INTRODUCCIÓN:

EL ESTUDIO HISTÓRICO DE LOS DESASTRES

VIRGINIA GARCÍA ACOSTA

Los diversos enfoques teóricos y metodológicos surgidos a partir de las ciencias sociales para llevar a cabo análisis de los desastres, han planteado la necesidad de tomar en cuenta los condicionantes históricos que los han generado y que, al mismo tiempo, han acrecentado la vulnerabilidad de las sociedades afectadas. No obstante, la mayoría de los estudiosos del desastre que aceptan dicha necesidad, pretenden cubrir la dimensión histórica a partir de considerar los años o, en el mejor de los casos, las dos o tres décadas previas a la ocurrencia de un determinado desastre.

Así, el estudio histórico de los desastres había constituido, hasta hace muy poco tiempo, un campo no atendido por los investigadores discípulos de Clío. Hacer historia de los desastres como tal implica no solamente "historizar" un evento contemporáneo y buscar en el pasado cercano sus condicionantes sociales, políticas y económicas. La dimensión histórica requiere estudiar determinado tema o problema en términos de su continuidad en el espacio y en el tiempo, teniendo la posibilidad de hacer altos en el camino y analizar también el acontecimiento, siempre enmarcado en un contexto espacio-temporal que lo condiciona y define.

La ausencia de marcos teóricos y metodológicos específicos para llevar a cabo estudios históricos sobre desastres desde una perspectiva social, fue quizá una de las razones que inhibió durante mucho tiempo su desarrollo. Las ciencias sociales, desde hace varias décadas y en diferentes lugares del mundo, habían propuesto diversos enfoques para estudiar los desastres ocurridos en el presente. Ubicados a lo largo de una especie de continuum, en uno de cuyos extremos podemos ubicar las posiciones que enfatizan el papel del fenómeno natural como origen único del desastre y en el otro aquéllas que consideran que éste es producto exclusivamente de condicionantes socioeconómicas, los estudios sociales derivados de dichos enfoques han producido una abundante literatura analítica sobre los desastres. Algunos de ellos, a los que podríamos calificar de "vanguardistas", aceptan la necesidad expresa de tomar en cuenta variables de tipo histórico; sin embargo, al no plantearse la necesidad de hacer estudios históricos sobre desastres como tales desde una perspectiva social, no se preocuparon por elaborar modelos analíticos ad-hoc.

Si bien lo anterior es cierto para los estudiosos sociales de desastres contemporáneos, identificados en algunos casos como exponentes de la denominada "desastrología", debemos reconocer que dentro de la historiografía latinoamericana y en especial de la mexicana, si bien no se había producido una línea de investigación histórica en el campo de los desastres, se habían generado ciertos productos que podríamos enmarcar dentro del mismo. Se trata de trabajos de tipo informativo (compilaciones, catálogos o cronologías de ciertos fenómenos naturales destructivos ocurridos en el pasado), de tipo descriptivo (narraciones, reseñas o monografías de uno o varios de aquéllos), o bien de tipo analítico. Estos últimos, resultado por lo general de estudios históricos profundos relacionados en especial con ciertos aspectos económicos (producción agrícola, precios y salarios, crisis agrícolas), además de no ser muy abundantes nunca habían atendido al estudio de los desastres como un tema en sí. Aquéllos que se acercarían más a dicho tratamiento estudiaron el caso de las crisis agrícolas en el periodo colonial, partiendo de los postulados de la historia económica y revisando los efectos de la escasez y carestía de alimentos de consumo básico en sociedades de base agrícola. Pero aún en este caso sólo una obra se dedicó específicamente a ello, mientras que el resto tomaron el caso de las crisis como uno más a estudiar dentro de temas más amplios.

No obstante, existe un estudio que vale la pena destacar como un buen ejemplo de acercamiento al análisis histórico-social de los desastres; se trata de aquél elaborado por Richard E. Boyer para analizar las inundaciones de la ciudad de México en el siglo XVII. Boyer no se limita a estudiar el fenómeno natural mismo, es decir, las lluvias excesivas y las inundaciones provocadas por ellas, sino que presenta y analiza minuciosamente el contexto social, económico, cultural y político tanto antes como después de ocurrir la inundación que mantuvo anegada a la ciudad durante nueve largos años, de 1629 a 1638, lo cual permite entender que el desastre como tal fue producto de la confluencia de factores tanto naturales como socioeconómicos, políticos y culturales.

La abundante información que a partir de la ocurrencia de ciertos desastres (particularmente resultantes de los sismos mexicanos de 1985) se logró recopilar, mostró la posibilidad de llenar ese vacío, no sólo en términos de describir lo ocurrido en situaciones de desastre en el pasado, sino sobre todo, con la perspectiva de analizar los desastres en su dimensión histórica.

En el desarrollo de esta perspectiva, jugó un importante papel la influencia del acercamiento cada vez mayor que se ha dado entre ciencias sociales e historia; las aportaciones que aquéllas han hecho al campo histórico resultan innegables, en buena parte a partir del empleo de los métodos y las teorías de las ciencias sociales en el análisis del material histórico. A partir de ellas es posible, como lo han demostrado en sus trabajos investigadores de la talla de Fernand Braudel o Edward P. Thompson, determinar conceptos, identificar problemas, enfatizar determinados elementos y, con todo ello, avanzar en la percepción y comprensión de los procesos históricos. Las ciencias sociales, o humanas como algunos las identifican, en su intento por explicar al hombre se vuelven hacia la historia; ésta ha tratado de dar respuesta a sus interrogantes proveyéndose de los materiales que las ciencias sociales y humanas ofrecen, "pero es la historia la que finalmente coloca esos materiales en perspectiva".

