ALGUNAS DIMENSIONES CULTURALES, EDUCATIVAS  Y DE SALUD MENTAL DE LAS CARACTERÍSTICAS PSICOSOCIALES DE LOS DESASTRES*

Jane S. P. Mocellin
Disaster Research Institute
Departamento de Psicología, University of Manitoba
John R. Rogge
Disaster Research Institute, University of Manitoba

Definición de desastre y marco general

Los desastres son resultado de un amplio espectro de agentes de amenaza que operan en cualquier entorno dado; varían de naturales a provocados por el hombre y pueden impactar de distintas formas a las poblaciones afectadas. Los desastres naturales son de muchos tipos y tienen características diversas. Su impacto y duración puede ser rápido o lento, y la intensidad de las disrupciones que provocan a la población, la propiedad y las necesidades humanas varían enormemente, lo que en parte es producto del grado de preparación de la población. Algunos desastres son claramente identificables por la velocidad de ataque y las alertas ambientales que se dan con anticipación al impacto completo de la amenaza. Ejemplo de este tipo de desastres son la ocurrencia repentina de inundaciones, tormentas y ciclones tropicales en Bangladesh. Los desastres de lento impacto, tales como las recientes sequías y hambrunas experimentadas en Somalia y Mozambique, si no son enteramente provocados por el hombre, sí se basan, al menos en parte, en actos humanos que se traducen en una ruptura de los sistemas creados por el hombre (Baum, Fleming y Singer, 1983). Es posible identificar dos escalas distintas de desastres provocados por el hombre: de baja y alta intensidad. El desplazamiento de la población provocado por los recientes choques de tribus en Kenya, por ejemplo, puede ser visto como una crisis de relativa baja intensidad comparada con la ruptura total de la estructura política, económica, organizacional y social que se experimentó recientemente en Somalia como resultado de la guerra interna y una concomitante sequía, lo que claramente representa un desastre de alta intensidad con impactos catastróficos a largo plazo. Es importante enfatizar desde el comienzo que agentes causantes de desastres similares pueden resultar en impactos bastante diferentes, tanto espacial como temporalmente. Esto se debe a que algunas poblaciones son mucho más vulnerables a desastres debido a las circunstancias socioeconómicas prevalecientes, por una parte, y/o a su acceso a la infraestructura de mitigación disponible en el momento de ataque de un desastre. Un ciclón en Bangladesh, por ejemplo, tiene un impacto radicalmente distinto sobre la población que el que tendría un huracán de fuerza similar sobre los estados del Atlántico sur de los Estados Unidos. Asimismo, una sequía en Canadá Occidental tendrá un impacto bastante diferente sobre la población de la región que una sequía en Mozambique o Etiopía, donde la vulnerabilidad a la más pequeña pérdida en recursos productivos es tan aguda que hasta una sequía moderada tendría probablemente consecuencias desastrosas.

El análisis del grado de vulnerabilidad de una población a cualquier amenaza dada es, por lo tanto, la clave para cualquier evaluación realista del riesgo y para un efectivo manejo del desastre. La mayoría de los peligros naturales son aislados o fenómenos ambientales efímeros; son básicamente amenazas que poseen un grado de riesgo más que ser desastres en sí mismos. Por el contrario, es el grado de vulnerabilidad de la población lo que determina que cualquier peligro natural o causado por el hombre se convierta en desastre. Mientras una población bien preparada puede afrontar amenazas con solo mínimas o moderadas disrupciones, una población mal equipada puede ser devastada. Tales diferencias se ilustran vívidamente cuando uno compara el impacto de amenazas idénticas sobre poblaciones diferentes con niveles contrastantes de vulnerabilidad (Rogge, 1992). Es a través de la aplicación de medidas de mitigación en contextos específicos que la vulnerabilidad de una población podrá reducirse; tales medidas pueden incluir las siguientes dimensiones:

 

 I. Ambiental

II. Cultural

III. Económica

IV. Nutricional

V. Política

VI. Psicosocial

VII. Demográfica

VIII. Sociobiológica

 

El grado de vulnerabilidad a lo largo del continuo que va del pre-desastre al post-desastre es eventual sobre la instrumentación de medidas de seguridad y protección. Dependiendo del tipo de medidas implementadas en un contexto específico, la vulnerabilidad puede incrementarse o reducirse. Estas medidas incluyen:

I. Conciencia y vigilancia.

II. Cooperación y alerta.

III. Preparación y resistencia a peligros.

IV. Medios sustentables y acceso a recursos.

Las vulnerabilidades, las dimensiones situacionales y las medidas de protección y seguridad pueden ser incorporadas dentro de un modelo (Booth et. al., 1993). Es en la comprensión de los autores, que los desastres deben ser analizados desde una perspectiva interactiva vinculando las dimensiones situacionales, las medidas de mitigación y los grados de vulnerabilidad.

