presentamos un sumario de la información más importante que se recopiló en este documento. Ningún esfuerzo se hace para proveer de detalles precisos en cuanto a las instalaciones infraestructurales destruidas, o en cuanto a las características particulares del terremoto que condujo a estas pérdidas (características físicas, de movimiento de la tierra, licuefacción, levantamiento de la tierra, etc.) Un excelente estudio que trata de estos asuntos y que puede ser consultado por el lector fue el producido por E.Q.E. International, y publicado en mayo de 1991.

Cuadro 1

PÉRDIDAS ECONÓMICAS EN INFRAESTRUCTURA Y PRODUCCIÓN AGRÍCOLA

 

 

SECTOR

 

DAÑOS PRINCIPALES O PÉRDIDAS

COSTO ECONÓMICO

(en millones de ¢)

1. Acueductos Rurales

Tuberías, tanques de almacenamiento, bombas, tanques de recolección, pozos y conexiones a domicilio

2,700.0

2. RECOPE

Tanques de almacenamiento, tubería, (Refinería) sistemas de bomba, área de procesamiento de materias primas

8,000.0

3. Telecomunicaciones

Redes y edificios

44.3

4. Electricidad

Redes y edificios

79.6

5. Comercio Exterior

Muelles, edificios de aduana y equipo industrial

24.7

6. Agricultura

Producción bananera (incluye infraestructura)

Bananos listos para exportación

Producción agrícola de pequeña escala

3,583.6

3,488.7

30.0

7. Educación

Escuelas dañadas (41) o demolidas (4)

Universidad de Costa Rica

125.0

100.0

8. Red vial e infraestructura de transporte

Carreteras nacionales (incluye puentes)

Carreteras secundarias

Caminos municipales

Aeropuerto

Infraestructura portuaria

938.0

153.0

336.2

20.6

1,788.0

9. Salud

Centros de salud, centros de salud rurales, asilos, centros de niñez

Clínicas y hospitales

44.2

500.0

10. Ferroviaria

Vías férreas (114 km.)

Puentes (4)

Casa de reparaciones

Equipo de mantenimiento y edificios

531.1

106.6

325.0

130.0

11. Vivienda

 

5,600.0

TOTAL

 

28,618.0

De acuerdo con el informe de Rosales, las pérdidas totales en infraestructura y producción agrícola, hasta agosto de 1991, se estimaron en cerca de 28 mil millones de colones (los cuales equivalían a 224 millones de dólares estadounidenses al tipo de cambio de agosto de 1991). De esa suma, cerca de 7 mil millones de colones se atribuyeron a pérdidas en producción agrícola o exportaciones, particularmente las relacionadas con la producción de bananos en gran escala.

En términos económicos las pérdidas principales se registraron en la Refinería de Petróleo de RECOPE, en la vivienda, en los sistemas de transporte (carreteras, puentes, ferrocarriles y puertos) y en los acueductos rurales.

El daño sufrido en secciones importantes de la carretera de San José-Siquirres-Limón y Limón-Sixaola (incluyendo la destrucción de ocho puentes principales), además de aquellos de gran escala en los sistemas de caminos secundarios y rurales, tendrían un impacto importante en los esfuerzos de ayuda a las comunidades fuera de Limón posterior al terremoto, y también en términos de la pérdida de exportaciones de productos agrícolas. Esto, y el daño que sufrieron casi el 90% de los acueductos, incluyendo la total destrucción del sistema de La Bomba que suministraba casi 70% del agua de la ciudad de Limón, causarían los mayores problemas para la población local en las semanas inmediatas al terremoto y durante meses después. La falta de acceso a agua potable aumentó los temores en cuanto a la posible propagación de una epidemia de cólera, particularmente en la ciudad de Limón.

El impacto en la vivienda fue amplio, creando un problema económico y social de magnitud para las autoridades gubernamentales. Información sobre la extensión y la distribución espacial de los daños en la vivienda fue sistematizada por la Comisión Especial de Vivienda y publicado en un documento que fue concluido en setiembre de 1991. En el Cuadro 2 reproducimos la información más relevante de este estudio para las provincias de Limón y Cartago (Comisión Especial de Vivienda, setiembre de 1991).

De este cuadro se desprende que 3,924 viviendas fueron evaluadas como destruidas y 3,638 sufrieron daños severos. De acuerdo con algunas fuentes consultadas, estos datos subestiman los daños a la vivienda, debido a la falta de una evaluación completa, particularmente en las zonas más apartadas, y las áreas indígenas de la región. Aquí no debe olvidarse que la evaluación global de los daños a la vivienda no toma en cuenta la condición estructural de la vivienda previa al sismo.

Sin lugar a dudas, un número muy alto de las unidades afectadas estaban ya en condiciones precarias y el sismo solamente vino a completar un proceso de degradación ya existente.

Aun cuando la ciudad de Limón (Limón Centro, La Colina, Pueblo Nuevo, Cristóbal Colón) sufrió los mayores niveles absolutos de pérdidas, particularmente entre los sectores más pobres, los niveles relativos de daño eran mayores en comunidades pequeñas como Matina, Bataán, La Bomba, La Suiza y Sixaola, ampliamente dispersas sobre el área afectada.

Cuadro 2

DAÑOS A LA VIVIENDA

 

 PROVINCIA Y LOCALIDAD

DESTRUIDAS/

INHABITABLES

SEVERAMENTE

DAÑADAS

DAÑOS LEVES

TOTAL

1. Limón

 

 

 

 

Barras

53

14

0

67

Bataan

303

242

158

703

Bomba

356

309

124

789

Cahuita

189

106

23

318

Colina (Limón)

350

386

445

1181

Corales

38

86

161

285

Cristóbal Colón

357

379

313

1049

Limón Centro

678

905

728

2311

Liverpool

95

114

89

298

Matina

741

271

142

1154

Moín

181

154

147

482

Pueblo Nuevo

172

110

118

400

Siquirres

41

109

47

197

Sixaola/Talamanca

351

426

94

871

Sin especificar

19

27

11

57

TOTAL

3924

3638

2600

10163

 

 

 

 

 

2. Cartago

 

 

 

 

Turrialba Centro

73

257

175

505

Suiza

178

247

98

523

Santa Cruz

32

68

45

145

Tuis

41

74

40

155

Tayutie

31

120

43

194

Pavones

22

49

19

90

Jesús María

6

39

17

62

Otras localidades

35

84

64

173

TOTAL

408

938

501

1847

 

FUENTE: Comisión Especial de Vivienda, Dirección de Planificación y Control, setiembre de 1991.

Hasta hoy la información disponible sobre daños y pérdidas en la infraestructura y la producción se refiere principalmente al costo de remplazo de infraestructura y a las pérdidas directas en producción agrícola. Sobre ello, Bernardo Méndez, Director Ejecutivo de la Comisión Nacional de Emergencias, en un documento publicado en inglés y emitido por la Comisión, indicó que:

"...el costo de reparación de doscientos millones de dólares para poder volver a las condiciones existentes anteriores al terremoto, representa cerca del 17% del presupuesto ordinario del Gobierno central para 1991. También representa cerca del 4% del Producto Nacional Bruto, basado en los datos de 1990. Si tomamos en cuenta todos los desastres naturales que se han experimentado en Costa Rica a lo largo de un año, las pérdidas adicionales suman aproximadamente 6% del Producto Nacional Bruto de 1990. Para un país en vías de desarrollo, con limitados y escasos recursos, esto representa un impedimento mayor e impacto en la economía nacional" (Méndez Antillón 1991) (traducción nuestra).

Los doscientos millones de dólares a los que se refirió Méndez Antillón (lo cual es consistente con la información presentada en el documento de Rosales), solamente incluye el costo de remplazo de infraestructura y no toma en cuenta "pérdidas industriales, agrícolas y comerciales, sufridas por individuos o corporaciones" (Méndez Antillón 1991).

Hasta agosto de 1991 las pérdidas directas de corto plazo en la agricultura fueron estimadas en unos 7 mil millones de colones en el documento de Rosales. No obstante, la autora no realizó cálculos en cuanto a las pérdidas de corto y mediano plazo en la industria, comercio y servicios, sin mencionar en el largo plazo. Por esta razón, un cálculo total del impacto del terremoto en la economía nacional y regional se vuelve imposible sin investigaciones particulares sobre el tema. A pesar de esto, algunos aspectos quedan claros en cuanto a los sectores socialmente más afectados o vulnerables.

En primer lugar, los sectores predominantes dedicados a la agricultura semicomercial o de subsistencia de pequeña escala, claramente sufrieron pérdidas severas de corto plazo y, debido a su base financiera limitada, enormes problemas en restablecer su capacidad de producción a mediano plazo.

La población indígena de las montañas y valles de Talamanca, relativamente aislados durante meses, debido a la destrucción de los caminos de transporte terrestre, fueron particularmente golpeados, dada su dependencia económica de la producción de plátano en pequeña escala, y a las dificultades que enfrentaron en trasladar sus productos a mercados relativamente distantes.

La producción platanera de las comunidades indígenas, con un valor estimado de 18 millones de colones por mes, fue básicamente perdida durante meses después del terremoto, afectando seriamente los ingresos de muchas familias. Este factor, acompañado por la erosión histórica de la autosuficiencia local en el suministro de alimentos y de productos industriales sencillos, colocó a las familias en una situación precaria.

Un segundo sector que obviamente fue afectado lo constituye la industria turística, particularmente los sectores de pequeña y mediana escala dentro y fuera de la ciudad de Limón. Las comunidades pequeñas de las costas del Atlántico (Tortuguero, Cahuita, Puerto Viejo, Punta Uvita, Manzanillo) descansan en gran parte en los ingresos que produce el turismo. El levantamiento costeño, el depósito en gran escala de maderas en las playas después de las inundaciones de agosto, el difícil acceso por tierra durante meses y un factor inherente de temor entre potenciales visitantes redujeron drásticamente los flujos de turistas hacia la costa Atlántica. En el mes de octubre, seis meses después del sismo, representantes de la industria turística del pueblo de Cahuita indicaron que los niveles de visitantes habían bajado a un 20% de las tasas normales.

Con referencia a las inundaciones de agosto, la información oficial proporcionada por la Comisión Nacional de Emergencias, estimaba una pérdida directa de 3.305 millones de colones (29 millones de dólares). Los mayores impactos se sintieron en la vivienda, donde unas 3.000 fueron afectadas con un valor de 1.500 millones de colones, en la agricultura con pérdidas de cerca de 1.000 millones de colones y en carreteras, caminos y puentes, con 535 millones de pérdidas (ver Comisión Nacional de Emergencias 1991).

 La zonificación del impacto: hacia un entendimiento de las formas diferenciadas de respuesta

Como hemos comentado anteriormente, el sismo y las inundaciones tuvieron su mayor impacto en una área de unos 9.000 km2 en Costa Rica. Sin embargo, este territorio dista de presentar un conjunto homogéneo visto desde la perspectiva de su conformación físico-natural o humano-social o desde la perspectiva del impacto físico o humano de los eventos.

El grado y las características del impacto fueron condicionados por las diferenciaciones objetivas en el espacio físico y humano, permitiéndonos así hablar de una espacialidad o regionalidad de los desastres. Esto tiene gran importancia en el entendimiento de los procesos de gestión de los desastres. En este otro sentido, es posible hablar no de un solo desastre sino de varios desastres producto de un único evento.

En lo que se refiere a lo físico-natural propiamente dicho, la intensidad (en términos destructivos o desorganizadores) del sismo no estuvo directamente relacionado con la distancia del epicentro en sí, sino condicionado por aspectos como el grado de levantamiento de la corteza terrestre y las condiciones del subsuelo que propiciaban procesos de licuefacción, filtración de aguas marinas, etc. De este modo, algunas de las mayores intensidades absolutas y la desorganización condicionada por estas intensidades, se sufrieron en las zonas de Limón y cercanías, en los límites extremos de la zona de desastre. Así por ejemplo, los poblados de Bataan, Matina, Zent, Estrada y 28 Millas, ubicados al oeste de la ciudad de Limón, tuvieron mayor intensidad e impactos infraestructurales que muchos poblados en la zona de Talamanca, próximos al epicentro.

A pesar de la indudable importancia de las características físicas del sismo en términos de la espacialidad del impacto, son, sin embargo, las características sociales del territorio las que permiten más claramente distinguir distintas zonas de desastre y, posteriormente, zonas de respuesta diferenciadas.

En particular, podemos distinguir cuatro zonas distintas. Primero, la ciudad de Limón y una serie de poblados en proximidad a la carretera principal que comunica esta ciudad a Siquirres y San José. Esta zona se tipifica por una alta densidad relativa de población (y de concentración urbana), infraestructura económica y social y actividades económicas de importancia regional y nacional. Segundo, la zona comprendida por el Valle de la Estrella, con una población dispersa rural organizada en torno a grandes fincas bananeras y una economía semicomercial y de subsistencia. Constituye una zona de crítica importancia para la economía nacional dado el peso de las exportaciones bananeras que se originan en la zona. Tercero, la zona del Alto y Baja Talamanca, en el sur de la provincia, caracterizada por una población dispersa, ubicada en pequeños poblados de orígenes negro, indígena y mestizo y dedicada a la producción agrícola, al turismo y el comercio en pequeña escala y que presenta alguno de los niveles más altos de pobreza, analfabetismo y morbilidad en el país. Y, cuarto, la zona de Turrialba, montañosa, con algún grado de concentración urbana y una alta dispersión demográfica en poblados indígenas. Esta zona es claramente diferenciada de la provincia de Limón, expresando un subconjunto espacial de características distintas. Como hemos comentado con anterioridad, nuestro análisis de la respuesta al desastre presentado adelante no considera en profundidad esta última subzona.

En el siguiente apartado tendremos la oportunidad de analizar los procesos históricos que han conducido al desarrollo de esta zonificación, la cual, como hemos insistido, reviste una gran importancia para entender las formas diferenciadas de respuesta social desplegadas frente a los desastres en la región.