Partiendo de determinados enfoques derivados de las ciencias sociales para estudiar los desastres, consideramos que existen ciertos elementos que es indispensable considerar como punto de partida al realizar estudios históricos sobre desastres. En primer lugar, partir de considerar que el desastre es el resultado de la confluencia entre un fenómeno natural peligroso y una sociedad o un contexto vulnerable. De ahí que sea absolutamente necesario conocer a profundidad este último, es decir, las condiciones en las que se presentó determinada amenaza y en las que se desarrolló y evolucionó el desastre.

En segundo lugar, reconocer que los desastres constituyen el resultado de procesos que, ante la presencia de una amenaza, se convierten en detonadores o reveladores de situaciones críticas preexistentes en términos sociales, económicos y políticos. El estudio de un desastre en particular, ofrece las condiciones de una especie de laboratorio social, pues confluyen y surgen en momentos específicos una serie de relaciones, alianzas, circunstancias que podrían pasar inadvertidas en otros momentos. Pero para evitar caer en anacronismos y poder enmarcar el desastre en su verdadera dimensión resulta insoslayable, como mencionábamos antes, estudiar el contexto. Esto último permite determinar el grado de vulnerabilidad de la sociedad afectada, vulnerabilidad no sólo en términos de riesgo físico, sino particularmente como resultado del incremento de las desigualdades sociales y económicas producto de un determinado desarrollo a lo largo del tiempo y en el espacio específico estudiado.

Por último, si aceptamos que la sociedad no es un ente pasivo en el cual inciden determinados fenómenos naturales peligrosos, es necesario tomar en cuenta dos elementos más que, junto con la vulnerabilidad derivada del contexto específico, resultan claves en el estudio tanto histórico como contemporáneo de los desastres. Por un lado, las que denominamos estrategias adaptativas, que son aquellas medidas, actitudes, posturas que la sociedad afectada encuentra, adopta y adapta; por otro, la capacidad de recuperación de los diversos sectores o grupos sociales. Tanto las estrategias adaptativas como la capacidad de recuperación constituyen, a fin de cuentas, los elementos que permiten dimensionar los efectos del desastre, pues se derivan directamente del contexto específico y, por ende, de la vulnerabilidad diferencial existente que comprende tanto las condiciones físicas como las sociales y económicas, que siempre serán igualmente diferenciales.

Tomar en cuenta los elementos mencionados, que en suma proponen un estudio conjunto de la amenaza y del contexto cuyo resultado es el desastre, resulta fundamental para poder llevar a cabo estudios sobre desastres.

Si bien lo anterior cabe tanto para realizar análisis contemporáneos como históricos, la información de la que podemos disponer en cada caso conlleva determinadas particularidades que debemos considerar. A diferencia del trabajo de campo que provee al estudioso de los desastres de elementos vivos de lo ocurrido, que permite indagar y cuestionar directamente a los diversos actores sociales, cuando hacemos estudios históricos nuestra información se limita a aquélla legada por el desastre ocurrido hace 50, 100, 300 o más años. A pesar de que las fuentes son limitadas y por ello la obtención de datos constituye un reto, hemos de reconocer que, a diferencia de otros campos de estudio para los cuales la información documental es a veces casi inexistente, el de los desastres ofrece un panorama alentador. Sin negar que el estudio histórico-social de los desastres en ciertos momentos específicos plantea algunos problemas derivados en especial de las fuentes disponibles, la combinación de datos provenientes de informes oficiales, correspondencia privada u oficial, crónicas, diaristas de la época, escritos de viajeros, periódicos, etc. permite ir reconstruyendo un rompecabezas que dé cuenta de un desastre específico, coyuntural, o bien de desastres recurrentes en un mismo espacio, cuyo estudio sistemático permite descubrir los cambios y las continuidades estructurales que, en su caso, permitan al investigador apreciar lo que Braudel denominó la "larga duración".

La evidencia histórica muestra que efectivamente los desastres, enmarcados en un espacio y un tiempo específicos, constituyen detonadores, o más precisamente reveladores, de situaciones críticas preexistentes, pues justamente en esos momentos surge toda una documentación tanto oficial como privada, que permite no sólo describir el evento y sus efectos, sino también conocer y detectar las condiciones preexistentes en esa sociedad y en ese momento. Al presentarse un desastre originado por un sismo, una erupción volcánica, por falta prolongada de lluvias que amenazaba o de hecho provocaba una sequía, por una helada que destruía las cosechas, los diversos actores sociales manifiestan más que en otros momentos sus condiciones de vida cotidianas, sus relaciones cercanas y lejanas al referir pérdidas y sufrimientos, o bien nuevas opciones y beneficios. Alianzas, controles, grupos de poder, riquezas y miserias se manifiestan a través de la documentación existente. De esta manera, el desastre constituye una especie de hilo conductor a lo largo del cual es posible ir tejiendo diversas historias que, de una u otra manera, se relacionan con él.