Características psicosociales en dimensiones situacionales

Nuestro estudio pone el énfasis en la interrelación que existe entre salud mental, educación y cultura desde una perspectiva psicosocial. Diferenciamos el grado de vulnerabilidad dentro de las dimensiones culturales, educativas y de salud mental en Somalia, Kenya y Bangladesh. Utilizando un nivel de análisis molar(1)1, percepción del riesgo, estrategias y respuestas a desastres son analizados en sus dimensiones de salud mental, educación y cultura. Mientras reconozcamos a las características psicosociales como un segmento de la perspectiva sobre el continuo pre-desastre y post-desastre, veremos las dimensiones situacionales como un complejo de relaciones macro interdisciplinarias de desastre y comportamiento humano (preparación, manejo de información, programas de recuperación, organización comunitaria, red social y experiencia pasada). Las medidas de mitigación son tomadas en el nivel molar individual, mientras que en el macro nivel tales características como las dimensiones situacionales psicosociales, organizacionales y políticas están ampliamente consideradas.

Las características psicosociales de los desastres incluyen un número de agentes que actúan sobre el individuo como resultado esperado de la respuesta frente a situaciones de stress (el nivel molar de análisis). El stress del desastre, si no es manejado eficientemente, se manifestará sobre individuos que pueden mostrar respuestas de inadaptación por estar expuestos a un intenso sufrimiento debido a las condiciones de pobreza y a la marginación económica. Tales individuos generalmente cuentan con estrategias muy pobres para enfrentar los efectos psicosociales magnificados por un desastre; por ejemplo, son incapaces de obtener ventajas de las oportunidades económicas que se presentan en la etapa post-desastre con los programas de rehabilitación. Este es un claro efecto interactivo entre salud mental y dimensiones económicas.

La dimensión cultural

Las dimensiones culturales y su relación con el riesgo, producto de un desastre, han sido extensamente discutidas desde la perspectivas psicológica, económica y social. Nuestro análisis se centra en la experiencia pasada de individuos en situaciones de desastres dentro de sus comunidades, sus creencias culturales y sus estructuras comunitarias y redes sociales.

La experiencia pasada

Los investigadores afirman que la experiencia en entornos riesgosos no afecta a la cultura, a menos que el riesgo permanezca por un periodo lo suficientemente largo para generar patrones de conducta duraderos (Johnson, 1991). Sin embargo, en algunas regiones, tales como Bangladesh y Somalia, una larga experiencia entre la población que vive en riesgo por la presencia de inundaciones, tormentas, ciclones o sequías, crean patrones de subadaptación para hacer frente a las amenazas. Por lo tanto, la experiencia previa con amenazas puede afectar la percepción del riesgo y la respuesta de los individuos de manera distinta en una cultura que en otra. Los investigadores coinciden en que grupos étnicos distintos parecen tener una elevada percepción del riesgo, así como manejar un gran número de variables implicadas en la experiencia previa que pueden modificar sus juicios (Vaughan y Nordestam, 1991). Otra postura indica que existen dos procesos psicosociales diferentes en las respuestas públicas preparadas: uno actuando sobre el pre-impacto de un desastre y el otro que actúa sobre el post-impacto. La carencia de daño mayor (en terremotos) es responsable de una "supuesta normalización" para la población no afectada. Es esta suposición la que limita una percepción exacta del riesgo y hace difícil para la población afectada aplicar medidas apropiadas de mitigación (Mileti y O'Brian, 1992). Estos puntos son posteriormente retomados en la sección sobre preparativos y mitigación.

Las creencias culturales

Los sistemas de creencias, particularmente creencias espirituales, pueden tener un impacto bidireccional sobre las respuestas de los individuos en un desastre. Los impactos pueden ser analizados también como mediadores positivos o negativos. Los mediadores negativos producen confusión en el comportamiento de los individuos y les restan capacidad para tomar medidas apropiadas de mitigación. Por ejemplo, en Bangladesh casi el 90% de los campesinos, de un total de 48 que respondieron a una encuesta (Khondker, ver capítulo en este volumen), informaron que ellos "rezaron a Alá" como una medida preventiva para mitigar los efectos de un ciclón amenazante. La creencia espiritual puede también actuar como un regulador positivo frente a una situación de stress. En Somalia, casi el 90% de las mujeres encuestadas informaron que la "lectura del Koran y rezar" fue la estrategia elegida para reducir los efectos del stress provocado directa o indirectamente por la sequía (Mocellin, 1993a).