 Reseña Geográfica

La provincia de Limón comprende un territorio de 9.150 km2, ubicada en la Vertiente Atlántica de Costa Rica (51,000 km2). Administrativamente, constituye una de las siete provincias en que se divide el país. Internamente, se subdivide en seis cantones (niveles de gobierno local) que son: Guácimo, Pococí, Matina, Limón (la capital de la provincia), Siquirres y Talamanca.

Geográficamente, comprende una extensiva área de planicie costeña y las laderas y componentes de las zonas montañosas de la Cordillera de Talamanca y Central, mostrando niveles altitudinales que varían entre los 0 y los 3,000 metros sobre el nivel del mar. Atravesada por las cuencas de ocho ríos importantes, comprende una región de amplia diversidad biológica, principalmente de tipo trópico-húmedo, y cuenta con varias zonas de protección ecológica (Parques Nacionales, Reservas de Fauna Silvestre y Forestales, etc.) Los niveles de precipitación promedian los 2,000 mm. anuales, con áreas de las laderas cordilleranas que reciben hasta 9,000 mm.

La población total de la provincia sumaba un estimado de 224,000 personas en 1990, de las cuales el 70% se registraron como rurales y el 30% como urbanas. En adición a la población migrante mestiza, negra y china que tipifica la región, cuenta con nueve territorios indígenas, ubicados principalmente en el Alto y Bajo Talamanca y en la zona de Chirripó.

La ciudad de Limón, con una población estimada de 60.000 personas en 1990, constituye el único centro urbano de importancia regional, siendo la segunda ciudad de importancia en el país fuera del Área Metropolitana de San José.

 La provincia de Limón: El Contexto y su Conformación Histórica

La provincia de Limón corresponde a una de las seis regiones de planificación establecidas en Costa Rica, denominada Región Huetar Atlántica.

Conceptuada como "periférica" (Carvajal 1991) o "espacio vacío" (Valverde y otros 1985) hasta finales del siglo pasado, exhibe hasta hoy la herencia de la implantación del cultivo bananero, que se expresa en términos económicos, sociales, políticos, culturales y ecológicos.

Dicha herencia se traduce en la actual dependencia económica de actividades agroexportadoras y portuarias; una particular integración política respecto del resto del país; deprimidos indicadores socioeconómicos y un perfil cultural particular resultado de la diversidad étnica. Esto último, por la inmigración masiva de negros antillanos y un número importante de chinos durante el siglo pasado, además de la población mestiza y de ascendencia hispana y la población aborigen asentada esencialmente en el cantón de Talamanca.

 Desarrollo Regional y Contexto Nacional

Hasta mediados del siglo XIX, la región atlántica constituía un ámbito económico y social de muy escaso desarrollo, con nexos y significación muy débiles para el conjunto del país. Antiguamente la región había tenido cierta importancia económica por la producción de cacao que fuera incentivada por las autoridades coloniales. Aunque más tarde la producción de cacao experimentaría nuevo auge, paralelamente se iniciaba en la región Atlántica el cultivo bananero, que se constituyó en el factor fundamental de articulación de ésta con la economía nacional. Así, la investigación histórica, económica y social muestra que "la estructuración de la región Atlántica fue provocada por el desarrollo del enclave bananero en el último cuarto del siglo pasado" (Valverde y otros 1985:48) a partir de la constitución del "eje ferrocarril-producción y exportación bananera" (loc. cit).

La construcción del ferrocarril (1873-1890) se planteó como la necesidad de contar con una alternativa al puerto de Puntarenas en el Pacífico, para la salida de productos al exterior, en especial del café. Junto con el contrato de construcción ferroviaria, el Estado costarricense hizo concesión de tierras baldías (100,000 Ha.) a la compañía constructora, en la periferia de la vía, lo que dio origen a la producción bananera.

La concesión de tierras a la compañía constructora del ferrocarril brindó las bases para la configuración de un enclave bananero a partir de 1899, bajo el control de la United Fruit Company (UFCO). La construcción del ferrocarril primero y la actividad bananera luego, fueron determinantes para la inmigración de población negra y, en menor medida, china.

El carácter de enclave se expresó no sólo a través del monopolio de la producción, comercialización, transporte y alquiler de tierras aptas para el cultivo bananero, sino además, mediante la estructuración de un espacio social organizado dentro de un sistema de signos, códigos y formas de representación ideológica diferentes al resto del país (cfr. Camacho 1988); además de un innegable poder político (regional y nacional) derivado de la importancia económica de su actividad.

La dinámica impuesta por la actividad bananera se expresa nítidamente cuando la UFCO traslada la explotación bananera a la región del Pacífico (1938), provocando en Limón una aguda crisis social que se traduce en masiva emigración. Este traslado de las operaciones fue consecuencia de la caída de los precios del banano, resultado de la depresión mundial, y también como resultado de los conflictos laborales provocados por el despido masivo de trabajadores, y descenso de los salarios, cuya máxima expresión fue la huelga de 1934.

No obstante, desde 1920 la UFCO había disminuido su producción como consecuencia de la baja en los rendimientos, producto de la enfermedad de Panamá que afectó los bananales, y el agotamiento del suelo; pasando así a depender crecientemente de los productores independientes para mantener la exportación.

A partir de la segunda mitad de la década de 1950, unido al retorno de la actividad bananera a la región, el Estado desarrolla políticas de mayor intervención en la esfera económica y regional. Como consecuencia de ello, se desarrollan obras de infraestructura, incentivos a la producción bananera e incrementos tributarios a la exportación y a la vez se busca fomentar el desarrollo de productores bananeros nacionales.

A ello se agrega la expansión de las actividades del Sector Público en la región: servicios colectivos, comunicaciones, etc., y de proyectos productivos a través de la Junta Administrativa para el Desarrollo de la Vertiente Atlántica (JAPDEVA) creada en 1963.

Asimismo, el Estado nacionaliza el ferrocarril (1971), impulsa la modernización portuaria, construye la primera carretera entre San José y Limón (vía Turrialba), primero de lastre (1966-70) y, posteriormente (1970-74) asfaltada (anteriormente el acceso por tierra a la región solamente se podía hacer por ferrocarril o por una difícil travesía, utilizando trochas o caminos secundarios en mal estado); y compra tierras a la UFCO y a la United Brand Company; en el sector agropecuario desarrolla políticas de asignación de tierras y acciones tendientes a la diversificación productiva.

En términos generales; a raíz de estos cambios, la región Atlántica experimenta en las últimas dos décadas un proceso de modernización y diversificación económica y una relativa mayor articulación con los procesos nacionales de desarrollo. No obstante, el sello de la economía de plantación, sigue siendo limitativa para el desarrollo regional, tanto por la herencia sobre la estructura productiva y de la infraestructura, como por la condición extrovertida de su lógica económica, lo que se traduce a su vez, en débil articulación intrarregional.

 Rasgos económicos y sociales

La región atlántica ofrece una diferenciación interna que según Smith y Rivera (1987) permite distinguir tres sub-regiones: hacia el norte, el cantón de Pococí, con áreas de influencia sobre los cantones de Guácimo y Siquirres (sub-región que escapa en mayor medida los impactos del sismo de abril de 1991); en el centro, los cantones de Limón y Matina, y al sur, el cantón de Talamanca. La primera sub-región concentra actividad bananera, ganadería y granos básicos (arroz bajo formas empresariales). En la segunda sub-región, que contiene 36% de la población regional, predominan actividades concentradas en la capital de la provincia (la ciudad de Limón): actividades agropecuarias en menor escala y cierto desarrollo de actividades industriales. La sub-región de Talamanca, con alto grado de aislamiento por la débil conexión de caminos, con una población de 14.216 personas (6% de la población regional), es área productora de banano, y palma aceitera. Además, produce cacao, plátano, maíz, tubérculos y ganadería menor, correspondiente esencialmente a actividades de los grupos indígenas presentes en la sub-región.

El desarrollo urbano en la provincia de Limón se concentra fundamentalmente en la capital provincial y secundariamente en las ciudades de Guápiles y Siquirres (cantones de Pococí y Siquirres respectivamente). El crecimiento urbano en la ciudad de Limón está asociado al desarrollo portuario, actividades industriales y estatales. La población de la ciudad crece un 5.3% anual entre 1963-1973 y a un 3.4% anual entre 1973-1984. Para 1991, cuenta con una población de unas 60.000 personas.

Desde el punto de vista de la región en su conjunto, muestra importante crecimiento demográfico en los últimos años. En julio de 1987 en la región se ubicaba el 7.6% de la población del país y en julio de 1990 asciende al 8% del total. Entre esos años, la tasa de crecimiento promedio anual de la región fue de 4.1%, mientras que para el total del país dicha tasa fue de 2.4%.

La estructura económica regional muestra que el sector agrícola es predominante. De acuerdo al Censo de 1984, el 45% de la PEA se ubicaba en la agricultura; 28% en el sector servicios; 19% en comercio y un 11% en los sectores de industria y construcción. Asimismo, entre los años 1987 y 1990 dentro de la población ocupada de la región, la población ligada a la agricultura oscilaba entre 49 a 51% del total de ocupados.

Dentro de la región, cerca de un tercio de la superficie en fincas se destina a la agricultura, lo que representa uno de los más bajos usos agrícolas del suelo entre las regiones de planificación del país. Entre los cultivos perennes, sólo el banano incrementa la superficie cultivada en la región en los últimos veinte años. La superficie cultivada de banano pasa de 4.300 Ha. en 1963 a 17.900 Ha. en 1984 (Camacho 1991:18). Dentro de la región Atlántica, las áreas de Bananito Sur y Valle de la Estrella son importantes en esta expansión del cultivo.

El sector industrial manufacturero tiene poca significación dentro de la región; entre 1987 y 1990 absorbió menos de 8% de la población ocupada regional, en tanto que en el país la cifra alcanza a un 18%. A su vez, dentro de la región más de la mitad de las empresas se localizan en el cantón de Limón, menos de un tercio en Pococí y el resto dentro de los otros cantones, con excepción de Talamanca que no registra actividad industrial manufacturera. En general se trata de empresas que abastecen mercados regionales y en muy pocos casos son exportadoras; más de un tercio son proveedoras de insumos.

En términos globales, la distribución de la población en actividades económicas muestra una estructura segmentada. Predominio de asalariados (68% en 1984) y dentro de estos el 50% son asalariados agrícolas. La segunda gran categoría de ocupación son los trabajadores por cuenta propia de los cuales el 65% están ligados a la agricultura. La población urbana, donde también predominan los asalariados, se ubica en dos ramas de actividades fundamentales: servicios, y transporte, almacenamiento y comunicaciones.

Teniendo en consideración los años 1987 a 1992, la región atlántica muestra, por una parte, fluctuaciones en las tasas de desempleo abierto y, por otra, un aumento permanente de la tasa bruta de participación (Ministerio de Trabajo 1991). En 1987 la tasa bruta de participación fue de 35.2% y en 1990 alcanzó a 40.2%. Entre esos mismos años la tasa de crecimiento promedio anual de la población ocupada llegó a 9.4% y la del país fue de 3.3%. Simultáneamente, la tasa de desempleo abierto, según las Encuestas de Hogares, fluctuaba como se indica en la siguiente tabla.

Cuadro 3

COSTA RICA Y REGIÓN HUETAR ATLÁNTICA:

TASAS DE DESEMPLEO ABIERTO

(1987-1992)

 

 AÑOS

PAÍS

REGIÓN HUETAR ATLÁNTICA

1987

5.6

7.1

1988

5.5

7.5

1989

3.8

3.8

1990

4.6

5.7

1991

5.5

4.7

1992

4.1

8.2

 

En términos globales, la región ha mantenido tasas de subutilización de mano de obra de 14%, 13.6%, 9.1% y 12.8% entre los años 1987 a 1990. Además, las tasas abiertas de desempleo esconden una amplia subutilización de mano de obra ocupada en actividades de baja productividad y sub-remuneradas (desempleo invisible).

Por otra parte, la región se caracteriza como área de inmigración en los últimos veinticinco años. Todos los cantones, con excepción de Limón, son de inmigración neta y el conjunto de la región alcanza el mayor saldo migratorio positivo del país. La apertura de la carretera entre San José y Limón en 1974 (vía Turrialba) y el acceso generalizado que dio a la provincia por primera vez en su historia, tuvo importantes repercusiones en estos flujos demográficos. La colonización agrícola del bosque trópico-húmedo de planicie y montaña, con sus impactos sobre los ecosistemas regionales, fue una repercusión importante de esta tendencia y las formas de ocupación del territorio que suscitó.

La estructura y dinámica del empleo en la región puede considerarse como un sistema encadenado de relaciones que tiene como eje articulador a la producción agrícola exportable y las labores portuarias (carga y descarga de mercancías, servicios de almacenamiento y navieros), más los servicios de transporte correspondientes. De allí la importancia del sector terciario en el cantón de Limón (cerca del 70% de las empresas de más de 20 trabajadores). Este encadenamiento tiene a su vez la particularidad de operar dentro de un mercado de trabajo inestable. Tanto en las actividades bananeras como en las portuarias la forma de contratación por tarea acentúa la presencia de empleo precario.

 Patrones de Asentamiento y Condiciones Sociales

Como antes se indicara, el 70% de la población de la región reside en el área rural, distribuida de forma desigual (en algunas zonas con acentuada dispersión) según la presencia de focos de actividad económica. Por oposición, más del 60% de la población urbana de la región se concentra en la ciudad de Limón.

En el sector rural la actividad bananera genera espacios dicotómicos: las áreas de las grandes plantaciones, altamente organizadas, con equipamiento e infraestructura, incluyendo las bien construidas casas de los obreros permanentes; y zonas de grandes barracas donde residen trabajadores temporales, muchos de ellos migrantes. A su vez, desde el punto de vista del uso del suelo, la producción bananera (transnacional y de productores nacionales) junto con homogeneizar el espacio provoca una periferia conformada por campesinos que ocupan en precario tierras aledañas, con pequeñas fincas de autoconsumo y que pueden trabajar esporádicamente para las empresas bananeras. Esta conformación se da particularmente en el Valle del Río de la Estrella, al sur de la ciudad de Limón, en lo que se refiere al área de mayor impacto de los desastres.