¿Qué significa hacer historia de los desastres, analizar los desastres en perspectiva histórica? Estudiar los desastres históricos, no como el término parecería indicar, es decir, estudiar desastres memorables, inolvidables, sino desastres ocurridos a lo largo de la historia de un determinado grupo o sociedad, enmarcados en una localidad, una región, un país, un espacio jurisdiccional, geográfico o político específicos significa reconstruir historias en las cuales el desastre, como resultado de procesos sociales y económicos, constituye el hilo conductor.

Si bien, como mencionamos antes, la historiografía latinoamericana había dedicado algunas páginas y, en algunos casos, capítulos y hasta un par de ensayos al estudio de determinados fenómenos naturales que habían impactado las sociedades del pasado, hasta hace poco no había considerado a los desastres como un tema-problema de estudio. Estos esfuerzos de alguna manera sentaron las bases para llevar a cabo estudios históricos sobre desastres, pero faltaban y aún están por elaborarse, postulados básicos, puntos de partida centrales, propuestas de análisis que permitan entenderlos y aprehenderlos en toda su complejidad.

A partir de algunos intentos prístinos y en el marco de la constitución de LA RED, nos aventuramos por este camino. En México habíamos llevado a cabo algunos esfuerzos por iniciar y continuar en un nuevo campo de estudio, el de los desastres históricos, el de los desastres en perspectiva histórica. Era necesario "inocular este virus" en otras latitudes con tradiciones similares y a la vez propias, y observar sus resultados. Este libro es el primer resultado de ello, el producto germinal que permite mostrar que existen posibilidades reales de desarrollar este campo, pionero tanto en México como en América Latina.

Entre fines de 1993 y principios de 1994 invitamos a investigadores latinoamericanos o latinoamericanistas que, de manera directa o indirecta podían contar con material susceptible de analizarse desde la perspectiva del estudio histórico de los desastres. Tratamos de abarcar toda la región, sin discriminar entre especialistas en ciencias sociales (incluídos los historiadores) y aquéllos dedicados a las ciencias naturales e ingenieriles. En realidad tratábamos, en un primer momento, de "probar" el terreno. Partimos de nuestros contactos iniciales con colegas conocidos, a partir de los cuales tejimos una verdadera red. La respuesta inicial fue muy rica, misma que fue disminuyendo conforme acotábamos el contenido que considerábamos debía tener la obra en su conjunto.

La realización de un taller sobre la temática en el marco de la VI reunión de LA RED en Lima, en octubre de 1994, que contó con la participación y discusión de algunos de los ensayistas latinoamericanos y latinoamericanistas invitados, permitió avanzar en la discusión de enfoques, conceptos, temáticas y problemáticas. Hacia principios de 1995 quedó finalmente conformado este primer volumen que da cuenta de lo que podríamos denominar "el estado de la cuestión" en torno al estudio histórico de los desastres en América Latina.

Son diez los ensayos que hemos decidido incluir en él. Algunos otros, que fueron entregados y dictaminados con anticipación, se reservaron para el siguiente volumen considerando la posibilidad de que fuesen comparativos en el tiempo y la temática con otros aún por llegar, o bien que permitieran que cada volumen diera cuenta de diferentes tiempos y espacios, que cada uno ofreciera una visión comparativa tanto a largo como a corto plazo.

La estructura final que adoptó el libro responde justamente a esta división, es decir, a los tiempos que cubre cada ensayo. En primer lugar aparecen aquéllos que abarcan dos o más siglos de información contínua. Incluímos aquí el estudio de Lupe Camino debido a que, si bien analiza una crónica del siglo XVII, relaciona las concepciones que en ella aparecen con periodos posteriores e incluso con su manejo actual en el mundo andino. En segundo lugar se encuentran los que atienden determinados periodos en ciertas áreas geográficas, para terminar con los únicos dos que estudian un desastre específico.

Cada uno de los ensayos escritos para este libro, fue sometido a un cuidadoso trabajo de edición; no obstante, el lector observará gran variedad en estilos, en la selección de apoyos (cuadros, gráficas, mapas, planos) y en el tratamiento que cada autor decidió hacer del tema elegido. Todos inician con un breve resumen en inglés, elaborado por ellos mismos. Por ello, en lugar de sintetizar el contenido de cada uno, en las siguientes páginas me limitaré a tratar algunas de las similitudes y diferencias, de las convergencias y divergencias, así como de las posibilidades que sus contenidos, que corren a lo largo de casi 500 años por todo aquello que hoy denominamos América Latina, permiten apreciar.

Reflexiones sobre el contenido de los ensayos

Lo espacial y lo temporal. Como bien señaló el historiador mexicano Luis González y González, "sin menoscabo a la verdad, pero con miras a la utilidad, hay varias maneras de enfrentarse al vastísimo ayer. Según la selección que hagamos de los hechos conseguimos utilidades distintas." En este libro los "hechos" elegidos son los desastres, tratados en diferentes entornos y momentos históricos más como procesos que como hechos en sí.

Cada uno de los ensayos cubre un espacio geográfico específico, bien sea una ciudad (Buenos Aires, Guatemala, San Luis Potosí, San Salvador) o una región (la andina, México central, nordeste brasileño, Chapala-Guadalajara). El de Alain Musset incluye varios casos en una serie de ciudades hispanoamericanas, desde Nueva España y Nueva Galicia (hoy México), hasta la Capitanía General de Chile, pasando por la de Guatemala y el Virreinato del Perú, mientras que Susana Aldana estudia tres coyunturas enmarcadas en diversas áreas del espacio colonial peruano (Lima y sus alrededores y el noroeste). En conjunto encontramos que, si bien con diferente énfasis, están representados 10 de los actuales países latinoamericanos: México, Guatemala, El Salvador, Nicaragua, Panamá, Ecuador, Perú, Brasil, Chile y Argentina (véase mapa).