Las diferencias culturales en la respuesta a los desastres son más pronunciadas en las sociedades no industrializadas que en las industrializadas. Por ejemplo, Lystad (1985) reporta similares reacciones en las interpretaciones de por qué los desastres ocurren en distintas regiones geográficas no industrializadas. En tales regiones, la gente busca explicaciones posteriores basadas en sistemas de creencias. Las interpretaciones religiosas -la creencia de que Dios castigó a la gente por sus pecados o la explicación de un desastre como "voluntad divina"- obscurecen todas las demás explicaciones y de ese modo crean dificultades en la aceptación de intervenciones y programas de recuperación. Otra explicación (Suedfeld y Mocellin, 1987) sugiere que cuando la población enfrenta la necesidad crítica de sobrevivir en entornos extremos y hostiles, retorna a sus creencias como una forma estratégica de tratar las situaciones de stress.

La naturaleza y extensión de los efectos culturales en la mediación del riesgo a lo largo del continuo del desastre, es difícil de evaluar debido a la gran cantidad de variables (conocimiento, experiencia, oportunidades y esperanzas político-económicas, conocimiento heurístico, enfoque del control, y el sentido mismo de dominio), a dificultades metodológicas y a la forma de medir los efectos de dichas variables (Johnson, 1991). Por ejemplo, un estudio en Somalia utilizó mecanismos psicométricos que demostraron ser muy útiles al combinarlos con procedimientos orales y de observación para analizar el amplio rango de características psicosociales. Inversamente, un estudio en Kenya, sobre la evaluación de las necesidades psicosociales de mujeres y niños, utilizó solamente información obtenida por medio de la observación y entrevistas no estructuradas. El efecto de la cultura fue menos aparente en el estudio de Kenya que en el estudio de Somalia (Mocellin, 1993a y 1993b). Zaman (1988), en su análisis del papel de la respuesta social basada en factores como el parentesco, redes personales, patrocinio y política muestra cómo esos factores modelan las estrategias de ajuste locales y reacomodan las opciones; indica, además, lo inadecuado de la aplicación de metodologías conductuales comúnmente utilizadas en el estudio de las respuestas humanas frente a amenazas de origen natural. El punto de vista de Zaman está basado en la comprensión del contexto social de ajuste a los desastres naturales, el cual requiere que la respuesta humana sea vista dentro de un contexto histórico y político-económico más amplio a partir de que se generan las formas de respuesta en la estructura social existente. La población afectada por la erosión de la cuenca de un río, responderá en forma distinta al desastre dependiendo de su condición económica y social.

Estructura comunitaria y red social

Los desastres han sido analizados en función del apoyo de la comunidad al individuo y los efectos sobre las familias. Existen evidencias consistentes que indican que altos niveles de apoyo social dentro de la comunidad y la familia están relacionados con menores complicaciones psicológicas (Lystad, 1985; Joseph, Yule, Williams y Andrews, 1993). El rol del soporte social a través de todas las fases del desastre, se encuentra poco estudiado y necesita, por tanto, recibir más atención de los investigadores. Por ejemplo, la extensa desorganización de la comunidad que existe en la mayoría de las ciudades estudiadas de Somalia, fue extrema. Sin embargo, en la parte noreste de Somalia que es la más estable, todas las mujeres incluidas en el estudio habían sido capaces de organizarse en asociaciones que facilitaron mucho sus procesos de reconstrucción. El éxito de varias de estas organizaciones no gubernamentales (ong's) de mujeres estuvo fuertemente relacionado con la capacidad de liderazgo de las mujeres que las encabezaban (Mocellin, 1993). En contraste, en Mogadishu (Somalia Central), que permanece en conflicto y con un entorno natural altamente volátil, parece que estas asociaciones de mujeres, con pocas excepciones, se han derrumbado ya o han detenido su desarrollo. Por consiguiente, resulta crítico identificar a todos los grupos activos y usarlos como base de apoyo en los proyectos de desarrollo sostenido de las mujeres, tanto moral como materialmente (particularmente para intercambiar programas de capacitación; de aquí una clara interacción con la educación).

Asimismo, la red social de que disponen las mujeres somalíes es un poderoso mediador en la respuesta frente a los desastres. Dentro de las estrategias que utilizan para enfrentar los problemas cotidianos, el apoyo social de sus esposos, de otros miembros de la familia y de amigos es muy importante; en las pocas oportunidades de recreación que tienen las mujeres, charlan con amigos y niños; y aún más, las mujeres de Mogadishu al enfrentar algún problema buscan ayuda de los Sheikhs, quienes constituyen una poderosa institución no formal. Esto refleja la importancia de la religión dentro de la cultura como un mediador de la respuesta al desastre.