En la ciudad de Limón, el escenario adquiere cierta similitud, en la medida que se encuentran amplias zonas y cinturones de tugurios, donde residen mayoritariamente trabajadores portuarios. Muchos de estos tugurios son fruto de invasiones ilegales. Según datos del Instituto Mixto de Ayuda Social, en la ciudad de Limón se concentraba en 1984 el 75% de los tugurios de toda la provincia.

Por otra parte, cabe destacar que en el sector agropecuario coexisten distintos sistemas de producción que a su vez determinan diversas formas de ocupación del espacio, de apropiación del medio y de relaciones sociales. Ellos son, las grandes áreas de monocultivo (banano, y banano-bambú), áreas de ganadería en pequeña y mediana escala, áreas de pequeñas fincas de autoconsumo con policultivos y áreas de agricultura itinerante practicada por grupos indígenas.

Los dos sistemas polares, corresponden a las prácticas de policultivos de los grupos indígenas que manteniendo antiguas tradiciones coexisten con la biodiversidad de los ecosistemas; en el otro extremo, el monocultivo bananero que si bien constituye una forma de explotación altamente rentable, genera severas consecuencias ecológicas y sociales. El cultivo bananero se realiza en las tierras más aptas. De allí el fuerte desplazamiento de campesinos y la concentración de la tierra a medida que el cultivo se expande. Las consecuencias ecológicas de la explotación bananera se expresan en sedimentación, contaminación por desechos sólidos, deforestación y uso intensivo de agroquímicos; situaciones que han sido reiteradamente denunciadas por organizaciones campesinas, ecologistas e indígenas.

Desde el punto de vista de las condiciones sociales, considerando sólo algunos indicadores, se evidencia la situación de desigualdad y marginación de la región Atlántica respecto de la mayoría de las otras regiones del país. A este respecto las condiciones de salud y educación son elocuentes.

En 1989 la tasa bruta de mortalidad en la región alcanzó a 4.08 por mil habitantes y la tasa de mortalidad infantil fue de 17.4 por mil nacidos vivos. Las mismas tasas para el país fueron de 3.84 y 15.26 respectivamente. Más aun, la tasa de mortalidad infantil posneonatal (posteriores a las primeras cuatro semanas de vida) alcanzaba en la región a 7.27 por mil, para el país era de 6.14. La mortalidad infantil posneonatal es considerada altamente sensible a condiciones exógenas (Sáenz 1992:53). Asimismo, la región presenta la menor cobertura de atención posnatal entre todas las regiones del país.

En cuanto a los indicadores educacionales, en 1989 el porcentaje de analfabetismo en el país era de 6.9, en la región Atlántica ascendía a 10.9, y en el cantón de Talamanca se elevaba a 22.2%. Otro tanto acontece con los niveles de asistencia a centros educativos de la población en edad escolar, así como la distribución de la población según niveles de instrucción formal, ofreciendo una clara situación de desventaja respecto al desarrollo de los recursos humanos.

En síntesis, la estructura y dinámica de empleo, las condiciones de vida, niveles de educación, etc., configuran una realidad social regional de marginalidad, con los consiguientes efectos subjetivos sobre la población que además de ser culturalmente "distinta", percibe el mundo del resto del país, y particularmente de la región central y de los centros político-administrativos nacionales, como una realidad que le es ajena.

 Dinámica Social

Históricamente, la región Atlántica ha sido escenario de importantes conflictos sociales, a menudo relacionados con el sector bananero. En las últimas décadas, en la provincia de Limón se ha desarrollado una amplia gama de confrontaciones sociales con diverso contenido reivindicativo e involucrando a diversos sectores de la población.

De forma esquemática se puede diferenciar cuatro clases de actores generadores de demandas, protestas, movilizaciones, huelgas y de "movimientos sectoriales con repercusiones regionales" capaces de estructurar "un movimiento social regional" (Valverde y otros 1985:143). Ellos son, los asalariados rurales de las fincas bananeras, los campesinos, los asalariados urbanos (públicos y privados) y sectores urbanos de composición diversa con demandas comunales. A ello cabe agregar la emergencia en los últimos años de reivindicaciones del campesinado indígena, aunque no alcanza a revestir los niveles de conflicto protagonizados por los anteriores.

La naturaleza de las demandas y la generación de conflictos sociales pueden agruparse, a grandes rasgos, de la siguiente forma: salariales y de condiciones de trabajo de los asalariados; demandas por acceso a la tierra, precios agrícolas y de insumos de los campesinos; y, demandas por vivienda, equipamientos colectivos y mejoramiento de servicios sociales, planteadas por grupos comunales.

Estas reivindicaciones, que son comunes a diferentes contextos urbanos y rurales, en el caso de la provincia de Limón adquieren peculiaridad en función de factores tales como, el encadenamiento de actividades económicas productivas y de servicios; la escasa diversidad de centros de trabajo con vínculos económicos y sociales (sectores público y privado) y el carácter marginal de la región, herencia de la economía de enclave.

El carácter marginal tiene consecuencias sobre la autorrepresentación que hacen sus habitantes, en términos de constituir un espacio distinto y discriminado por el resto de la sociedad nacional y sus instituciones, lo que le otorga especificidad adicional a los conflictos sociales.

Los análisis sistemáticos respecto de los movimientos sociales en Limón son escasos. De allí que para ilustrar sobre la naturaleza de los conflictos cabe considerar el periodo 1972-1985 analizado por Smith y Rivera (1987) y por Valverde y otros (1985).

Entre 1972 y 1985 se produjeron 66 conflictos, 17 de los cuales correspondieron al sector público y 49 al sector privado. Desde otro punto de vista, entre esos mismos conflictos uno tuvo carácter estrictamente comunal, 39 afectaron al sector bananero y 26 al sector público y privado no bananero. Según el Ministerio de Trabajo, en ese periodo la región atlántica concentró el 60% de los conflictos suscitados en todo el país.

Un rasgo sobresaliente de algunos conflictos en la región, lo constituye el hecho de hacerse extensivos, incorporando diversos sectores, así como la incorporación de organizaciones por solidaridad.

En el periodo considerado se puede identificar cuatro movimientos que tuvieron pluralidad de actores y en los que de una reivindicación sectorial se pasa a una situación que paralizó gran parte de las actividades de la provincia (abril 1975, agosto 1979, abril 1981, abril-mayo 1984). En algunos casos, como la huelga de agosto de 1979, la paralización generalizada de actividades y el cierre de las vías de acceso a la capital provincial facilitado por la misma condición de marginalidad espacial, transformó el conflicto en una situación crítica en el desenvolvimiento de la vida política nacional. Esta huelga fue conducida por la Federación de Trabajadores de Limón (FETRAL), una agrupación de los sindicatos más fuertes y combativos de la región. Desde 1979 hasta la fecha, la FETRAL ha sufrido un franco descenso en su poder de convocatoria y reivindicativo. Con posterioridad a la huelga de 1979, la única protesta de dimensión regional fue organizada en 1989 por el efímero, pero potente, Comité para el Estudio y Solución de los Problemas de Limón (CPESPL).

Se debe considerar que las huelgas bananeras, así como la paralización de los muelles, son asumidas por el poder político como un asunto de interés nacional. De allí que en situaciones de álgido conflicto, la solución de éste involucra al poder central y a las direcciones de los principales partidos políticos.

Si se juzga el historial socio-organizativo regional podría considerarse que existen condiciones para potenciar una sociedad civil sólida. La región cuenta con numerosas organizaciones sindicales, que agrupan a obreros agrícolas, industriales, campesinos, empleados del Estado, etc.; además de un número importante de cooperativas, asociaciones solidarias, organizaciones comunales, etc.

Sin embargo, en la experiencia histórica reciente de la región, esta aparente fuerza ha exhibido simultáneamente su debilidad, en términos de lograr una cohesión social regional. En las ocasiones que la población ha actuado cohesivamente para hacer presente sus demandas, la intervención del poder estatal y particularmente de los partidos políticos ha provocado fracturas en la acción regional conjunta, precisamente porque los partidos políticos están presentes dentro de las organizaciones regionales. Así, la paralización de Limón vista como una cuestión de interés nacional, favorece la intervención política conjunta de los partidos mayoritarios.

De forma que el carácter regional de los problemas que motivan las movilizaciones sociales, termina por inscribirse dentro del juego de intereses de las fuerzas políticas. Desde hace varias décadas, el sistema político costarricense se ha teñido de un sello bipartidista. De allí que la emergencia de organizaciones políticas provinciales surgidas hace algunos años y que han alcanzado incluso representación parlamentaria muy reducida, queda atrapada dentro de mecanismos de cooptación bipartidistas.

"La dependencia con los centros de poder localizados en la región metropolitana, debe ser vista como la consecuencia de las tendencias estructurales que se eternizan a través del funcionamiento del marco institucional y de las políticas públicas". (Carvajal 1991:79)

Finalmente, la región está sellada por una importante representación religiosa o eclesial. La dominante Iglesia Católica está liderada por el obispo más combativo y socialmente comprometido en el país, característica que toman gran número de los curas locales. Seguidores del difunto Arzobispo Monseñor Sanabria, su posición ha sido "contraria" a la jerarquía eclesial del país durante los últimos años. El Obispo Coto ha sido un constante crítico de los atropellos sociales de las compañías bananeras en la región y defensor de los intereses de los pobres urbanos, campesinos e indígenas.

Similar posición ha sido típica, en general, de las Iglesias protestantes históricas (Metodista, Episcopal, Luterana, Bautista y Pentecostal), cuya presencia en la región data de las migraciones de población negra a Limón en el siglo pasado. Estas Iglesias históricas se acompañan por un elevado y creciente número de sectas protestantes, evangélicas, en general de signo conservador y fundamentalista. De las Iglesias de la región, todas con lazos directos con la comunidad, ha existido una relación de colaboración más que de antagonismo entre las protestantes históricas y la católica, no así con las sectas.

 Gestión y Respuesta a los Desastres

 La Gestión del Desastre: La Respuesta Oficial, la Respuesta Popular, y el Rescate de la Historia Regional

El objetivo de este apartado es el de presentar un análisis sucinto de las principales facetas de la gestión de la emergencia, rehabilitación y reconstrucción llevado a cabo en la provincia de Limón a raíz del sismo e inundaciones de 1991, destacando aquellos aspectos de relevancia para una consideración de los modelos institucionales de gestión de desastres.

El análisis presentado busca rescatar nuestra hipótesis de trabajo, fundamentada en la idea central de la relación necesaria entre las formas de respuesta desplegadas y el historial de la región visto en términos de sus estructuras económicas, sociales, políticas, organizativas, étnicas y espaciales.

Nuestro análisis se organiza en torno a los principales ejes institucionales presentes en la gestión de los desastres; particularmente en lo que se refiere a las instituciones estatales, internacionales y de la sociedad civil (ONGs, organizaciones de pobladores, organizaciones gremiales, iglesias, etc.).

Para iniciar nuestro análisis, presentamos un cronograma comentado, sucinto, de los principales hitos de la gestión de los desastres durante el periodo de abril de 1991 hasta diciembre de 1992. Esto servirá como punto de referencia y ubicación para el lector en cuanto al análisis ofrecido posteriormente.

Cuadro 4

CRONOGRAMA Y DESCRIPCIÓN DE LOS PRINCIPALES COMPONENTES

DE LA GESTIÓN DE LOS DESASTRES

 

 FECHA

SUCESO O EVENTO

NIVEL ESPACIAL O UBICACIÓN

PRINCIPALES INSTITUCIONES PROTAGONISTAS

1. Crisis

/Emergencia

 

 

22/04/91

(3:57 p.m.)

Sismo Limón-Telire

provincia de Limón y zona de Turrialba, Cartago

 

22/04/91

a) Organización, Respuesta Inmediata Local

provincia de Limón y subconjuntos

Comisión Local de Emergencias (Limón Ciudad), Cruz Roja, Limón, Hospital Tony Facio y sistema de salud

Organizaciones Locales de Búsqueda y Rescate

 

b) Reconocimiento de campos desde San José

provincia de Limón y

subconjuntos

Comisión Nacional de Emergencias

Ministerio de la Presidencia

23-24/04

1991

a) Movilización de Recursos Humanos y Materiales desde San José

Limón centro y zona

inmediata principalmente

Comisión Nacional de Emergencias

Cruz Roja Nacional

Instituciones Gubernamentales (electricidad, teléfonos, acueductos y alcantarillados y obras públicas y transporte)

 

b) Equipos Internacionales de Rescate

Limón Centro, principalmente

Equipo Británico y Suizo

 

c) Puente aéreo médico

Limón-San José

Hospital Tony Facio

Cruz Roja

Hospitales de San José

 

d) Llegada equipos aéreos (helicópteros)

provincia de Limón con

base en la ciudad de Limón

Fuerzas Aéreas Sandinistas, EE.UU, Honduras, ONUCA (Naciones Unidas)

25/04/91

Nombramiento de Coordinadores de la Emergencia

a) Global

b) Limón centro Sur de Limón y Turrialba

c) Matina, Bataan Zent, Estrada

Ministro de la Presidencia

Ministro de Agricultura

Presidente Ejecutivo del INVU

26/04/91

Formación Comisión Popular de Emergencia

Limón

FETRAL

APDE

Iglesia Episcopal y otras

ANAVI

Organizaciones de Base (Coordinadora Campesina, Unión de Pequeños Agricultores de Limón, etc.)