Los primeros cuatro ensayos constituyen estudios de largo plazo; abarcan lapsos seculares que alcanzan, en el caso máximo, cerca de 400 años: San Salvador de 1524 a 1919 (Romano). Ofrecen perspectivas que permiten al lector observar ciertos cambios y permanencias en el tiempo largo en un mismo espacio, empleando como "hilo conductor" el estudio de los temblores, las inundaciones o un conjunto de desastres como responsables de determinadas cosmovisiones y procesos históricos locales o regionales. Los siguientes cuatro cubren determinados periodos que, seleccionados con base en la presencia de ciertas amenazas, dan cuenta de procesos regionales que rebasan el momento mismo del desastre. Por último encontramos dos ensayos que se concentran en un solo año de acontecimientos: Guatemala y los temblores de 1717, San Luis Potosí y la inundación de 1887.

Las fuentes. A la aseveración anterior de Luis González cabría añadir que los resultados de una determinada investigación histórica dependen también de la selección que hagamos de las fuentes y de la capacidad de correlación que el estudioso logre con la información que ellas brindan. Los ensayos que ahora nos ocupan están basados en una gran variedad de fuentes documentales y bibliográficas, mismas que se derivan tanto de las posibilidades que cada región y momento ofrecen, como de la selección que de ellas eligió hacer cada autor.

Las fuentes por excelencia en las que debe basarse el trabajo histórico son aquéllas calificadas de primarias, documentos de primera mano elaborados por quienes vivieron el momento estudiado. Los archivos oficiales, eclesiásticos o privados, las crónicas, los relatos, los escritos de viajeros, la comunicación epistolar y los periódicos son, entre otras, las más reconocidas (con ciertas sospechas de algunos con relación al material hemerográfico). Es de suponer que tales fuentes son fidedignas y, por tanto, confiables. La experiencia en el oficio demuestra que esto último no siempre es cierto y que, si bien y sin duda son fuentes "primarias", para que realmente permitan reconstruir realidades pasadas deben tomarse con escepticismo, deben confrontarse y correlacionarse entre ellas mismas y analizarse con cuidado a partir de métodos adecuados y de técnicas que permitan ubicar los datos en el contexto al cual pertenecen.

Todos los ensayos están basados en este tipo de fuentes, mismas que sus autores cuestionan y complementan con información proveniente tanto de fuentes secundarias, como de análisis históricos elaborados previamente por ellos mismos o por otros estudiosos de temas diversos, generalmente ajenos al asunto del que se ocupa este libro.

Cinco de los ensayos son resultado de una acuciosa búsqueda documental en archivos (Aldana, Molina, Musset, Palacios, Peraldo y Montero). Quienes hemos incursionado en ellos en busca de material útil para estudiar desastres históricos relacionados con eventos de origen natural, sabemos que difícilmente se encuentran ramos o secciones que den cuenta específica sobre ellos; por lo tanto, llama la atención la multiplicidad y variedad de secciones de archivo en las cuales es posible documentar la historia latinoamericana de los desastres (véase cuadro 1), a pesar de que en algunos casos no existe una denominación precisa para las secciones consultadas. Curiosamente ninguno de los autores utilizó las Actas de Cabildo, documentos en los que, para el caso mexicano, hemos encontrado gran cantidad de material útil, dado que en las sesiones que daban como resultado dichas actas se trataban justamente asuntos relacionados con cómo enfrentar y manejar en una determinada localidad los efectos provocados por la presencia de fenómenos naturales peligrosos.

Otra de las fuentes primarias ampliamente exploradas en los ensayos son las crónicas coloniales; una de las más clásicas referente al pasado incaico y colonial andino debida al ilustre Guamán Poma de Ayala, es incluso objeto de un análisis específico para documentar las diversas concepciones asociadas con los desastres y su permanencia en dicho espacio geográfico (Camino). El resto de crónicas y relatos diversos son empleados para complementar o ampliar información proveniente de otras fuentes.

Algunos autores inclusive echan mano de escritos de los clásicos griegos y latinos, como es el caso de Musset quien recurre a ellos para explicar ciertas concepciones relacionadas con el origen de determinados fenómenos naturales y que aún estaban presentes en el imaginario colonial hispanoamericano.

El material hemerográfico constituye la segunda fuente primaria empleada, en algunos ensayos con gran amplitud. Considero que es importante rescatar la importancia de los periódicos como un venero sumamente rico para estudiar desastres del pasado mismo que, para el caso latinoamericano, se remonta a principios del siglo XIX que fue cuando se inició con fuerza el periodismo en la región, tal como lo muestran los ensayos que emplearon esta fuente, la más antigua de las cuales data de 1886 (Lagos y Escobar). Si bien reflejan particularmente "la visión que de su momento histórico tenían quienes los redactaban, incluyendo los juicios de valor, errores, modas y chismes", ofrecen abundante material para documentar específicamente procesos de desastres, pues permiten hacer un seguimiento en el mejor de los casos cotidiano de lo ocurrido, siendo en ocasiones sumamente prolijos en detalles.