Culturas diferentes expresan la angustia en forma distinta, en algunos casos como normas y actitudes sociales inculcadas tempranamente en los patrones educativos del niño, lo que no significa que grupos particulares en países afectados por la guerra no experimenten stress. Estos grupos pueden simplemente reaccionar y manejar el stress en forma distinta a la experiencia occidental. Algunas mujeres somalíes, por ejemplo, pueden llorar menos o tener pocos ataques de histeria y sólo cuando se rebasa cierto umbral de stress sufren una ruptura emocional. La cultura somalí refleja la fortaleza de carácter y la mediatización de las expresiones emocionales. Se sugiere con frecuencia que los somalíes se desploman solamente bajo dificultades extremas. Por ejemplo, mientras que en otros medios la muerte de un niño está considerada como un poderoso factor de stress, para los somalíes, quienes están acostumbrados a elevadas tasas de mortalidad infantil, tales eventos no representan una ruptura radical de la normalidad; de hecho, es un evento esperado. En este caso, la prevalencia de la subcultura del desastre media la respuesta negativa esperada.

La dimensión de la salud mental

Existen dudas entre algunos investigadores acerca de si las consecuencias psicosociales de los desastres están relacionadas con un conjunto de variables interactivas comenzando por las características del evento mismo -como se mencionó anteriormente (ocurrencia repentina y lenta)-, el individuo, las respuestas sociales y culturales y el efecto mediador de la educación y la capacitación en medidas de mitigación; todas éstas, variables que determinarán la extensión e intensidad de las consecuencias en la salud mental. Una revisión de la literatura (Gibbs, 1989; Vitaliano, Maiuro, Bolton y Armsden, 1987) presenta distintos resultados dependiendo de los tipos de variables analizadas. Parece ser que los desastres pueden activar psicopatologías, aunque la correlación entre el nivel de stress en un evento traumático y la psicopatología es baja (Gibbs, 1989). Vitaliano et. al. (1987) introduce un modelo colocando a la angustia posterior al desastre como una función del nivel de stress, y a la vulnerabilidad preexistente como mediada por recursos psicológicos y sociales. Los autores coinciden en que el problema de la vulnerabilidad, particularmente para los viejos y las mujeres, es complejo y usualmente las generalizaciones no son enteramente apoyadas por otros estudios. Quarentelli y Dynes (1985) sostienen el punto de vista de que los eventos desastrosos no llevan a consecuencias emocionales serias. Los autores afirman que la naturaleza adaptable del comportamiento en los desastres (caracterizado por la solidaridad y el altruismo, entre otros factores) media el impacto emocional; si hay secuelas negativas, éstas se deben a la percepción del fracaso en la cohesión de la comunidad. Recientes evidencias sugieren que sin duda las consecuencias psicológicas pueden ser adaptables e inadaptables. El conjunto de los profesionales en salud mental, coinciden en que las inadaptaciones, tales como la negación, pueden ser mediatizadas por la planeación y capacitación durante las condiciones pre-desastre. Todo esto depende, en el nivel individual, de los recursos psicosociales, culturales y educacionales. En el nivel más general (macro) estos recursos serán eventuales o accidentales en las estrategias de preparación y mitigación.

Específicamente, las consecuencias psicosociales posteriores a un desastre son: desórdenes post-traumáticos provocados por el stress (PTSD por sus siglas en inglés); angustia; patología social y factores estresantes secundarios como los generados por condiciones económicas adversas o por el desplazamiento de individuos a los campamentos o albergues; y, las inadecuadas condiciones de vida en esos medios. Las reacciones emocionales que siguen al impacto de un desastre, en el nivel individual molar, están asociadas con severas lesiones físicas, exposición a peligros extremos, muerte de seres queridos o lesiones y muertes generalizadas. Las reacciones de stress se manifiestan a través de sentimientos de ansiedad, depresión y desamparo, reflejados en respuestas de inadaptación asociadas con el abuso del alcohol y drogas.

Desplazados y damnificados

Los choques étnicos en Kenya occidental comenzaron a finales de 1991, y aún continúan. Los enfrentamientos reflejan una presión creciente para acceder a la tierra, producto del rápido crecimiento de la población desde la independencia. El retorno a la democracia, ha despertado sentimientos basados en rivalidades étnicas tradicionales, y en la competencia por la tierra, que han sido alimentados por las fuerzas políticas opositoras. La consecuencia psicosocial inmediata es que los grupos étnicos de Kalenjin y los no Kalenjin, que en décadas pasadas habían vívido en relativa armonía e interdependencia mutua, han entrado en un violento conflicto. Paso a paso, el resultado ha sido que el 1% de la población nacional, tanto de origen Kalenjin como no Kalenjin, ha sido desplazada de su lugar normal de residencia.

Los choques han producido efectos de largo alcance. En primer lugar, ha habido una pérdida sustancial de vidas, propiedades y animales de crianza. Las muertes alcanzaron varios cientos, los hogares destruidos son muchos miles y la mayoría de los desplazados han perdido, si no todas sus pertenencias familiares, reservas de alimentos, implementos de labranza, semillas, ganado y otro tipo de animales. Las familias han sido separadas, los niños y las mujeres permanecen en áreas seguras mientras los hombres regresan prudentemente a sus granjas. Es común el saqueo, la violencia y la agresión entre todos los partidos en conflicto.