 

Formación Comisión Popular de Emergencias de San José

San José

Consejo de Centros

CECADE

Coordinadora de Barrios

ACJ, y otras ONGs

27/04/91

Apertura paso terrestre

San José-Limón

Ministerio de Obras Públicas

1º/05/91

Finaliza Fase Oficial de Emergencia e inicia Fases de Rehabilitación y Reconstrucción

Limón

Turrialba

Comisión Nacional de Emergencias

Ministerio de la Presidencia

Ministerios Sectoriales

2. Fase

de Rehabilitación y

Reconstrucción

 

05/91

Instalación Plan de Vigilancia de Cuencas

Limón-Turrialba

Comisión Nacional de Emergencias

Organizaciones Locales

ICE

16/05/91

Publicación Plan Regulador de la Reconstrucción

Limón

Turrialba

Comisión Nacional de Emergencias

Ministerio de Obras Públicas

19/05/91

Se forma Comisión Permanente de Emergencia y Reconstrucción de Talamanca

Zona de Alta y Baja

Talamanca, sur de Limón

Fundación Guilombé

Organizaciones y Representaciones

Locales

11/08/91

Inundaciones

Limón

Turrialba

Comisión Nacional de Emergencias

Cruz Roja

31/08/91

Instalación CabildoAbierto, Municipalidad de Limón

Limón

Municipalidad y fuerzas vivas de Limón

03/09/91

Se forma Comisión Intergubernamental para la Reconstrucción

Limón

Turrialba

Ministerio de la Presidencia

Comisión Nacional de Emergencias

Ministerios e Instituciones

Autónomas del Gobierno

18/10/91

Bloqueo de Calles y Movilización Popular

Limón centro y acceso a la ciudad

Cabildo Abierto

ANAVI

Otras organizaciones locales

22/10/91

Negociación Gobierno con Comisión Cabildo Abierto

Limón centro

Ministerio de la Presidencia

Comisión del Cabildo Abierto

23/10/91 al 15/11/91

Negociación Gobierno Comisiones Locales

Sectoriales

Limón

Ministerios del Gobierno y Autónomas con representantes Locales del Cabildo Abierto

01/92

Comisión FETRAL-Cámara de Exportadores de Banano para negociar Reconstrucción con el Gobierno

Limón/San José

FETRAL

CADEXO

Municipalidad de Limón

04/92

Evaluación logros de reconstrucción de ONGs, sectores populares e institucionales gubernamentales

Limón centro

APDE

ACJ

Coordinadora Campesina

otros

 

 La Gestión de los Desastres: Organizaciones e Interrelaciones

La gestión de los desastres de Limón (y Turrialba) suscitó el concurso de un elevado número de instituciones y actores sociales, predominantemente nacionales, pero también internacionales; estos últimos particularmente en las fases de crisis/emergencia y de rehabilitación. Esencialmente, estas instituciones pueden clasificarse en cinco tipos genéricos y dieciséis tipos específicos (véase anexo 3 para un desglose de las instituciones presentes en el caso de Limón).

a) Instituciones Gubernamentales

i) Ministerios

ii) Entes Autónomos y Semiautónomos Sectoriales y Territoriales

iii) provinciales y Municipalidades

iv) Asociaciones de Desarrollo Comunitario

v) Organizaciones de Coordinación Inter-institucionales

b) Representaciones Internacionales

i) Gubernamentales

ii) Inter-gubernamentales

iii) No Gubernamentales

c) Organizaciones de Base o Similares

i) Eclesiales

ii) Sindicales y similares

iii) Campesinas y/o Indígenas

iv) Pobladores Urbanos

v) Organismos de Coordinación Inter-organizacionales

d) Organizaciones no Gubernamentales Nacionales

i) De nivel Nacional

ii) De proyección o ubicación Regional (Limón)

e) Organismos Multi-Organizacionales (que pueden incluir segmentos de las organizaciones incluidas de a a d).

Cada organización o institución comprendida bajo los tipos específicos tiene sus propios puntos de referencia y proyección social, ámbito espacial de acción, características decisorias, rango de actividades, etc., que les son propias y que existen con anterioridad, o que, en el caso de organizaciones "emergentes", se perfilan durante su actuación en el contexto coyuntural de un desastre. Además, las instituciones pre-existentes tienen sus propios nexos, alianzas, áreas de colaboración e identificación social, filosófica o práctica, y "antagonismos" con algunas de las otras instituciones, previo al desastre. Esta suma de relaciones y características influye de forma importante en su razón y forma de actuar durante la emergencia o las fases de rehabilitación y reconstrucción. En seguida, analizaremos las características de la respuesta, organizadas por ejes institucionales y conjuntos de relaciones institucionales fundamentales.

 Las Instituciones Gubernamentales: Desempeño y Relaciones

Por ley, la institución rectora o coordinadora del manejo de desastres en Costa Rica es la denominada Comisión Nacional de Emergencias (CNE). Esta institución, orgánicamente vinculada al Ministerio de Obras Públicas y Transportes, se organiza en torno a una Presidencia y Dirección Ejecutiva y dos direcciones técnicas en el área de la Prevención y Mitigación de desastres y en Operaciones de Emergencia. Cuenta con un nivel decisorio compuesto por representantes de varios Ministerios y entes autónomos del gobierno Central y de la Cruz Roja Costarricense. Sus labores, a nivel descentralizado, se deben impulsar con la creación de Comités Regionales de Emergencia (ubicados en las cabeceras de provincia) y Comités Locales, a nivel cantonal. Estas instancias se componen esencialmente por las mismas instituciones con representantes en la Comisión Nacional.

En su papel de ente coordinador, la CNE no cuenta en sí con un presupuesto amplio o regular para la atención de emergencias, o para actividades de rehabilitación y reconstrucción, dependiendo para esto de asignaciones presupuestarias específicas y del concurso y colaboración de entes gubernamentales sectoriales, o eventualmente, entes internacionales gubernamentales, intergubernamentales o no gubernamentales. Además, siendo un ente estrictamente civil, en un país que no cuenta ni con ejército ni con fuerzas aéreas, su acceso a unidades móviles de transporte (de personas o bienes) depende también esencialmente del concurso de diversos sectores gubernamentales o privados, nacionales e internacionales.

Todavía una institución "embriónica" en el momento del sismo de Limón, la Comisión había sufrido un auge y aceleración en su grado de desarrollo durante los dos años previos, a raíz del impulso dado por la necesidad de atender la evacuación de la provincia de Limón, por la amenaza del Huracán Juana en octubre de 1988, y el impacto de los sismos de Cóbano, Puriscal y Alajuela en 1990. Estos cuatro eventos ocurrieron después de un prolongado periodo relativo en que el país no había enfrentado un potencial o real desastre, más allá de las inundaciones regulares y "fácilmente" manejables que afectan al país durante cada temporada lluviosa.

El último evento de alguna importancia había sido el sismo de San Isidro de El General en 1983, el cual suscitó en sí algún grado de impulso a las actividades de la Comisión; impulso que fue truncado en gran parte debido al impacto negativo que tuvo el descubrimiento en 1984 de un gran fraude perpetrado con fondos de la Comisión para atender San Isidro y a la sequía que afectó a la provincia de Guanacaste en 1982-83. Este fraude, de unos 300 millones de colones, llegó a involucrar al expresidente y vicepresidente del país en un juicio que apenas hoy en día se ventila en los tribunales, y sirvió para suscitar una desconfianza generalizada (pública y política) en la Comisión, contribuyendo a retardar su desarrollo futuro, hasta 1989. Para 1991, la Comisión constituía un ente esencialmente centralizado, con un efímero nivel de desarrollo de los comités regionales y locales previstos en su constitución orgánica. En la provincia de Limón solamente existía un comité local, en la ciudad cabecera, cuya creación había sido provocado esencialmente por la Emergencia de Juana en 1988. En el resto de la región afectada por el sismo, solamente la ciudad de Turrialba contaba con otro Comité, esto relacionado con las inundaciones que anualmente sufren varios barrios populares de la misma. Además, no existía un Plan Nacional de Emergencias, ni mucho menos un Plan Regional para Limón, con indicaciones sobre jerarquías, roles y funciones, niveles logísticos y de coordinación, etc., que servirían como punto de partida y referencia normativa para la organización de la respuesta.

El grado efímero de desarrollo y el nivel de centralización de la Comisión Nacional y la Local de Limón; la ausencia de una incorporación explícita de las organizaciones de la sociedad civil en su gestión y actuar; lo inesperado de un evento sísmico de magnitud en la provincia; las secuelas del fraude con los fondos de la Comisión, en lo que se refiere a la "confianza" de la población (y de algunas instituciones nacionales e internacionales); la ausencia de experiencias previas en la gestión de desastres de magnitud; y los escasos recursos logísticos y de transporte aéreo con que cuenta el país en general, situación complicada por la completa interrupción de las principales vías de transporte terrestre (carreteras y ferrocarril) entre Siquirres y Limón y de Limón hacia el sur de la provincia (hacia Talamanca), ofrecen un importante trasfondo para entender los problemas enfrentados y las formas de resolución encontrados en la gestión de la fase de emergencia (y de reconstrucción, más tarde), por el gobierno y sus instituciones.

1) Jerarquía, autoridad y coordinación

Los primeros tres días de la emergencia fueron sellados por severos problemas en la coordinación de las tareas de socorro a la población. El problema de jerarquía y autoridad se reflejaba en las alusiones reiteradas de la prensa nacional en cuanto a la presencia de demasiados "jefes" o "caciques" en el escenario del desastre. La complejidad del contexto de coordinación entre entes del mismo gobierno y entre éstos y la Cruz Roja Nacional, por ejemplo, fue complicado por la ingerencia o intentos de ingerencia de distintos sectores políticos nacionales, regionales y locales (Lavell 1991).

La amplia zona afectada, en la que se distinguía, por un lado, la ciudad de Limón y zonas aledañas en que se concentraba cerca de la mitad de la población de la "zona de desastre", además del mismo centro de operaciones de socorro, y, por otro, el resto de la provincia con mucha población dispersa afectada, incomunicada por tierra y con poca presencia de las instituciones públicas, acentuaba la complejidad del problema de coordinación y distribución.

La situación que prevalecía conducía a protestas de diversos sectores de la población sobre una distribución sesgada o desigual del socorro, tanto en la ciudad de Limón como entre esta y las zonas más alejadas de la provincia. Muchos de los sectores involucrados en las tareas de socorro expresaban que existía una sobreoferta de ayuda alimentaria, con malos canales de distribución en Limón Centro, y una escasez relativa en las zonas rurales y dispersas. Este contexto se habría explicado tanto por el problema de coordinación, duplicidad de esfuerzos y la cercanía de la población de Limón al punto de entrada del socorro a la provincia y de control logístico de las actividades, como por el peso "político" de la población urbana dentro de un contexto de una amplia insatisfacción con el gobierno por el impacto o temido impacto de sus políticas económicas, de ajuste estructural, en la región, y el continuo abandono en que está inmersa.

El socorro se habría convertido, de acuerdo con algunos observadores, en un mecanismo para "captar" o apaciguar una población resentida por el abandono histórico y coyuntural de la provincia y su capital. Aquí es importante anotar que con anterioridad al sismo, diversos sectores de la ciudad, impulsados por los principales sindicatos, ya tenían planeada una huelga general o paro cívico para el 25 de abril, en protesta por las políticas gubernamentales y su impacto en la región, situación que habría pesado en el posible contenido "político" de las tareas de socorro y en términos de la relación de los organismos gubernamentales con los sectores populares y sus representantes. Esto, independientemente de la voluntad y entrega de los funcionarios públicos a las tareas de la emergencia.

Dentro de este contexto global, la CNE no tuvo suficiente ascendencia o autoridad para imponerse como el ente coordinador único y legítimo de las tareas durante estos primeros días. La debilidad o inexperiencia de la Comisión Local de Emergencias solamente creaba una confusión en términos de su papel vis a vis con la CNE y otros sectores gubernamentales. La confusión que existía fue, obviamente, más notable en aquellas actividades donde varios organismos se arrogaban funciones similares o en donde se requería coordinación entre sectores. Sin embargo, en actividades más sectorializadas, con responsabilidades claramente delineadas por función institucional, la respuesta fue más clara y nítida. Así, la rehabilitación de los sistemas eléctricos, telefónicos, de aguas y alcantarillados y de las carreteras principales fue llevada a cabo con relativa celeridad y eficiencia; y, la atención médica básica y de los lisiados fue realizada cabalmente por las autoridades competentes, asistidas por la eficiente labor de la organización internacional Médicos sin Fronteras.

Los problemas de coordinación con la autoridad sobre las actividades de emergencia condujeron al gobierno a "sustituir" el mando de la CNE, nombrando a su ministro de la presidencia como coordinador global de la emergencia, al ministro de agricultura como coordinador para la ciudad de Limón, sur de la provincia y Turrialba, y al presidente ejecutivo del Instituto Nacional de Vivienda y Urbanismo como coordinador para el cantón de Matina. Esta decisión fue implementada el 26 de abril y se mantuvo hasta el 1 de mayo, cuando fue declarada oficialmente cerrada la fase de emergencia. Con esta decisión, el problema de autoridad y mando fue esencialmente superado. Las tareas las seguían realizando las mismas instancias presentes con anterioridad.

Más allá del acto de "sustitución" de la CNE en sí, el nombramiento de los ministros inevitablemente trae a colación el problema más general de cuál es la autoridad más competente y funcional para dirigir un proceso de emergencia. Si la instancia legalmente encargada dista del status político o de la autoridad suficiente, claramente se requiere de reformas que den cuenta de esta situación y que concilien el necesario carácter tanto técnico como político de las instancias de coordinación en casos de desastre. Si una decisión de esta naturaleza se impusiera en un futuro desastre, habría que considerar la opción de ligar la CNE directamente a la Presidencia, haciendo así su mando y control responsabilidad directa (o delegada) del Ministerio superior del Gobierno.

2) La centralización y la descentralización: el problema del conocimiento de la realidad regional y de la incorporación de las representaciones locales

La naturaleza centralizada de la CNE (y también de otras instancias que participaron en la emergencia) y el efímero nivel de desarrollo de sus órganos regionales y locales significa esencialmente que constituye un ente "josefino", con poco conocimiento de la realidad y el territorio en la zona afectada por el desastre.