Los trabajos que se refieren al siglo XIX están basados, en buena parte, en censos, memorias o informes publicados por autoridades civiles u organismos oficiales, que permiten documentar la casi nunca exitosa participación gubernamental (Romano, Herzer y di Virgilio, Lagos y Escobar). Por su parte, dos de los que abordan el siglo XX (Herzer y di Virgilio, Aboites y Camacho) utilizaron, además de periódicos locales e informes oficiales relacionados con el diagnóstico y las labores que las instancias correspondientes llevaron a cabo, material de tipo cuantitativo que permite hacer cálculos y comparaciones que resultan imposibles para periodos previos para los cuales no existe ese tipo de información. Aboites y Camacho, además, citan algunos boletines especializados surgidos a finales del siglo XIX que permiten documentar ciertas concepciones científicas de la época relacionadas con la precipitación pluvial y las posibilidades de producir lluvia artificial para paliar los efectos de las periódicas sequías ocurridas en México en diferentes momentos.

En suma, la cantidad y enorme variedad de fuentes utilizadas en los ensayos permite afirmar que, sin lugar a dudas, el tema-problema de los desastres en su dimensión histórica constituye una veta inexplorada que ofrece gran riqueza a los científicos sociales.

Concepciones religiosas y míticas. Más de la mitad de los ensayos coinciden, ya sea de manera central o bien incidental, en el tratamiento de las diversas concepciones que determinadas sociedades han heredado, adoptado y adaptado en relación con la ocurrencia de desastres.

Resalta la asimilación de deidades prehispánicas andinas asociadas con fenómenos naturales, con divinidades católicas coloniales incorporadas a raíz de la invasión española: San Bartolomé con Tunupa o Santiago apóstol con Illapa, o el mismo Pachacamac o Runa Camac que "podía provocar lluvia" y "con sólo moverse podía producir temblores y terremotos" (Camino). De la misma manera, los indígenas guatemaltecos han identificado a deidades prehispánicas con fenómenos naturales, como Tolgom "el hijo del lodo que tiembla" o Gagavitz, uno de los padres de los cakchiqueles, reconocido como volcán o "cerro de fuego" (Peraldo y Montero).

Lo que Musset denomina "la dimensión sobrenatural de la visión cristiana", que identificaba milagros, advertencias, señales divinas para evitar o frenar los efectos de los desastres, ha sido una constante entre los pueblos americanos, antes y después de la conquista. La Serenísima Reina de los Ángeles o Virgen de los Terremotos fue invocada en San Salvador para que cesaran los terremotos en 1594 (Romano), mientras que una imagen de la misma madre de Dios sudó misteriosamente y lloró lágrimas de sangre advirtiendo los sismos peruanos de 1687 en Lima, y en Ambato y Patate en 1698 (Musset). La misma Santa Rosa de Lima había profetizado maremotos y terremotos (Aldana). En algunos casos, la presencia de la imagen permitía que amainaran los movimientos y, de no ser así, era sustituida por otra divinidad que ofreciera resultados más efectivos.

Particularmente interesante al respecto resulta el ensayo de Lupe Camino, que analiza la concepción andina de los desastres a partir de una crónica clásica del siglo XVI. Más que datar o identificar determinados fenómenos destructivos, se dedica a revisar lo que denomina "la forma en que son concebidos los desastres" y si dichas concepciones acrecentaron la vulnerabilidad de la población andina. Relata actitudes o incluso medidas concretas adoptadas de manera comunitaria para prevenir o bien afrontar los desastres cotidianos y relaciona este tipo de relatos y prácticas de esa época, con otros similares aún presentes en la población campesina andina del norte peruano, es decir, concepciones y prácticas que se han mantenido constantes por centurias entre los pueblos andinos.

Si bien la presencia divina asociada con fenómenos naturales destructivos parece una constante en diferentes culturas y en diversos momentos históricos, ninguno de los ensayos aquí reunidos hace referencia a ciertos agüeros que sabemos aparecen con regularidad tanto en el pasado lejano como en el presente. Eclipses, cometas o cielos rojos anunciaban y anuncian males por venir. La ciencia moderna parece desementir tales asociaciones; sin embargo no ha logrado extirparlas del todo. Desde la llegada de las ideas ilustradas a América se inició un proceso de análisis e interpretación de la naturaleza, fuertemente influido, incluso hasta el siglo XX, por ideas aristótelicas que, según muestran algunos ensayos de este libro, no están tan alejadas de la "verdad científica" actual.

Los eventos. Todos los ensayos están relacionados con uno o varios eventos o amenazas de origen natural. Fueron en su mayoría temblores o erupciones volcánicas los que desataron el desastre o los desastres relatados, pero encontramos también inundaciones y sequías y, en menor medida, epidemias, plagas, ciclones, granizadas y heladas. En algunos casos, la asociación de varios eventos provocó situaciones verdaderamente críticas.

En todos los ensayos es evidente que, como mencionábamos, el evento natural constituye el "pretexto" para describir y analizar procesos más amplios que revelan las diversas vulnerabilidades acumuladas por años. Sin embargo, es importante resaltar que las amenazas naturales, en sí mismas, con frecuencia influyen de manera importante en la forma en que se manifiestan dichos procesos. Los ensayos muestran claramente las variaciones provocadas ante la presencia de los dos tipos de eventos que incluyen: de impacto súbito (temblores, erupciones volcánicas, inundaciones, maremotos, ciclones, granizadas o heladas), y de impacto lento (sequías, epidemias y algunas inundaciones. Véase cuadro 2).