La reconstrucción y rehabilitación para los hombres, mujeres y niños desplazados de las provincias de Rift Valley en Kenya, es secundaria frente a la necesidad de asistencia económica y social (insumos agrícolas para rehabilitar las cosechas principalmente). Un claro interenlace de las dimensiones culturales, de salud mental y educativas, ubica la etapa del contexto situacional económico para estas iniciativas de recuperación. En el corto plazo, la rehabilitación efectiva de las cosechas requiere de mayores niveles de insumos que son bien provistos por planes especiales de crédito a corto plazo adaptados para las zonas en conflicto y enfocados particularmente hacia las mujeres. En el mediano plazo, otras iniciativas de desarrollo social y rural, como centros de salud y escuelas, rehabilitación y mejora de caminos para el mercado rural, deberían apuntar hacia las áreas afectadas, especialmente donde tales mejoras pueden tener un impacto sobre todas las partes en conflicto y facilitar el proceso de reconciliación.

Factores de stress en mujeres

Las mujeres son particularmente vulnerables y requieren un programa de planeación psicosocial especial. Las diferencias en las necesidades entre hombres y mujeres afectados en Kenya, son consecuencia de la pesada carga de los quehaceres del hogar que tienen las mujeres, su responsabilidad en el cuidado de los niños y la interminable responsabilidad de conseguir comida y recolectar leña. Generalmente los hombres están ausentes o, por tradición, no se pretende que realicen estas actividades. Agentes de stress adicionales surgen del hecho de que las mujeres con frecuencia quedan viudas, son temporalmente abandonadas por los hombres que salen en busca de trabajo o son involuntariamente separadas de sus esposos por los conflictos. Las consecuencias psicosociales inmediatas resultantes de los enfrentamientos se expresan por ciertos factores estresantes que impactan negativamente sobre el bienestar psicológico y social de las mujeres, entre ellos:

I. Pérdida de refugio. En la mayoría de las situaciones de desastre, este aspecto es considerado como un poderoso y traumático factor de stress, ya que representa una pérdida del control sobre el medio ambiente así como del territorio y la seguridad. Si va acompañado de la pérdida de posesiones personales, el trauma se incrementa aún más. Está, además, la humillación experimentada por la falta de privacidad y protección.

II. Pérdida del acceso a medios de producción. La pérdida de tierra y animales en áreas rurales ha forzado a las mujeres a buscar refugio, ya sea en sitios donde grupos religiosos suministran alimentos o en áreas urbanas donde lo hacen las ong's. En ambos casos, son marginadas en el proceso y viven en condiciones sumamente precarias habiendo perdido su habilidad para alimentar y sostener a sus de familias.

III. Las mujeres se convierten en cabeza de familia. Los niveles de stress se elevan por la incapacidad de las mujeres cabeza de familia para contender con la realidad al no poder trabajar sus tierras aún cuando puedan volver, debido a la carencia de recursos. Paralelamente a la falta de seguridad asociada a las malas condiciones de vida, las mujeres deben luchar contra la idea de que nunca podrán regresar a sus granjas.

IV. Desplazamiento y separación de algún miembro del propio grupo de apoyo. Con pocas excepciones (como algunos desplazados urbanos), la mayoría de los niños desplazados son ubicados por sus madres entre familiares distantes en áreas relativamente seguras. Esta separación de los miembros familiares tiene un impacto negativo sobre las familias y particularmente en las mujeres que están a la cabeza del hogar.

Entre las formas localmente desarrolladas de enfrentamiento contra los factores estresantes, las mujeres de Kenya utilizan el humor en sus interacción social y con los grupos de autoayuda. De hecho, el humor mediatiza la relación entre eventos estresantes y el dolor psicológico.

En Somalia, mujeres y niños están expuestos a un alto grado de vulnerabilidad. Han sido desplazados de sus hogares por una combinación de la contienda civil sostenida y la sequía severa; además, hay un aumento casi exponencial en el número de mujeres cabeza de familia. Estos cambios han afectado tánto a los hogares, que hay una pérdida de acceso a medios económicos; es imposible hacer frente a las demandas; hay carencia de servicios de apoyo; una severa reducción en la protección y seguridad para los niños; violencia en el entorno natural; y comportamientos inadaptados en mujeres y niños.

Consecuentemente, como se sugirió ya, en Somalia son evidentes altos grados de vulnerabilidad en las dimensiones económicas, políticas, demográficas, sociobiológicas, culturales, de salud mental y educativas. El conflicto ha derivado en una transmutación demográfica incrementándose enormemente el número de niños huérfanos, que, además, muestran un agudo trauma de guerra debido a la violencia dentro de sus vidas y aunque requieren asistencia terapéutica inmediata, ésta no está disponible por razones económicas y políticas. Los niños pequeños tienen una necesidad biológica de seguridad; y esto, forma un telón de fondo psicosocial para las mujeres cuando experimentan cierto rango de eventos traumáticos y exhiben comportamientos de inadaptación. Tal comportamiento incluye la pérdida de esperanza con una creciente frustración, ataques de histeria, y otras formas de comportamiento violento (Mocellin, 1993).