A la vez que se demostraba una amplia vocación humanitaria en el hecho de que múltiples instituciones hicieran una transferencia masiva de recursos humanos de la región central del país hacia la costa Atlántica, también se marcaban sus propias contradicciones en lo que se refiere al trabajo en un medio desconocido, constituido en gran parte por la zona rural y dispersa. Inclusive una institución probada como es la Cruz Roja Nacional, en toda la región Atlántica solamente contaba con unos 25 efectivos permanentes o voluntarios-permanentes en el momento del sismo, requiriendo la movilización de 250 efectivos desde el Valle Central y otras partes del país.

En un segundo orden de problemas, la CNE no prevía ni suscitaba la participación -legal o formal- de las organizaciones de la sociedad civil (ONGs, de base, iglesias, etc.). Es decir, las formas de participación, derechos y obligaciones no estaban reglamentadas.

Esta combinación de centralismo y la no participación popular reglamentada trajo una serie de problemas en la gestión del desastre, y explica algunos de los desaciertos enfrentados en la coordinación y el impulso del trabajo fuera de la zona urbana de Limón. Desconocimiento de la ubicación de poblados, falta de familiaridad con el terreno (y de las rutas alternas de acceso), desconocimiento de costumbres sociales o culturales, entre otros, seriamente dificultaron la relación con la "periferia" de la región.

El conocimiento íntimo del territorio es propiedad de la población misma, sus organizaciones o representaciones. Al principio de la emergencia hubo una clara reticencia de las instituciones estatales (si no "prohibición") de trabajar conjuntamente con las organizaciones de base. También existía una relación no reglamentada y hasta de tensión con las ONGs involucradas en la emergencia.

En el primer caso, la tensión histórica entre el gobierno nacional y las representaciones populares regionales, combinada con la huelga o paro cívico previstos en la región (para el 25 de abril, de acuerdo con algunos informantes) habría teñido la posible relación y colaboración entre los niveles político-formales y lo popular. En el caso de las ONGs, la exigencia de la autonomía en sus acciones y una desconfianza de muchas en la CNE, como ente gubernamental, frente a la "obligatoriedad" legal de que las donaciones para las emergencias sean canalizadas por el ente oficial, estaban en la base de las tensiones. En este sentido, varias ONGs explícitamente buscaban impedir la canalización de ayudas vía la Comisión, como en el caso de la Cruz Roja Internacional. Pocas entablaron una relación directa y voluntaria con la CNE, buscando mecanismos o medios para operar "independientemente".

Sin embargo, la realidad del contexto, y el importante, si no crítico papel que estas organizaciones están llamadas a jugar, significaba un necesario acercamiento entre lo gubernamental y lo civil. Esto fue acelerado por la creación de las Comisiones Populares de Emergencia en Limón, San José y Talamanca (ver siguiente sección), y finalmente cotejado por las autoridades a nivel institucional. En fin, las organizaciones populares jugaron un papel destacado en los procesos de evaluación de daños y necesidades (incluyendo la vivienda, al "servicio" de la Comisión Especial de Vivienda); y, en el acceso a territorios dispersos y alejados del centro de Limón, entre otras cosas.

Sobre este aspecto de la relación "antagónica" entre instituciones gubernamentales e instituciones de la sociedad civil, es importante resaltar una situación que sirvió para facilitar la colaboración. Así, a veces existe una disyuntiva entre la relación institucional (político-técnico) per se, y la relación entre los empleados o profesionales de estas instituciones (lo personal-humano).

En el caso de un país pequeño como Costa Rica, existe una comunidad de amistades, profesional, de parentesco, de relaciones laborales o de estudio, etc., que hace el mundo bastante pequeño. En el caso de Limón, varias fricciones "institucionales", incomprensiones o incompatibilidades fueron superadas por la existencia de relaciones personales anteriores de las personas involucradas. Funcionarios de la CNE, quienes habían sido empleados de la Cruz Roja o que tenían lazos de colaboración y simpatías con el movimiento popular o con las iglesias ayudaron, por ejemplo, a armar sistemas de colaboración "vedados" por la "política institucional". Estos aspectos no pueden ser pasados por alto en una consideración de la respuesta institucional a los desastres.

Las lecciones aprendidas con la gestión de los desastres de Limón, en el área de la colaboración y concatenación de la acción del gobierno con "lo civil" y en cuanto a la centralización-descentralización no pasaron desapercibidas. Los desastres constituyeron, en sí, escenarios o teatros para el aprendizaje. A raíz de las experiencias vividas, la CNE ha hecho importantes esfuerzos, después del sismo, para agilizar la descentralización, fomentar la participación local y "reglamentar" la relación con las ONGs en el país. Además, rápidamente incorporó la lección de la importancia de los grupos locales en su plan de vigilancia de cuencas, el cual fue impulsado después del sismo para prevenir los posibles efectos de la aumentada probabilidad de inundaciones en la región.

Para finales de 1991 ya se habían tomado las medidas para la elaboración del Primer Plan Nacional de Emergencias, que fue dado a conocer por el Consejo de Gobierno a mediados de 1993 y está a la espera de ser aprobado por los legisladores nacionales. Un anexo de ese documento trata precisamente de la participación y la coordinación con las ONGs, sector que hasta la fecha ha realizado varias reuniones para establecer las bases de colaboración entre sí. Impulsados por la CNE y CARE de Costa Rica, estos esfuerzos toman forma paulatinamente hoy en día. Sin embargo, en sí no distan de exhibir su propia lógica y dinámica que, de alguna forma, replica lo sucedido durante el desastre sísmico de Limón. Así, la mayoría de las ONGs que colaboran activamente en la conformación de un sector de colaboración con la CNE son aquellas que tuvieron nexos cercanos de relación entre sí durante la emergencia y con la CNE. Además, la mayoría se distingue por ser ONGs internacionales. El conjunto de ONGs nacionales existentes, con alguna experiencia en la gestión de desastres, no se han integrado tan fácilmente al sector, así como no establecieron nexos cercanos de relación con la CNE durante la emergencia, optando la gran mayoría por operar inicialmente a través de las Comisiones Populares de Emergencia que se formaron en San José, Limón o Talamanca o de forma independiente (ver el siguiente apartado).

3) La reconstrucción: el imaginario de un desastre infraestructural y el rezago de la sociedad regional

El aspecto más visible del impacto del sismo de abril era la destrucción de infraestructura en la provincia de Limón, particularmente la vial y portuaria, los sistemas de agua potable y alcantarillados, de energía y la vivienda. Este impacto tuvo una necesaria repercusión en términos del funcionamiento de la economía regional, tanto en aspectos productivos como comerciales, interrumpiendo los flujos interregionales e internacionales de productos particularmente agrícolas.

Esta generalización debe hacerse, sin embargo, para dar cuenta de los distintos componentes sociales de la infraestructura y la producción, y con ello ayudar a comprender la dirección dada a la reconstrucción por las instituciones gubernamentales. Es así como encontramos dos tipos de infraestructura. Por una parte, existía lo que se puede llamar la "gran" infraestructura, importante para facilitar las interrelaciones regionales dentro del país y con el exterior (la importación-exportación), para la enorme producción, principalmente de banano y de la refinería de petróleo. Estos componentes son vitales para el funcionamiento de la economía nacional, o sea, delimitan o potencian la función nacional de la economía regional. Por la otra, existía la infraestructura y la producción "básica" de la región -los caminos secundarios, pozos y sistemas de agua rurales, la vivienda marginal, la pequeña producción y comercio urbano y rural, etc., de crítica importancia para el funcionamiento de la economía regional per se y la vida de sus pobladores, la mayoría pobres. El imaginario del desastre, proyectado por los documentos y evaluaciones oficiales, y en determinada medida por la prensa, se concentraba en el componente de la gran infraestructura y producción, rezagando al segundo.

Este contexto nos remite a una consideración de la "imagen" de los desastres que se maneja, que parece requerir la presencia de altos números de muertos (que no había en Limón) y una gran destrucción infraestructural, o sea, grandes obras o edificaciones y pérdidas grandes y económicamente onerosas en la producción. Estas características tipificaban la infraestructura y la producción de punta o de avanzada en la provincia de Limón, pero no así la de la economía pequeña, semicomercial o de subsistencia. Estos sectores vivían en un contexto de desastre permanente y el sismo no cambió esta situación, en gran medida, para el observador "externo". La pobreza y el desastre se combinaban en un solo escenario de destitución.

La necesidad de grandes impactos visibles para poder constituir en la mente de las personas la idea de "desastre" o "emergencia" se refleja en una anécdota citada por varios informantes entrevistados en el transcurso de nuestro estudio. Así, comentaron cómo en un momento pasó por un pueblo de la zona indígena de Talamanca una unidad de la CNE. Al ver a las personas sentadas al lado del camino, comiendo plátanos, un miembro del grupo comentó que "aquí no hay emergencia, solamente mucha pobreza".

El desastre de la gran mayoría de la población regional pasó desapercibida al mundo externo, por estar envuelta y escondida en la economía marginal preexistente de los pobladores. La capacidad de separar el componente de avanzada del componente marginal, en las economías de la periferia nacional, es mucho mayor que en el caso de los grandes desastres en zonas urbanas o metropolitanas, donde estos se condensan o se entremezclan en un solo espacio. El desastre de Limón tenía su propia zonificación o territorialidad -una zona de avanzada, concentrada en la ciudad de Limón, en las márgenes de la carretera a San José y en la economía bananera de fincas grandes; y otra, comprendida por las zonas del pequeño campesinado, indígena, negro-costeño hacia el sur de la provincia y en las laderas montañosas.

El proceso de reconstrucción impulsado por el gobierno (con la asistencia de organismos internacionales) privilegiaría la restitución de lo moderno y rezagaría lo marginal, perpetuando así o repitiendo el proceso histórico de "desarrollo" regional. Este acento fue marcado desde el principio del desastre al declarar el presidente del país, que la prioridad en la rehabilitación se daría a las carreteras y al puerto, por su importancia para la economía nacional. Esta priorización, que no dista de tener un alto grado de racionalidad a corto plazo, se impuso, sin embargo, a lo largo de los dos años posteriores al evento.

La pauta de la reconstrucción se marcó tanto en los documentos de evaluación de impactos, como en el Plan Regulador de la Reconstrucción, publicado en mayo de 1991, apenas unas semanas después del sismo. Ambos soslayan casi por completo los sectores rezagados, tanto en términos infraestructurales como productivos, concentrándose en la gran infraestructura y producción. Aun en el proceso de reconstrucción en sí, aquellos sectores gubernamentales de relevancia social como son los hospitales, clínicas y escuelas quedaron rezagados frente a los sectores económicos fuertes.

El Plan Regulador de la Reconstrucción (Comisión Nacional de Emergencias, mayo de 1991) refleja muchos de los problemas de procedimiento y de concepción que se presentaron en el caso del desastre de Limón, aspecto que se resaltó más tarde con la formación de la Comisión Coordinadora Interinstitucional para la Reconstrucción (en setiembre de 1991), ente encargado de dar seguimiento a las obras impulsadas por el gobierno.

Por ley, el ente encargado de la elaboración del Plan Regulador y de la coordinación de su implementación es la Comisión Nacional de Emergencias. Sin embargo, una vez más la legislación fue más avanzada que la realidad, en términos de los recursos materiales y humanos disponibles para su implementación. Así, frente a la ausencia de una metodología y de lineamientos explícitos para la integración de un plan de esta índole y de los recursos capacitados para hacerlo, el Plan fue elaborado en un plazo muy breve (y con mucha voluntad) por funcionarios de la Dirección General de Planificación del Ministerio de Obras Públicas y Transportes, en base a los informes de daños y las líneas de financiamiento proyectadas de los distintos entes sectoriales del gobierno. No hubo consulta con los diversos sectores sociales de la región Atlántica. El Plan termina siendo una evaluación de daños sectoriales junto con una prospección financiera y cronograma de actividades para la reconstrucción. Ningún esfuerzo se hizo para dotar al Plan de un marco sub-espacial o territorial de referencia que integrara y coordinara las obras propuestas. El Plan parece haberse preparado para cumplir con un requisito legal, más que como un instrumento real de planificación.

En fin, resultó ser un conjunto de planes sectoriales sin integración, ni horizontal ni espacial, y sin especificación de mecanismos de coordinación, ni mucho menos de las formas de participación de los sectores sociales o las "fuerzas vivas" de la región afectada.

No es sorprendente, entonces, que las labores de rehabilitación y reconstrucción se realizaran, en gran medida, de forma sectorial, parcializadas en cada ministerio o ente autónomo, de acuerdo con su propia dinámica y acceso a recursos. Algo contradictoriamente, el Plan tendría que esperar casi tres meses para acompañarse de una comisión coordinadora que lo impulsara. La comisión que se formó en setiembre, después de las inundaciones de agosto, "sustituyó" la función prevista por ley de la CNE en la coordinación, pasando esta tarea al Ministerio de la Presidencia. Formada por altos representantes de la distintas instituciones sectoriales de mayor peso en la reconstrucción "oficial", la representación de la CNE fue asumida por el Director de Planes y Operaciones de la institución, acción "ilógica", dado que sus funciones se relacionan con las emergencias y no con la reconstrucción.

A pesar de su composición de alto nivel, pareciera ser que la relación con los distintos sectores sociales de Limón se hizo a través de funcionarios de nivel intermedio sin poder de decisión, aspecto que fue resaltado en las protestas sociales que surgieron en la región Atlántica en octubre de 1991 y que suscitaron negociaciones colectivas entre el gobierno y las representaciones locales (ver siguiente sección).

Aun en los sectores de avanzada, el rumbo de la reconstrucción, a dos años del sismo, fue lento por dificultades operacionales y administrativas.

A un año del evento, el gobierno anunciaba que se habían canalizado unos 6.5 mil millones de colones a la región. Esto significaba solamente una tercera parte de los 20 mil millones de colones estimados en daños a la infraestructura. Y, esto a pesar de que a unos pocos días del sismo, el gobierno había ya anunciado la disponibilidad de cerca de 80 millones de dólares (8 mil millones de colones) para la reconstrucción, provenientes de préstamos internacionales ya concedidos al país, que se "reorientarían" hacia la reconstrucción: fondos del BID, el Fondo de Inversiones de Venezuela, el Banco Mundial, etc. En parte la lentitud podría explicarse por trabas en los procesos de aprobación de la Asamblea Legislativa del país. Este aspecto, en sí, nos remite al problema global que se presenta en términos de la adecuación de los mecanismos "normales" de gestión y ejecución de financiamiento a las necesidades "anormales" que imperan durante un desastre y la reconstrucción.