Si bien las amenazas de impacto súbito son fácilmente identificables, ya que inciden en un determinado momento y tanto sus efectos como la respuesta social son casi inmediatos, los de impacto lento son producto de la acumulación, de la permanencia o ausencia prolongada de cierto fenómeno: la precipitación pluvial, o bien una enfermedad humana o animal. Los efectos de estos últimos, si bien en ocasiones pueden ser previstos, se manifiestan semanas o meses después y pueden extenderse incluso por varios años.

Al hacer estudios históricos esta diferenciación, basada en el tipo de amenaza, adquiere relevancia no sólo porque, como decíamos, influye en los tiempos en que se manifiesta el proceso del desastre, sino también porque contribuye de manera importante en la posibilidad de obtener información. Para estudiar los efectos de un evento súbito, de un temblor o de una inundación, basta con conocer el momento en que ocurrió y rastrear toda la documentación previa y posterior a esa fecha específica. En el caso de eventos de impacto lento, cuya manifestación aparece en ocasiones mucho después, la búsqueda resulta considerablemente más difícil, lenta y minuciosa; en estos casos es generalmente a partir de los resultados, de los efectos a largo plazo que puede ubicarse con claridad el evento como tal. En estos últimos es frecuente que se logre detectar el desastre, es decir el resultado del proceso para, posteriormente, rastrear la amenaza natural con la que éste se asoció.

La documentación empleada en los ensayos da cuenta de lo anterior. La mayoría de los que tomaron desastres relacionados con eventos de impacto lento, se vieron precisados a analizar periodos más que momentos (Molina, Palacios, Aboites y el último caso estudiado por Aldana), acercándose en algunos casos a la "larga duración" braudeliana, sin buscarlo expresamente.

El resto, que eligió desastres asociados con eventos de impacto súbito, ofrecen dos tipos de resultados. Por un lado presentan lo que constituiría el denominado "tiempo corto", que refleja lo que "las gentes de la época sintieron y vivieron al ritmo de su vida [los] acontecimientos resonantes [que] no son, con frecuencia, más que instantes fugaces" (Peraldo y Montero, Lagos y Escobar). Por otro lado encontramos los ensayos que, basados en este tipo de eventos, los estudian a lo largo de una o varias centurias (Musset, Camino, Romano, Herzer y di Virgilio). No dan cuenta de la "larga duración", no se lo propusieron; sin embargo el lector podrá encontrar en algunos de ellos ciertas constantes que reflejan cambios o permanencias estructurales y, en otros, continuos "altos" en el camino que reflejan varios "tiempos cortos".

Lo anterior llama la atención sobre las diferencias que puede imprimir en el estudio del desastre el que se encuentre asociado con eventos de impacto súbito o lento, así como sobre el carácter coyuntural o no de los desastres y sobre la probabilidad de delimitar su duración. En especial, sobre las posibilidades que el estudio de varios momentos de desastre, de sucesivos acontecimientos desastrosos ocurridos en periodos seculares ofrecen, para lograr entender y aprehender procesos históricos más amplios que muchas veces rebasan los ámbitos espaciales en los cuales se presentan.

La vulnerabilidad. El estudioso del desastre debe atender, en particular, los procesos resultantes, tomando en cuenta el tipo de fenómeno natural que, como mencionamos, de alguna manera influye en la respuesta social y ayuda a comprender los diversos componentes del contexto y de sus vulnerabilidades.

Con respecto a esto último, en este libro encontramos que todos los ensayos consideran a la vulnerabilidad como responsable de los desastres analizados, aunque no siempre la denominen así. En efecto, sólo seis de ellos utilizan dicho concepto haciendo referencia explícita a marcos teóricos o a enfoques de los cuales se ha derivado (Aldana, Camino, Herzer y di Virgilio, Lagos y Escobar, Romano). Otros lo emplean más como un término identificado con riesgo físico (Musset, Peraldo y Montero) o directamente con pobreza (Molina, Peraldo y Montero). Los dos restantes no se refieren a vulnerabilidad ni como concepto ni como término (Aboites y Palacios), pero, al igual que los demás, constituye un implícito en sus reflexiones.

Así que, ya sea de manera explícita o implícita, los análisis elaborados consideran a la vulnerabilidad como un componente ineludible del desastre. En general enfatizan la presencia de condicionantes sociales y económicas como las responsables directas de ella.

En algunos casos se hace referencia a los diversos tipos de "vulnerabilidades", a la manera de Wilches-Chaux. Camino cuestiona, por ejemplo, el contenido que se le adjudica a la vulnerabilidad ideológica, pues no considera que las concepciones fatalistas (desastres = castigo de Dios) impidan u obstaculicen la realización de acciones directas del hombre sobre las causas. Lagos y Escobar nos hablan de vulnerabilidad técnica, que en el caso de la inundación de San Luis Potosí se asoció a la física debido a la forma en que se llevó a cabo la urbanización y la construcción de la infraestructura de desagües en la ciudad; mencionan también la vulnerabilidad política local que, derivada de la centralización en la toma de decisiones, incidió en las acciones emprendidas para auxiliar a los damnificados por la inundación.