En la postguerra, la reconstrucción y rehabilitación de Somalia involucrará a refugiados y personas desplazadas, quienes tienen muy poca capacidad para aprovechar las ventajas de las iniciativas económicas y psicosociales ofrecidas por la comunidad internacional. La población desplazada, especialmente aquellos que viven en campamentos al margen de los mecanismos de apoyo tradicionales ofrecidos por los grupos de búsqueda de familiares, son más vulnerables y continúan dependiendo casi en su totalidad de la ayuda externa. Al menos, el establecimiento de los niveles mínimos de generación de ingreso para los desplazados, asegurando su acceso a medios de producción y suficiente seguridad alimenticia, debe ser vista como la principal necesidad en la reconstrucción y rehabilitación. Debido a la interacción de estas diversas características psicosociales, es crucial mitigar a mediano y largo plazo los efectos de las dimensiones económicas, políticas, culturales y educativas, en términos de vulnerabilidad, a través de la implementación de medidas apropiadas de protección y seguridad.

La violación como un factor de stress sobre las mujeres

Los desastres, al destruir el arreglo estructural usual de las características psicosociales en una población dada, ejercen una acción magnificada en las respuestas. Las nuevas (o magnificadas) características psicosociales producidas por los desastres, desde un punto de vista emocional, son frecuentemente de inadaptación (p.e. ansiedad, depresión, sentimiento de pérdida, abuso en el consumo de drogas y alcohol y desorganización de la comunidad). Este contexto es el telón de fondo en el avance de la agresión, generalmente precedido por la violación.

Por consiguiente, el pobre acceso de las mujeres a los recursos está ligado a la violación, convirtiéndose en un problema de crecimiento de la protección y la seguridad en entornos con grandes concentraciones de mujeres como aquellas que han sido desplazadas; un hecho tantas veces discutido en la literatura (Mocellin, 1994). Huyendo de áreas de conflicto y permaneciendo mucho tiempo como refugiadas en los campamentos, se crea el escenario para toda forma de violencia, incluyendo la violación. La motivación de la violación en tales circunstancias está basada en la necesidad de poder y dominación de los hombres, más que sobre cualquier explicación fisiológica de la sexualidad humana. En Kenya, la violación fue utilizada como medio para ganar poder económico; por ejemplo, una mujer de Kikuyu que fue separada involuntariamente de su cónyuge, quien dejó la granja en busca de trabajo, fue asaltada durante la noche por Kalenjins que demandaban su pequeña propiedad. Seis hombres amenazaron con violarla y después matarla. La desesperación, la lucha por sobrevivir más una carencia de seguridad y protección, fueron fuertes factores coercitivos para que ella cediera su tierra a los atacantes. Asimismo, en Somalia, la violación era perpetrada por varios hombres después del saqueo de las viviendas de las mujeres. En Mogadishu, un área severamente afectada por la violencia, los hombres fueron arrestados o asesinados frente a sus esposas, quienes después fueron violadas.

Las mujeres experimentan reacciones muy diversas ante la violación, dependiendo de factores como la naturaleza del ataque y el tipo de amenaza. El stress psicológico resultante si no es resuelto, puede producir una depresión dirigida al suicidio. Revelar estas experiencias es frecuentemente difícil; están enmascaradas por las restricciones culturales haciendo imposible la confesión al marido, padre u otros hombres de la familia por temor a la expulsión. Los problemas de mediano y largo plazo están principalmente relacionados con subsecuentes experiencias sexuales, que se transforman en traumas emocionales y tienen claros efectos psicosomáticos de largo alcance. El componente psicosocial de las vulnerabilidades de las mujeres en países agobiados por desastres, necesita ser dirigido a través de medidas más amplias de preparación, protección y seguridad (Mocellin, 1994).

Dimensión educativa, preparación y mitigación

El proceso educativo, a niveles macro y molar, son la clave en la mediación para la respuesta al desastre en el continuo que va desde el desastre potencial hasta el desastre ocurrido. Las estrategias de preparación y mitigación, cuando se instrumentan a través de la capacitación, se centran principalmente en la fase del desastre potencial. El manejo de información es importante en ambas etapas, mientras que los programas de recuperación que contienen aspectos educativos son más relevantes en la fase del desastre ocurrido.

Manejo de información

La información, y su precisión, es crítica para cada etapa de respuesta al desastre. Lamentablemente, en los países en vías de desarrollo los problemas relacionados con la dispersión, transferencia y confiabilidad de la información y la comprensión pública de los riesgos son muchos y requieren ser dirigidos. Los procesos psicológicos y educativos son esenciales para una efectiva intervención de alerta y evacuación de la población.