En fin, el avance de la reconstrucción por sectores quedó supeditado a la disponibilidad del financiamiento propio o a través de las agencias internacionales para cada sector individualmente.

El sector de la vivienda, tal vez, junto con el agua, el más sensible en términos de las necesidades infraestructurales de la población, enfrentó serios problemas para responder a las demandas de amplios sectores de la población más pobre.

A pesar de las amplias declaraciones sobre los recursos a dirigir para la solución de los problemas de la vivienda y del concurso de las distintas instituciones financieras del Sistema Bancario Nacional, en consonancia con la Comisión Especial de Vivienda y los entes "viviendistas" del gobierno, la cobertura dada y la agilidad de su ejecución dista mucho de ser óptima. Lo oneroso de los trámites de crédito, la baja capacidad de pago de muchas familias y el problema de la tenencia de la tierra, excluyeron a muchas familias del acceso a los créditos "gubernamentales". En el caso de la tierra, un número importante de las familias urbanas y rurales afectadas ocupan de forma irregular o "ilegal" los lotes en que se ubican sus viviendas. Sin regularización de la tenencia, el acceso al crédito se restringe.

A un año del sismo, las autoridades de la vivienda anunciaban la canalización hasta esa fecha de unos 1.600 millones de colones para la resolución del problema; esto comparado con los 5.2 mil millones estimados de daños por el sismo y 1.5 mil millones con las inundaciones. A raíz de esto, muchos pobladores pobres que no accedieron a las ayudas canalizadas por ONGs o la Iglesia, no tuvieron más remedio que reconstruir por su cuenta precariamente.

En cuanto al aspecto de la rehabilitación de la producción (agrícola e industrial), las grandes empresas bananeras y las empresas estatales pudieron recurrir a recursos autónomos, incluyendo indemnizaciones por seguros. Una de las compañías bananeras con solvencia económica invirtió en la reconstrucción de 150 viviendas de sus empleados de planta. Por otra parte, el conjunto de pequeños productores, comerciantes, etc., no tuvieron acceso más que a muy limitados recursos para la rehabilitación.

 Las Organizaciones No Gubernamentales y de Base

Las ONGs constituyen en sí un grupo diverso o heterogéneo de instancias que establecen relaciones particulares y diversas con los demás sectores de la sociedad civil y con el gobierno y los organismos internacionales de financiamiento. Un número importante de las ONGs entablan relaciones directas con organizaciones o grupos de base en el desempeño de sus funciones de "desarrollo" y tienen espacios claves de acción tanto en términos temáticos como en términos de los ámbitos espaciales (ciudad, campo, zonas, regiones, etc.) en que trabajan.

A la vez que crean un espacio alternativo de acción no gubernamental, a nivel de la sociedad civil, con complementariedades en el conjunto de sus acciones, también establecen una competitividad entre sí en función de sus áreas de interés y el acceso al financiamiento nacional e internacional, tan imprescindible para su sobrevivencia. Del mismo modo que pueden establecer una independencia relativa con relación a estas fuentes, también pueden desarrollar diversas formas de "clientelismo" que pueden reducir su grado de autonomía relativa y absoluta.

En sus relaciones con las organizaciones sociales de base beneficiarias de sus actividades, se establecen también variadas relaciones que van desde un paternalismo o clientelismo anacrónico, hasta formas realmente participativas, interactivas y colaborativas de socios iguales en la búsqueda del desarrollo. La naturaleza particular de las relaciones entre las ONGs y las bases ha suscitado, en numerosos casos, antagonismos y recelos en lo que se refiere a una creciente crítica del actuar utilitario de las ONGs para con la población objeto de sus atenciones; una relación de sujeto-objeto en lugar de un interactuar igualitario en términos de decisión y participación.

En el ámbito de las organizaciones sociales de base (que comprende muy diversas instancias, desde los sindicales, campesinos e indígenas, hasta las de los pobladores urbanos que buscan reivindicar el derecho a la vivienda, al desarrollo comunitario, al medio ambiente sano, al agua y a la salud, etc.) también existen lazos de colaboración y focos de antagonismo, histórica o coyunturalmente conformados, que influyen en las formas y contenidos de la cooperación que pueda desarrollarse entre ellos. Algunas de ellas entablan relaciones cordiales y hasta de dependencia con las instituciones estatales, mientras otras muestran claros antagonismos e independencia.

La gestión del desastre de Limón, que involucró a un número importante de ONGs y organizaciones sociales de base, pone en perspectiva varias de las facetas arriba esbozadas, facetas que no pueden ser ignoradas en una consideración de las formas o modelos institucionales implementados. Más allá de estos aspectos funcionales o relacionales, no está demás indicar que las ONG y organizaciones sociales de base que se involucraron en la atención de la Emergencia y en la reconstrucción, casi en un 100% ni tenían antecedentes en la temática de los desastres, ni experiencias previas en su gestión en el país. Además, en su gran mayoría, constituyen instancias pequeñas sin grandes capacidades logísticas, financieras o materiales y sin mayores antecedentes directos de trabajo en la zona afectada. Estos atributos también influyen en las formas de actuar y de colaboración que se establecen.

1) Las Comisiones Populares de Emergencia (Limón, San José y Talamanca): de la colaboración a la desintegración

i) Limón y San José

El descontento popular con las formas oficiales de gestión de la emergencia, la ausencia de canales formales de participación de las organizaciones sociales de base en estos sistemas y la búsqueda de una presencia coordinada de ellas, sus organizaciones y sus "aliados" fueron factores que impulsaron la creación, tres días después del evento, de la Comisiones Populares de Emergencia de Limón (CPL) y de San José (CPSJ). La creación de estas comisiones respondió principalmente a una iniciativa impulsada desde Limón por una ONG local, la Asociación Pro Desarrollo y Ecología (APDE) y la Federación de Trabajadores de Limón (FETRAL), iniciativa que fue imitada en San José por el Consejo de Centros, una organización de ONGs nacionales impulsadas por el Centro de Capacitación para el Desarrollo (CECADE), institución con fuertes nexos originales de padrinazgo con APDE.

La división del trabajo entre ambas comisiones fue clara. La Comisión de San José serviría como ente recolector y canal de recursos nacionales e internacionales hacia la Comisión de Limón que, junto con su propio acceso a los recursos del socorro, se encargaría de la distribución entre la población afectada de la provincia de Limón. Además de ofrecer una fórmula para potenciar y hacer viable las actividades de una serie de organizaciones que no contaban con los recursos suficientes para llevarlas a cabo de manera eficaz y, de la indudable vocación humanitaria que sugerían las acciones, algunos han opinado que la formación de las comisiones encerraba también grados de oportunismo para algunas instituciones, que la vieron como una opción de acceso a recursos, de hacerse presentes en el escenario y de potenciar su posible liderazgo más allá del tiempo y espacio del desastre en sí. Estos factores ayudarían a explicar la desintegración de las comisiones con el tiempo.

La CPL, integrada por una amplia gama de sindicatos, ONGs, organizaciones de base, y algunas iglesias protestantes, tuvo una "representación provincial" (urbana, rural, campesina e indígena), a diferencia de la centralizada CNE y CRE. Estuvo presidida, junto con una representación de la FETRAL, por el Asesor Episcopal de Limón, hecho que en sí señala la confianza, respeto e imparcialidad que se asignaba a muchas de las instituciones eclesiales (antes y) durante el desastre y que tendremos oportunidad de analizar más adelante.

Sus amplias bases "provinciales" y el conocimiento que esto traía sobre tan distintas zonas de la provincia, sus necesidades, y las formas de acceso por rutas alternas a las destruidas carreteras y caminos principales, fueron factores críticos en el exitoso desempeño de la Comisión durante las semanas después del sismo. El más inmediato acceso a zonas donde las instituciones formales de gobierno tuvieron serias dificultades, les sirvió para llenar vacíos en el territorio y quitarle presión en cuanto a la criticada distribución desigual de la ayuda. La distribución in situ de los recursos del socorro a través de organizaciones locales garantizaba un resultado eficaz, por su conocimiento de necesidades y personas en el terreno.

El éxito de la Comisión, que fue ampliamente reconocido por distintas instancias gubernamentales (estas últimas que inicialmente se habían mostrado reticentes a concertar con el sector popular, aunque después les facilitó apoyo y ayuda), fue tal vez la causa de su rápida desintegración, una vez pasada la fase de crisis del desastre en general. Iniciada como una respuesta inmediata a la emergencia, no dejó de encerrar, desde el comienzo, un embrión de su posible función en posteriores fases de reconstrucción y en combatir el histórico abandono en que estaba inmersa la Región Atlántica. Comprobada su eficacia y eficiencia en cerrar las filas de un grupo heterogéneo y dispar de organizaciones en la atención de la emergencia, pareciera ser, de acuerdo con algunos observadores, que la noción de continuidad tomaba más fuerza; y la posibilidad de construir una nueva organización "provincial", multisectorial para reivindicar el desarrollo futuro de la región, se perfilaba en la mente de algunos de los líderes populares.

Frente a este contexto, la armonía y la disciplina que había tipificado su accionar anterior comenzó a disiparse frente a las exigencias de distintos sectores para una mayor cuota de poder y acceso a recursos. El liderazgo de la FETRAL y lo que algunos han interpretado como su búsqueda de opciones de restablecer su hegemonía sobre el movimiento popular en Limón, entró en contradicción con los anhelos y reticencias de otros grupos. De hecho, al principio de la formación de la Comisión, discrepancias con las formas de toma de decisión habían llevado a que la abandonaran algunas organizaciones en búsqueda de mantener el liderazgo provincial y cuya relación histórica y coyuntural con FETRAL había sido antagónica. Este fue el caso de la Coordinadora Campesina del Atlántico y la Asociación Nacional de Vivienda-Limón, cuyo retiro suscitó que sus "aliados" naturales, la Coordinadora de Barrios (San José) y la Asociación "Vecinos", abandonaran la CPSJ.

La tensión interna, a nivel de la Comisión, fue indirectamente alimentada por las ayudas preferenciales que algunas instituciones gubernamentales proferían a ciertos miembros de ella. En fin, después de un mes, la CPL se había desintegrado, producto de las mismas divisiones y aspiraciones desiguales entre sus miembros que habían sellado y debilitado el desarrollo del movimiento popular en la región desde hacía unos años. El gobierno nacional, que no podía haber visto con buenos ojos el posible desarrollo de una alternativa popular organizada, no tuvo que tomar mayores medidas para desintegrarla. Como sucedería más tarde con otras iniciativas, en la "fase" de reconstrucción, el mismo movimiento popular se encargaría de la imposibilidad de construir una alternativa viable. La CPSJ sufrió una similar desintegración pasada la emergencia y entrada la búsqueda de alternativas de apoyo a la reconstrucción.

Con la desintegración de las dos Comisiones se perdió una oportunidad de crear un espacio de deliberación y de postulación colectiva de esquemas para las labores de reconstrucción y desarrollo que pudiera haber presentado un contrapeso al proceso que se dio, dominado por un énfasis "estructural" dirigido a los sectores de avanzada de la provincia.

ii) La Comisión Permanente de Emergencia y Reconstrucción de Talamanca

La zona sur de Talamanca constituye un espacio claramente diferenciado de la provincia de Limón, en términos productivos, sociales, culturales y étnicos. La más inaccesible de las subzonas de la provincia, combina la economía de pequeña escala con un pequeño pero expansivo sector bananero-monopólico en Sixaola. Un tipo de tierra de nadie en cuanto a la presencia estatal, su dinámica y búsqueda de desarrollo se reparte entre las agrupaciones u organizaciones étnicas (negra e indígena), una presencia importante de ONGs y la Compañía Bananera.

La falta de una presencia estatal importante significaba que las funciones de socorro de los organismos estatales, con remesas por aire (helicópteros) y mar (a Puerto Viejo), tendrían que tener obligatoriamente como intermediarios a organizaciones locales, municipales, comunales y no gubernamentales.

Uno de los intermediarios más importantes en la zona era la Asociación Nacional de Asuntos Indígenas (ANAI), una ONG de origen norteamericano, con casi diez años de trabajar en la zona y dotada de grandes recursos financieros, materiales y de transporte. Además, tenía una extendida red de empleados ubicados en los pueblos de la zona. Comprendía la instancia "exógena" más importante de la zona, trabajando particularmente con las poblaciones indígenas en la promoción de proyectos productivos, esquemas de ecodesarrollo, organización local, etc.

La ANAI, utilizando sus recursos logísticos, transportes y organización local servía para la distribución del socorro propio (por donaciones) y de instancias como la CNE, AID-OFDA, etc. Entre este socorro se incluía la distribución de gasolina, tan crítico para el transporte de bienes y el funcionamiento de diversas herramientas.

La ANAI, descrita por varios sectores antagónicos como institución "foránea", económicamente fuerte y con "poder de compra" de influencias zonales, ha sido blanco de diversas críticas por muchas organizaciones y líderes locales, incluyendo CODERIWAK, la Confederación de Asociaciones indígenas más importante de la zona. Teñida de "neocolonial", varias organizaciones han intentado restarle influencia, creando bases alternativas, "autóctonas", de trabajo con las comunidades locales del Alto y Bajo Talamanca y de la franja costera. Lo que parece haber sido una eficiente labor de distribución del socorro llevado a cabo por ANAI, la cual fue tildada de "parcial" y "preferencial" a sus adeptos, por algunos sectores, solamente sirvió para resucitar o reanimar las rivalidades o competencias "institucionales" zonales.