Así, los ensayos se basan en diferentes elementos que, dentro del lenguaje de la "desastrología", conforman la vulnerabilidad global, la cual, asociada con determinadas amenazas naturales, ha provocado desastres. Cierto tipo de alianzas políticas e intereses creados en el caso de las propuestas de llevar a cabo traslados de ciudades, o bien en la toma de decisiones para apoyo a damnificados en diferentes regiones. La presencia de intereses económicos que capitalizaban en su beneficio los temblores y la presencia de inundaciones o sequías en ciertas ciudades como San Salvador o Guadalajara, o en las zonas norteñas del Perú o del Brasil colonial. Varias veces se menciona la creación de asentamientos humanos en entornos inadecuados, cuya fragilidad se asoció con las igualmente frágiles condiciones sociales de gran parte de la población nativa, como en Guatemala, San Salvador y Buenos Aires; o bien se evidencia la ineficiencia en la aplicación de medidas técnicas para paliar los efectos de las sucesivas inundaciones que han sufrido ciudades grandes y pequeñas, como Buenos Aires o San Luis Potosí a lo largo de su historia.

Varios ensayos demuestran, fehacientemente, que la acumulación creciente de la vulnerabilidad y particularmente la especificidad de ser cada vez más acentuadamente diferencial, fue lo que verdaderamente provocó uno o varios desastres. Quizás el caso más evidente sea el que nos presenta Palacios para el nordeste del Brasil colonial a fines del siglo XVIII. El ensayo justamente parte de contradecir la idea tan generalizada de que han sido las sequías recurrentes en esa región las que han provocado su constante decadencia y actual deterioro social y económico. El autor demuestra cómo, de hecho, han sido lo que él denomina las "disfunciones" acumuladas en las estructuras agrarias y agrícolas del nordeste las que han provocado tales condiciones; en este marco se presentaron agudas sequías, cuyos devastadores efectos agravaron considerablemente la situación, a través de lo cual, como él mismo lo señala, se favoreció la "consolidación de la gran propiedad agraria esclavista como la unidad de producción dominante en la región".

Otro caso es el de la ciudad de Guatemala, cuyo traslado a causa de los frecuentes terremotos y erupciones volcánicas fue finalmente aprobado por la Corona en 1775, como señala Musset. La nueva fundación de la capital guatemalteca, al decir de Gisela Gellert estudiosa del desarrollo urbano de esa ciudad, fue "un experimento único [que] no solamente se explica como consecuencia del desastre", pues "las consecuencias efectivas del traslado -sociales, económicas y políticas- crearon condiciones que determinaron desde un principio la organización del nuevo espacio urbano fortaleciéndose, por ejemplo, estructuras de diferenciación y segregación que aún mantienen vigencia."

En suma, dos conceptos, utilizados como tales o como parte del análisis, resultan claves: vulnerabilidad diferencial y vulnerabilidad progresiva o acumulada. En términos muy generales, algunos autores se acercan a algunas definiciones señalando que "son los sectores privilegiados los que tienen mayores ventajas comparativas para remontar" el desastre (Aldana), mientras que "las condiciones de vulnerabilidad que una población presenta no son independientes de la acción humana; se gestan y pueden ir acumulándose progresivamente, configurando una situación de riesgo y vulnerabilidad progresiva" (Herzer y di Virgilio). Esta última resulta especialmente evidente en aquéllos ensayos que cubren periodos más prolongados.

De esta manera, los ensayos en su conjunto muestran cómo se ha llevado a cabo un proceso global en América Latina, que ha tendido a incrementar la vulnerabilidad de sus poblaciones, debido a los procesos de conquista, colonización, e inserción en modelos de desarrollo sociales y económicos regulados con base en realidades distantes y ajenas a las nuestras.

Los anteriores son ejemplos de los que el lector podrá encontrar en los ensayos que aquí se han reunido. Es tanta la riquezas, que uno se siente tentado a seguir determinadas pistas y entrar en detalles que en una introducción como ésta permitirían llenar muchas más páginas de las que debemos escribir. Los ensayos muestran generalidades, a la vez que singularidades para cada sociedad y en cada época. Sin embargo, no podemos decir que sea un libro homogéneo; no podía ser de otra manera. El mismo concepto de desastre, tanto en términos históricos como contemporáneos, está por construirse. El marco de análisis que permita visualizar y entender en toda su amplitud los desastres a lo largo de la historia de América Latina está en proceso de constitución.

Los diez estudios históricos sobre desastres que ahora presentamos ofrecen así una visión global, a partir de casos específicos, de cinco siglos de desastrosa historia latinoamericana.

ACTUALES PAISES LATINOAMERICANOS TRATADOS EN LOS ENSAYOS

CUADRO 1: ARCHIVOS Y SECCIONES CONSULTADOS PARA LOS ENSAYOS

ARCHIVOS SECCIONES BRASIL Archivo del Consejo Ultramarino (Instituto Histórico y Geográfico Brasileño) - Archivo Histórico Ultramarino (Universidad Federal de Pernambuco) - Archivo Nacional de Río de Janeiro Correspondencia Archivo Público Estatal de Pernambuco Correspondencia Oficios de gobierno Manuscritos de la Biblioteca Nacional de Río de Janeiro Manuscritos CENTROAMÉRICA Archivo General de Centroamérica - ESPAÑA Archivo General de Indias, Sevilla Gobierno: Audiencia de Chile, Guatemala, México Patronato Real Archivo Histórico Nacional (Madrid) Diversos, Documentos de Indias Biblioteca Nacional de Madrid Manuscritos MÉXICO Archivo General de la Nación Epidemias, Indios, Reales cédulas, Tierras, Tributos Archivo Histórico de la Universidad Iberoamericana Correspondencia de Porfirio Díaz Archivo Histórico del Estado de San Luis Potosí - Archivo Municipal de Saltillo - PERÚ Archivo Departamental de Piura Corregimiento, Causas ordinarias, Intendencia, Protocolos notariales Archivo Departamental de Trujillo Asuntos de gobierno, Real Hacienda, Alcabalas Archivo General de la Nación Protocolos notariales