Alerta

Los sistemas tradicionales de alerta temprana, generalmente han involucrado y se han manifestado en los sistemas económicos prevalecientes o en los métodos tradicionales de construcción de albergues. Tales mecanismos tradicionales han llevado a algunos observadores a proponer que distintos tipos de adaptación subcultural, o en ciertas instancias las subculturas del desastre, se encuentran en áreas de alto riesgo. Estos mecanismos tradicionales son frecuentemente omitidos o ignorados por las autoridades responsables de las áreas en desastre. Por lo tanto, es esencial que programas integrados de preparación y alerta incluyan la forma en cómo las comunidades hacen frente a los desastres dependiendo mínimamente de la ayuda externa o incluso sin ella. Pueden sostenerse mayores niveles de preparación y advertencia a riesgos centrando los mecanismos de respuesta tradicionales, o intentando integrar nuevos mecanismos con estrategias de mitigación tradicionales. Por ejemplo, en las zonas costeñas de Bangladesh, un método tradicional de preparación para la recuperación en inundaciones causadas por tormentas, consiste en enterrar contenedores de agua potable. Aceptada esta estrategia, no existe obstáculo conceptual mayor para introducir en la misma población la tecnología de añadir un collar de tres o cuatro pies a su contenedor (un simple procedimiento de bajo costo) para protegerlo del deterioro causado por las oleadas de agua salada durante la tormenta (Rogge, 1992).

Un componente crucial de los programas de preparación es la eficiencia de los sistemas de alerta. Los problemas parecen estar concentrados en dos niveles: uno operacional y otro emocional-cognoscitivo. La eficiencia y rapidez con que las alertas son propagadas es un problema operacional, mientras que la seriedad con que son recibidas son cuestiones emocionales-cognoscitivas. En áreas de alto riesgo, una carencia de credibilidad en la alerta puede producirse cuando generalmente a las advertencias no siguen eventos peligrosos; así, la negación, como un mecanismo de defensa, es un resultado esperado. Por tanto, cuando la gente experimenta los primeros impactos de un desastre inminente, es ya demasiado tarde para revertir cualquier reacción de negación y realizar acciones de mitigación significativas. La carencia de confianza en la información, o simplemente la carencia de información confiable, es frecuentemente la razón principal de la incredulidad a las alertas. La mayor parte del tiempo la gente buscará información que contradiga el mensaje de alerta, usando la negación como una estrategia cognoscitiva común para reducir el stress en las respuestas (Friz, 1968).

Otro punto a considerar es el efecto de experiencias previas y la percepción del riesgo, como se mencionó en la sección sobre cultura. Los investigadores coinciden en que las personas afectadas por un desastre potencial tienden a subestimar el riesgo y el peligro y pueden utilizar estrategias para minimizar la disonancia cognoscitiva involucrada en situaciones de alto riesgo (Bolin, 1989). Los mecanismos cognoscitivos, incluyendo estrategias heurísticas, parecen jugar un papel importante en el desprestigio de las alertas. Algunos de estos mecanismos están relacionados con procesos cognoscitivos como el control sobre el riesgo, la percepción personal de la relevancia del riesgo y el grado de vulnerabilidad frente al agente del desastre. Los agentes del desastre extraños o desconocidos son percibidos generalmente como menos riesgosos; la experiencia previa o la exposición frecuente a un agente de desastre puede dar como resultado percepciones más bajas del riesgo, cuando los efectos negativos de la exposición no son atribuidos a la fuente de origen. Un segundo mecanismo vinculado a la percepción del riesgo y a la experiencia previa, es el efecto de juicios heurísticos o de estrategias usadas para evaluar la probabilidad de ciertos resultados asociados con eventos inciertos (Weinstein, 1989). La exposición repetida a un agente de desastre que no haya causado daños, dificulta pensar que el mismo evento ocurrirá en el futuro.