Así, a un mes del sismo, el 19 de mayo, por iniciativa de una ONG nacional "alternativa", la Fundación Guilombé, y, en algún grado, en respuesta al trabajo de ANAI, se forma, con la presencia de representantes de 35 pueblos o colectividades, la Comisión Permanente de Emergencia y Reconstrucción de Talamanca. Se nombra un Comité Ejecutivo y para su fiscalización al cura católico de Bribrí. Esta importante presencia de la Iglesia (que ya comentamos en el caso de la CPL) también fue repetida en el impulso y organización que dieron los curas católicos locales en la Comisión de Emergencias del Valle de la Estrella, en el sector norte del cantón de Talamanca.

Durante los siguientes meses la Comisión Permanente logró una eficiente distribución de ayuda entre las poblaciones de la zona, restando influencia a la ANAI y, a pesar de una temprana reticencia de la CNE de reconocer una Comisión que no fuera oficial-gubernamental, fue utilizada por esta en la entrega de socorro. Con relación a la Comisión, que se proyectaba hacia la "fase reconstrucción", esta perduró solamente hasta finales de 1991, lo cual se explica por la falta de un apoyo mínimo financiero de organismos nacionales e internacionales que hubiera permitido que sus directivos claves se dedicaran a las tareas de organización y promoción de las posibles actividades de la Comisión.

En consecuencia, una tercera opción de una respuesta colectiva y organizada a las tareas de reconstrucción "popular" corrió la misma fortuna que la CPL y la CPSJ. Esto, como veremos más adelante, significaba que cualquier opción de reconstrucción en la provincia impulsada desde las ONGs, grupos de base u otras organizaciones de la sociedad civil, tomaría la forma de esfuerzos individuales y aislados, juntando componentes de las organizaciones presentes de acuerdo con el esquema o zona/localidad involucrada, y la capacidad de las organizaciones en la negociación/gestión de esquemas frente a las fuentes de ayuda financiera disponibles.

La existencia de la Comisión hasta finales del año, resalta un aspecto importante en términos de la conceptuación o el "imaginario" de los desastres y las "fases" tradicionales en las cuales se dividen. Así, la Comisión fue involucrada en la distribución de ayuda de "emergencia" durante meses, a pesar de que la "fase de emergencia" fue oficialmente cerrada el 1 de mayo de 1991 (aún antes de la formación de la Comisión de Talamanca). En adición al asunto de que la zona entró en una nueva emergencia en agosto a raíz del impacto de las inundaciones, de hecho no había salido de la "emergencia" anterior. Así, el impacto del sismo (y de las inundaciones) en los cultivos y en las posibilidades de la comercialización de los excedentes agrícolas de la zona (lo cual fue complicado por la falta de acceso, debido al mal estado de los caminos locales), significaba que la población requería apoyo alimentario durante un largo periodo de 1991. La "normalización" mucho más temprana del comercio y el empleo en Limón y el Valle de la Estrella establecía una diferencia cualitativa con el contexto en el sur. Así, "emergencia", "rehabilitación" y "reconstrucción" formaban un continuum en lugar de representar casillas autónomas. Hasta los proyectos de reconstrucción de vivienda llevados a cabo en 1991 y 1992, que veremos más adelante, la ayuda alimentaria a los pobladores fue un factor crítico para permitir a los pobladores dedicar tiempo a la autorreconstrucción.

Más allá de su papel en la organización popular de la respuesta a la "emergencia" en Talamanca, la Comisión, o algunos de sus miembros jugaban un papel importante en la conservación de la base de existencia y la "autonomía" de diversos pobladores de la zona. La destrucción de los escasos medios de vida de muchos pobladores exponía a algunos a la imposibilidad de hacer frente a obligaciones en el pago de créditos concedidos con anterioridad, o de mantener a sus familias. Es en este contexto que las compañías bananeras presionan por comprar las tierras campesinas, para así aumentar su reserva territorial y hacer aun más proletaria a la población regional. La Comisión logró ayudar a detener este proceso en alguna medida, aunque no fue posible en todos los casos. Las conclusiones que derivan de este proceso son claras en cuanto a la discusión sobre los "beneficiarios" y los "perdedores" en los desastres y los aspectos importantes de considerar en cuanto al impulso de esquemas de rehabilitación y reconstrucción socialmente equitativos.

2) La Comisión del Cabildo Abierto: Opciones para la Negociación Regional de la Reconstrucción con el Gobierno

Desde el principio de las actividades de rehabilitación y reconstrucción, quedó claro un sello gubernamental (con el apoyo del gran financiamiento internacional) a favor de la infraestructura básica y las instalaciones más ligadas al funcionamiento de la economía nacional y los sectores de punta (bananeros, puerto, refinería, etc.). Este énfasis fue comentado, criticado y rebatido por varios sectores regionales de ciudad y campo durante los primeros meses después del sismo, incluyendo los sindicatos, la jerarquía católica y las agrupaciones campesinas. A un mes del sismo hubo fuertes enfrentamientos verbales entre representantes locales y miembros del gobierno, referentes al olvido o atraso en la rehabilitación "social" de la zona, y la preferencia dada al eje moderno de desarrollo entre Siquirres y Limón y a las zonas bananeras. Desde temprano en el desenvolvimiento del escenario existía una tensión entre la "actitud" gubernamental, de enfocar su atención a la reconstrucción de lo dañado por el sismo, y el reclamo de diversos sectores regionales para una atención a la resolución de los "problemas históricos" de la región Atlántica.

A la luz de la publicación del Plan Regulador de la Reconstrucción en mayo, los sesgos identificados en las labores de reconstrucción y la ausencia de un contrapeso negociador de la región, entre otros, se gestó la celebración de un Cabildo Abierto de la Municipalidad de Limón a fines de agosto de 1991 y el nombramiento de una Comisión (negociadora) en su representación. Aquí es interesante notar que si bien la Municipalidad constituye un componente de la estructura del gobierno de turno (Social Cristiano), su identificación con la población local en Limón lo dota de una función de contrapeso del nivel nacional. Esta representación o identidad local lo dotaba de una capacidad potencial de aglutinar distintos sectores sociales de Limón en pro de la búsqueda del desarrollo y la reconstrucción regional.

A pesar de esta potencialidad, el ser parte de la Comisión del Cabildo suscitó serios problemas en lo que se refiere a la "representación local" y, por su composición antagónica al gobierno nacional, no tuvo gran acogida o aceptación en ese nivel. Mientras varios sectores locales fuertes, como es la FETRAL, criticaba su composición, acusando a algunos de sus miembros de "politiquería" y del uso de la Comisión para fines de ascenso político partidista personal, el gobierno por su parte, lo veía como un frente antagónico que favorecía la técnica de choque encima de la negociación, y que buscaba confundir el problema de la reconstrucción con la resolución de los problemas históricos de la región Atlántica.

El acto más prominente de la Comisión del Cabildo fue la organización de un bloqueo de carreteras y calles en Limón y un paro comercial durante la tercera semana de octubre, acompañado por la amenaza de un paro o huelga general si el gobierno no accedía a presentarse y negociar soluciones en común. La Comisión se quejaba de que los representantes de la Comisión Coordinadora Institucional, establecida por el gobierno para dirigir la reconstrucción y con quienes se había negociado anteriormente, eran funcionarios de rango intermedio sin poder de decisión. Frente a las demandas de la Comisión y a pesar de su falta de amplia representatividad local, el gobierno accedió a las negociaciones haciéndose presente el 22 de octubre con el ministro de la presidencia y un amplio elenco de ministros, viceministros y presidentes ejecutivos de organismos autónomos. Las negociaciones condujeron a la formación de comisiones de trabajo por sectores o problemas, los cuales trabajaron hasta mediados de noviembre, momento en que se firmaron conjuntamente los acuerdos tomados.

A pesar de esto, la ilegitimidad de la Comisión entre muchos sectores locales, efectivamente significaba su paulatina desaparición desde este momento en adelante. De hecho algunos sugieren que el gobierno realmente negoció con FETRAL y no con la Comisión y sus representantes. Esta idea se consolida al considerar que la Comisión es reemplazada como ente negociador desde 1992 en adelante por una nueva Comisión integrada, algo contradictoriamente, por la FETRAL (sindical), la Cámara de Exportadores del Banano (CADEXO) y la Municipalidad.

En suma, otra vez en la historia organizativa de Limón las divisiones e intereses divergentes de distintos grupos locales impide la formación de un bloque único de negociación regional para hacer frente colectivamente al gobierno nacional. Este último no tiene que desempeñarse en mayor medida para desarticular cualquier conformación potencialmente problemática para la "paz" y continuidad social en esta región periférica.

El resultado final es la reaparición "protagónica" de la FETRAL, en consonancia con los empleadores bananeros en un medio donde el liderazgo y formas de operar de ambos son seriamente cuestionados por diversos sectores sociales locales. La región se rencontró con su propia realidad y una incapacidad de construir alternativas organizativas, reivindicativas o de presión, que reflejaba la diversidad de nuevos sectores y de demandas existentes.

Frente a esta situación, la "reconstrucción popular", de cara a la "oficial", va a reducirse a una serie de actividades desarticuladas o individuales promovidas por aquellas organizaciones no gubernamentales u otras instituciones de la sociedad civil (de base, eclesiales, etc.), con poder de convocatoria y de acceso a recursos a través de aquellas instituciones internacionales de financiamiento simpatizantes con sus enfoques y formas de conceptuación de la problemática social y económica regional.

El módulo "oficial" de reconstrucción, orientado hacia los segmentos "nacionales" de la economía regional (aquellos sectores de interés nacional), visto en función del eficiente desenvolvimiento de la economía, se acompañará por un modelo alternativo fragmentado que no puede generalizarse, para rescatar los intereses de un desarrollo regional "autóctono", elaborado en función de la masa de la población afectada (campesina, indígena y marginal urbana, en particular).

3) La Reconstrucción a través de las Instituciones de la Sociedad Civil

El sismo de Limón y las inundaciones revelaron tanto la vulnerabilidad "infraestructural" como la económica y social de la región, reflejada ésta en los daños en la producción, economía familiar de los pequeños productores o comerciantes, y la fragilidad de los sistemas no diversificados y marginales. Entre los aspectos "infraestructurales", los daños en la vivienda popular fue notorio, y esto no tanto por la intensidad del sismo, sino por la condición precaria de muchas unidades anterior al mismo. En sí, el sismo fue "visto" como una opción de tener acceso a una vivienda mejor, situación incitada por las supuestas amplias perspectivas de acceso a crédito que el gobierno y sus instituciones anunciaba en las postrimerías del evento. De hecho, numerosos casos fueron "reportados" de pobladores "destruyendo" sus propias casas, o terminando la destrucción que la naturaleza había iniciado, en la esperanza de tener acceso a una nueva.

Gran parte de la actividad de reconstrucción gestada o impulsada por las organizaciones de la sociedad civil va a dirigirse finalmente hacia el sector de vivienda, o sea, hacia un modelo infraestructural. Mientras esto se acompañe por intentos de entrar en el área de la reactivación o diversificación económica poco avance se habrá logrado en este sentido.

El énfasis en la vivienda se puede explicar por varios factores. Primero, la demanda real, la urgencia de resolución y el valor existencial de la vivienda. Este factor se acentúa por la existencia de grandes sectores de la población efectivamente "excluidos" de los sistemas formales, gubernamentales de acceso a crédito por razones de sus magros ingresos, su ocupación no regulada o "ilegal" de la tierra y lo oneroso de los trámites a seguir. El prometido "bono gratuito" de vivienda no tuvo gran agilidad en su ejecución. Un ejemplo de estas dificultades se ve en el intento de una ONG -la Asociación Cristiana de Jóvenes- de facilitar los trámites de vivienda de los pobladores a través de la reproducción de unos 8.000 machotes y su distribución entre las familias de la región, y el ofrecimiento de asesorías para los trámites de solicitud a las instituciones gubernamentales. Se estima que algo menos de un 10% de los trámites tuvieron éxito.

Un segundo factor sería el tipo de organización existente y su experiencia, y el tipo de financiamiento concedido por las fuentes internacionales, que tuvo una importante orientación hacia la vivienda y no a la producción.

La suma de los modelos institucionales desplegados en la reconstrucción de viviendas es ilustrativa de las opciones existentes. A pesar de las diferencias "operacionales" existentes en la población objetivo de los esquemas, en los sistemas constructivos, etc. la mayoría de los esquemas más ambiciosos se realizaban en colaboración y concertación con distintas organizaciones locales o de base.

Los dos esquemas más difundidos fueron impulsados por ONGs de vivienda, ya existentes y con amplios antecedentes en Limón y su región: la Fundación Costa Rica-Canadá de Vivienda Rural y la Fundación Promotora de la Vivienda (FUPROVI). Ambos trabajaron con fondos de Emergencia asignados por sus fuentes regulares de financiamiento. En el primer caso, fuentes del gobierno de Canadá y en el segundo, la Agencia Sueca para el Desarrollo Internacional (ASDI) y Diakonía, de Suecia. La comparación de ambos casos ilustra varios factores constrastivos de método y decisión.

La Fundación Costa Rica-Canadá tiene una relativa larga historia de promoción de vivienda rural de alta calidad técnica en el país. Aún con anterioridad al sismo había impulsado la construcción de más de 700 unidades en la región Atlántica, de las cuales solamente cuatro sufrieron daños mayores con el sismo. La naturaleza de la institución y sus lazos cercanos con el gobierno, a pesar de su carácter de ONG, significaba una relación estrecha con la "coordinación" gubernamental de la reconstrucción de vivienda. A raíz de esta coordinación es que la Fundación optó por el impulso de la reconstrucción predominantemente en una zona, el cantón de Matina, cercano a la ciudad de Limón, incluyendo los poblados de Matina, Bataán, Estrada y Zent, donde el sismo tuvo sus mayores impactos relativos en términos de los daños a la vivienda. En esta selección territorial (junto con otras zonas en Turrialba) también primaba un concepto de "visibilidad" de la actividad, factor de importancia para los donantes. Así, hasta la fecha se había impulsado la construcción de 157 nuevas casas en un área territorial restringida.