CUADRO 2: REGIONES, PERIODOS Y EVENTOS TRATADOS EN LOS ENSAYOS

REGIÓN O PAÍS EVENTOS DE EVENTOS DE IMPACTO SÚBITO IMPACTO LENTO ÉPOCA COLONIAL: Andes aluviones epidemias lluvias sequías inundaciones maremotos vulcanismo Brasil (NE) - sequías Chile temblores - Ecuador temblores - inundaciones Guatemala temblores - vulcanismo México inundaciones crisis agrícolas temblores epidemias Nicaragua temblores - Perú temblores lluvias vulcanismo sequías El Salvador temblores - vulcanismo SIGLOS XIX Y XX: Argentina (Buenos Aires) inundaciones - Brasil (NE) - sequías México ciclones epidemias granizadas plagas heladas sequías inundaciones temblores

BIBLIOGRAFÍA

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NOTAS

  1. Me refiero al estudio clásico de Enrique Florescano, publicado originalmente en 1969. Posteriormente el mismo Florescano publicó dos series de documentos para estudiar las crisis agrícolas novohispanas, mismas que han sido poco empleadas (Florescano, comp., 1981 y Florescano y San Vicente, 1985).
  2. Boyer, 1975. Un resumen sobre la historiografía mexicana y el estudio de los desastres puede consultarse en el capítulo segundo de: García Acosta, 1995; una primera versión de ello, menos completa, apareció en: García Acosta, 1992c.
  3. Con esta información, y a partir de proyectos de investigación llevados a cabo en el CIESAS, se publicaron diversos ensayos, capítulos y libros, y se elaboraron algunas tesis. El primero apareció en 1987 (Rojas et al., coords.), al cual siguieron varios más (véase García Acosta 1989, 1992a, 1992b, 1995; García Acosta, et al., 1988; García Acosta y Rojas Rabiela, 1992; Márquez, en preparación; Molina, 1990, 1991, 1992). Otros estudios sobre historia de los sismos se llevaron a cabo, sin continuidad, en otras instituciones, entre ellos: Amerlinck, 1986; González-Polo, 1985; Manzanilla, 1986; San Juan, 1987 y Sugawara, 1987.
  4. Esta y otras ideas similares sobre la relación entre ciencias sociales y/o humanas e historia, fueron brillantemente desarrolladas por Braudel, una síntesis de lo cual apareció en las entrevistas que le hicieron en 1971 y en 1983, reproducidas en México en 1993 y 1992, respectivamente (Braudel, 1992 y 1993).
  5. Estas ideas están más ampliamente desarrolladas en el primer capítulo de García Acosta, 1995.
  6. En el prólogo a la primera edición francesa de su magna obra El mediterráneo y el mundo mediterráneo en la época de Felipe II, Braudel distinguió por primera vez lo que denominó los "tiempos de la historia": la historia de los acontecimientos, la de ritmo lento y la historia inmóvil o de "larga duración"; esta última, la más importante, es la que refleja "las grandes corrientes subterráneas y a menudo silenciosas, cuyo sentido sólo se nos revela cuando abrazamos con la mirada grandes periodos de tiempo, [que muestra] un cierto número de estructuras, de permanencias que nos permiten explicar ciertos hechos civilizatorios que aparentemente se encuentran muy distantes unos de los otros" (Braudel, 1981:18 y 1993:31).
  7. LA RED (Red de Estudios Sociales en Prevención de Desastres en América Latina) surgió en agosto de 1992, con la participación de investigadores sociales que trabajan el tema en diversos países de Latinoamérica, básicamente en sociedades actuales (LA RED, 1993).
  8. García Acosta, coord., 1992.
  9. Debo mencionar que algunos de los investigadores invitados a participar en esta obra, debido a compromisos contraídos con anticipación y a la multiplicidad de tareas que tenían, ofrecieron incluir ensayos previamente publicados sobre ciertas temáticas que podían resultar de interés en nuestro cometido. Sus ofertas, que agradezco, no fueron aceptadas por haber partido de la convicción de que debían ser artículos escritos ex-profeso y que, de haberlos aceptado considerando la calidad de algunos de ellos, habría cometido una injusticia con el resto y una incongruencia con el objetivo que pretendía. No obstante, no abandono la posibilidad de, en un futuro cercano, reunir en un solo volumen algunos los trabajos precursores del presente esfuerzo.
  10. González y González, 1989:16.
  11. Quizás dos de las pocas excepciones son los ramos denominados "Historia. Temblores" del Archivo Histórico de la Ciudad de México y "Fomento. Fenómenos Naturales" del Archivo Histórico de Jalisco, México.
  12. Un texto que también analiza la crónica de Guamán Poma, no citada por Lupe Camino, es el de Bouysse-Cassagne, 1988.
  13. Escobar Ohmstede y Rojas Rabiela, coords., 1992,I:12.
  14. Braudel, 1981:18.
  15. Wilches-Chaux, 1993.
  16. Gellert, 1994:4. En su ensayo Musset no cita este trabajo, seguramente por su reciente publicación.