Otro criterio de selección de zona y población objeto se refiere a la solvencia económica tanto en términos de la economía local como de los pobladores mismos. Las experiencias anteriores de la Fundación con la reconstrucción de vivienda después del Huracán Juana en Ciudad Cortés (zona sur oeste del país) mostraba las dificultades de la promoción de esquemas en zonas de poco dinamismo económico y con pobladores sin capacidad de pago. En este sentido, el esquema de la Fundación después del sismo, representó un enfoque "elitista" dentro de los sectores populares afectados.

La asignación de créditos y la administración general del proyecto se realizaba a través de organizaciones locales, principalmente asociaciones de desarrollo y cooperativas. Los montos de los créditos fueron altos en comparación con la norma para la región pos-sismo (hasta 750.000 colones, casi US $7.000), cargaban tasas de interés consonantes con los niveles nacionales y reembolsables en el mediano plazo.

Los sistemas de construcción y los materiales fueron escogidos por el poblador, y el trabajo de levantamiento de las casas realizado de forma formal, o sea por "compañías" o artesanos constructores y no por sistemas de autoconstrucción. La Fundación prestaba asesoría técnica garantizando la calidad y sismorresistencia de las unidades.

El caso de FUPROVI marca importantes diferencias con referencia a la Fundación. Esta institución ya tenía tradición de trabajo con los barrios populares de la ciudad de Limón, en particular, fomentando la vivienda a través de créditos rembolsables y utilizando sistemas de autoconstrucción.

Con el sismo, la opción más atractiva, por razones de costo, experiencia y capacidad administrativa, hubiese sido la atención al problema de la vivienda en la misma ciudad de Limón. Sin embargo, la demanda para los créditos de FUPROVI en esta zona fueron al principio, limitadas. Esto se explicaba por la percepción de la población de un acceso preferencial a créditos gubernamentales de más bajos intereses o "bonos gratuitos", incitado por la misma propaganda oficial pos-sismo.

Esta situación "obligaba" a FUPROVI durante el primer año después del sismo, a abrir sus perspectivas hacia la zona rural, al sur de la ciudad en particular, saliendo de sus zonas tradicionales de acción. Era solamente después, con la desilusión de los pobladores urbanos y la no concreción generalizada de la prometida ayuda estatal, que la institución "volvía" a la zona de Limón promoviendo construcción y reparaciones en los barrios populares de Limoncito, Cieneguita, Envaco, etc.

Inclusive en la zona rural, FUPROVI buscaba dar preferencia a esquemas "concentrados" en términos territoriales y no soluciones individuales y dispersas que hubieran dificultado los procesos y aumentado los costos de administración y control. Además, fue crítica la participación de varias organizaciones de base en la gestión y administración de los proyectos impulsados. Dos de sus más importantes líneas de cooperación se desarrollaban en los poblados de San Andrés y Río Banano, en el Valle de la Estrella, al sur de la ciudad de Limón, las cuales ilustran eficazmente sus formas de operación. Así, trabajando en coordinación con organizaciones de base campesina de las localidades (la Coordinadora Campesina y la Unión de Pequeños Agricultores de Limón), quienes se encargan de la selección de los beneficiarios y de la coordinación y organización comunal de la construcción, FUPROVI concedió créditos rembolsables para la compra de materiales. Las casas fueron levantadas por sistemas de autoconstrucción con ayudas interfamiliares.

En el caso de Río Banano, el esquema fue coauspiciado por el Consejo de Iglesias para las Emergencias y Reconstrucción (CIPER), una organización ecuménica protestante inter-denominacional que proporcionaba ayuda con materiales y alimentación familiar para permitir la dedicación de las familias a las tareas de construcción (ver siguiente sección).

Esta forma de gestión multiorganizacional tipificaba a las actividades de FUPROVI, dirigida a los grupos más pobres de pobladores y a través de las cuales contribuyó en la construcción de más de 200 viviendas. Para ampliar la base financiera del fondo de Emergencia, FUPROVI negoció la concesión de "bonos gratuitos" gubernamentales con base en las viviendas construidas, fondos que se reintegrarían a un fondo rotativo de crédito. Hasta 1993 (enero) se habían entregado unos 36 "bonos" familiares en lugar de viviendas terminadas.

La forma de cogestión y participación local en el financiamiento y construcción de viviendas utilizando esta vez fondos rembolsables, fue utilizado también en esquemas fomentados por varias ONGs sin antecedentes en el campo de la vivienda. Así, CECADE, en concertación con APDE y la Coordinadora Campesina del Atlántico y la Asociación de Desarrollo de Cuba Creek como contrapartes locales, obtuvieron financiamiento del Gobierno de Dinamarca para la construcción de 25 viviendas en los poblados de Peje, Cuba Creek, Las Brisas y Quito al oeste de Limón ciudad.

El esquema también se orientó como un proyecto productivo dirigido a impulsar el desarrollo económico de la zona. Esto a través de la reinversión de los "bonos de vivienda" que los pobladores recibieron del gobierno con base en la nueva casa, y a ser administrado a través de un fondo rotativo de crédito.

El proyecto de vivienda enfrentó problemas en sus inicios a raíz de la temprana resistencia de una de las ONGs a incluir a las organizaciones de base en el comité directivo del proyecto, a pesar de que ellos habían hecho la evaluación de necesidades y la selección de beneficiarios, argumentando su falta de profesionales para emprender tareas de dirección.

Esta decisión fue revertida, bajo presión, pero condujo a la pérdida de varios meses para dar inicio al proyecto, aumento de costos y la necesidad de cambiar los planes originales de realizar la construcción en bambú, a través del Programa Nacional de Bambú, para terminar utilizando materiales industriales de construcción. Este proceso trae a colación algunos de los problemas que pueden surgir en la relación ONGs-organizaciones de base, cuando a estos últimos no se les concede plenos derechos de participación en el proceso de gestión, control y toma de decisiones.

Múltiples otros esquemas de construcción fueron impulsados con éxito en la región, que no son posibles de comentar en detalle, pero que mostraron la eficacia de métodos coparticipativos con base en el uso de recursos locales (humanos y materiales). Esto fue particularmente evidente en las zonas indígenas del Alto y Bajo Talamanca y de Chirripó/Turrialba, donde la Fundación Guilombé, en colaboración con CIPER, las Asociaciones Indígenas y las iglesias, fomentaron esquemas utilizando maderas locales, bancos de materiales, trabajo comunitario y "técnicos" locales, proveyendo de diversos modos asistencia financiera, técnica, materiales, herramientas (motosierras, por ejemplo).

 Las instituciones y organizaciones eclesiales

Como hemos apuntado con anterioridad, la Región Atlántica se distingue por una fuerte presencia tanto de la Iglesia Católica como de las iglesias protestantes históricas. Un símbolo de su presencia y el respeto que merecen entre la población fue reflejado en su diversa representación en las Comisiones Populares de Emergencia de la provincia.

La mayoría de las iglesias protestantes históricas trabajaron de forma coordinada con otras instancias eclesiales o populares, particularmente con CIPER (ver abajo), tanto en la atención de la emergencia como en la reconstrucción.

La Iglesia Católica, de concepción avanzada en el país, trabajó más bien de forma independiente, canalizando los propios recursos de la Diócesis de Limón y de CARITAS, vía sus parroquias y curas locales, para la emergencia y la reconstrucción. Sin embargo, hubo casos importantes de colaboración interecuménica entre la Iglesia Católica y las iglesias protestantes, particularmente con la Luterana costarricense, la cual, por razones de cercanía ideológica y jerarquía, no despliega antagonismos históricos o ideológicos con aquella. No fue así con el Estado, con quien la Iglesia Católica se negaba a colaborar por varias razones, incluyendo lo "político" de las acciones gubernamentales y su tradicional apoyo a las grandes compañías bananeras, las cuales habían sido frente de ataque tradicional de la "Iglesia de los pobres", propulsada por el Obispo Coto y sus seguidores.

Dentro de las experiencias eclesiales "institucionales" en la gestión de la emergencia y la reconstrucción, tal vez la más innovadora y también exitosa se relaciona con el trabajo desplegado por el Consejo de Iglesias por las Emergencias y la Reconstrucción (CIPER), un ente interdenominacional de las Iglesias Protestantes (Metodista, Luterana, Menonita, Pentecostal, Nazareno), creado a la luz de las experiencias de los sismos de Cóbano y Alajuela en 1990, y con antecedentes que datan del Huracán Juana en 1988. En sí constituía, con la excepción de la Cruz Roja, la única instancia organizada de la sociedad civil costarricense cuya área de atención central fuesen las emergencias y los desastres.

Como instancia colectiva fue el punto de convergencia de múltiples donaciones materiales y financieras, tanto de las iglesias miembros y otras organizaciones eclesiales, como de organizaciones internacionales protestantes de financiamiento como lo son ICCO de Holanda, Diakonía de Suecia, Pan para el Mundo de Alemania, y el Consejo Mundial de Iglesias.

Con la estrecha colaboración de organizaciones hermanas en Nicaragua (CEPAD) y Honduras (CCD) (las cuales proporcionaron apoyo humano, logístico y de transportes (camiones, jeeps y avioneta)), el CIPER, con la ayuda de 65 voluntarios, distribuyó más de 60 toneladas de socorro entre 43 poblaciones rurales y 1.725 familias en Limón y Turrialba, caracterizadas todas por su ubicación fuera de los centros de población y atención más importantes; o sea, en la periferia, zona rural y zonas más atrasadas del área de impacto.

Utilizando "guías" compuestos por personas con un conocimiento íntimo de las zonas afectadas logró entrar por caminos alternos a zonas incomunicadas por las rutas o caminos principales destruidos por el sismo. La distribución del socorro a las comunidades se hacía a través de organizaciones existentes, sean eclesiales (protestante o católica, indistintamente) o de bases, de acuerdo con el caso en cuestión. La base de la distribución fue por necesidad, no por credo ni afiliación. Similar estrategia fue utilizada durante las inundaciones de agosto.

En esencia, la clave del éxito de su gestión residía en la coordinación de esfuerzos y en su colaboración con diversas instancias, sean protestantes o no. Al considerar la etapa de emergencia y la de reconstrucción el CIPER concertó o concentró la ayuda de más de cuarenta instituciones distintas a nivel nacional e internacional.

A través de un hábil manejo de las posibles reticencias y "antagonismos" entre las mismas iglesias protestantes y entre algunas de éstas y la Iglesia Católica (a la cual proveyó con una importante donación de socorro) logró, al calor de la coyuntura de emergencia, concentrar diversos esquemas de colaboración.

La experiencia de CIPER en la reconstrucción se fundamentó sobre los principios de amplitud, cooperación y colaboración, atendiendo a los grupos o poblaciones más rezagadas a través de las organizaciones de base y en concertación con ONGs e iglesias. Su obra se marcó por una línea de continuidad en la emergencia y la reconstrucción. En esta última trabajó primordialmente con las mismas comunidades atendidas durante la crisis, potenciando y consolidando así el trabajo con las organizaciones locales y de base. También mantenía el criterio de "pobreza" y falta de acceso a otras ayudas más formales que indicaba su actuar en el socorro.

Concentrando su atención en la reconstrucción de viviendas colaboró en la provisión de 153 nuevas unidades a través de ocho proyectos distintos, en casi 20 poblaciones de diferentes zonas de la Región Atlántica, todas empleando la autoconstrucción a través de la participación directa de la población afectada y el respeto a tradiciones y materiales locales de construcción. En estos proyectos el apoyo de CIPER cubría desde el financiamiento y material hasta la provisión de alimentos por familia.

Notas

    1. . Esta magnitud, registrada por la Red Sismológica Nacional y las redes internacionales, fue disputada por el Observatorio Vulcanológico y Sismológico de Costa Rica de la Universidad Nacional, quienes registraron una intensidad de 7.4 grados.
    2. . En la distribución del socorro entre las zonas rurales y montañosas, jugaron un papel crítico las unidades aéreas proporcionadas por las Fuerzas Aéreas Sandinistas, las de los Estados Unidos y las del ONUCA (Naciones Unidas). Esta colaboración tuvo importantes características, tanto técnicas como políticas. Por una parte, sandinistas trabajando con su "enemigo" natural, los EE.UU. En esto no había problemas, y los sandinistas por su desempeño, largas horas de vuelo, atención a las zonas más difíciles y apartadas, y las altas cargas que llevaron ganaron la "popularidad" nacional, revirtiendo así instantáneamente el antagonismo tradicional de la población "tica" hacia ellos, a raíz de los sucesos en Nicaragua durante la década pasada. O sea, el desastre cumplió una función política en lo que se refiere a las relaciones Nicaragua-Costa Rica. Por otra parte, parece haber habido roces entre los oficiales del ONUCA y las autoridades locales, a raíz de cierta reticencia de aquellos, de atenerse al "mando" nacional frente a la emergencia. El carácter supranacional de la ONUCA, frente a un mando de autoridades de un país sin fuerzas armadas habría contribuido a esta situación (o sea, un problema de status y autoridad).
    3. . El imaginario de un gran terremoto (7.4 grados) y de una destrucción masiva de edificios, tiene que haberse penetrado en las mentes de actores externos a la región, impulsado por los sesgos en la información transmitida oficialmente o por la prensa. Solamente así se puede explicar la rápida llegada del equipo de rescate británico y los perros suizos, organizaciones que finalmente tuvieron muy poco, si no nada que hacer, dadas las características reales del evento en cuanto a la pérdida de vidas humanas y el desplome de edificios altos, modernos y pesados.
    4. . La excepción sería el caso de la Cruz Roja Nacional e Internacional, instancias sobre las que se ha comentado en el inciso previo de nuestro documento, por su incorporación directa o indirecta en los sistemas formales de gestión de desastres, y el del Consejo de Iglesias por las Emergencias y la Reconstrucción (CIPER). (Ver más adelante)
    5. . En mayo de 1993 varios de los impulsores de la Comisión, de hecho, se perfilaban entre los protagonistas de la tendencia presidencial de José María Figueres, del Partido de Oposición, Liberación Nacional, y aspiraban a diputaciones en la Asamblea Nacional.