La psicología de desastres, con énfasis en la cognición puede ofrecer nuevos conocimientos, en colaboración con otras disciplinas, sobre la forma de realzar la credibilidad de sistemas de alerta. La solución puede descansar en un enfoque interdisciplinario que abarca las premisas de desarrollo económico y las psicológicas-cognoscitivas. Por ejemplo, existen pocas opciones disponibles para que los bengalíes puedan encarar un próximo ciclón. Cuando deciden buscar refugio en un albergue, deben dejar todas sus pertenencias y arriesgarse a ser saqueados. Esto limita críticamente las alternativas económicas que los costeños tienen a su disposición. Haque y Blair (1993) investigaron las razones de la carencia de atención a las primeras advertencias sobre el ciclón tropical del 29 de abril de 1991 que golpeó la costa de Bangladesh. Sus hallazgos sostienen que el temor al hurto y la incredulidad a las alertas son las principales razones que hacen a la gente incapaz y psicológicamente impotente para buscar refugio en albergues contra ciclones. Los entrevistados permanecieron en sus hogares para resguardar sus pertenencias, no deseaban empobrecer más, aún cuando debieran enfrentarse con la muerte. En última instancia, no existe diferencia en la diseminación y eficiencia de las medidas de alerta de acuerdo con las respuestas dadas por la población urbana y rural. La información estuvo disponible cuatro días y medio antes de que la tormenta golpeara la costa. Khondker en este volumen, también discute la advertencia y preparación en inundaciones de 40 mujeres entrevistadas en una aldea de Bangladesh. La falta de avance, claridad y simplicidad de la alerta fueron los factores responsables de la carencia de preparación para la inundación. Los bengalíes entrevistados, así como otras víctimas de desastres, no aceptaron mentalmente el argumento racional dado por diversas fuentes de alerta temprana. Un enfoque racional presentado a gente iletrada de áreas rurales y urbanas, especialmente cuando se hace en una forma compleja como en el sistema de alerta contra ciclones de Bangladesh que se basa en un código marítimo de advertencia a embarques, puede no ser el más adecuado. La experiencia cotidiana de los bengalíes está basada en una mayor flexibilidad antes que en la racionalidad, y debe ser comprendida de esta forma. La investigación es necesaria en el contexto social y cultural de la percepción del riesgo para acrecentar la credibilidad en los sistemas de alerta (Johnson, 1991).

Los programas de recuperación

El mayor alcance de las actividades de recuperación descansa en el área de los programas educativos especiales tan necesarios en áreas afectadas. Tales programas deberían estar diseñados de acuerdo con las estrategias específicas de intervención, como educación en salud y salud mental; programas especiales educativos/recreativos en escuelas; y programas a nivel comunitario. Los programas educativos de recuperación son relevantes según los estudios de Somalia y Kenya. Los niños somalíes y kenianos, particularmente niños desplazados, han sido apartados de la educación debido a los conflictos prevalecientes. Cuando finalmente puedan regresar a la escuela, se esperan problemas de retención y comportamiento disruptivo. La variable mediadora de estos efectos psicosociales es la provisión inmediata de educación y la instrumentación de programas educativos especiales que trabajarán como barreras frente al stress, manteniendo ocupadas las mentes de los niños en algo constructivo. Programas especiales centrados en el manejo básico del stress para niños y maestros deben, por lo tanto, ser incorporados al sistema educativo actual en todas las áreas afectadas. Sin estos programas es probable que esos menores engrosen el número de niños de la calle en las ciudades cercanas.

Por ejemplo, en el estudio de Somalia, debido a una mala nutrición los niños de Mogadishu tenían severos problemas de retención en las pocas escuelas que funcionaban; no había comida antes o durante el día de clases. Otros problemas estuvieron relacionados con el trauma de guerra. En Baidoa -el centro del área de hambruna aguda- la incorporación de deportes y jardinería a las actividades escolares fue una prueba de intervención exitosa, ya que los padres apreciaron el beneficio inmediato de alentar a sus hijos para asistir a la escuela cuando vieron que estaban aprendiendo tareas de jardinería. La estrategia mantuvo a más estudiantes en la escuela y promovió la jardinería como una forma de generar ingresos. Los programas recreativos (p.e. el voleibol) ayudaron a los estudiantes a controlar comportamientos agresivos, dando la posibilidad de poner en práctica sus habilidades. Sin embargo, en Kenya, los niños desplazados no tuvieron un lugar en la escuela, ya que fueron alejados de sus regiones escolares. El programa de planeación ideó estrategias múltiples que iban desde la provisión de planes de crédito a los padres para pagar el colegio, donde éste existía, hasta la incorporación de los niños -especialmente adolescentes- en proyectos de generación de ingresos.

Entrenamiento

El entrenamiento es un componente esencial de la respuesta al desastre. En situaciones de desastres potenciales, la meta educativa debe ser realzar y poner a disposición, en forma simple y objetiva, las medidas de preparación, particularmente en los países en desarrollo. Son necesarios folletos accesibles sobre las medidas de preparación para agentes de desastre específicos. En situaciones post-desastre, durante el proceso de recuperación, es importante dirigirse a las mujeres (más vulnerables cuando están al frente de la familia) quienes deben ser involucradas en programas de identificación, planeación, implementación, monitoreo y evaluación. En Kenya, el uso de folletos educativos que explican sencillas nociones sobre la agresión social y la solución del conflicto asociados al choque de tribus, pudo modificar la hostilidad y agresividad sobre otros grupos étnicos. Entrenamiento y educación deben ofrecerse para promover la responsabilidad de la comunidad en la elaboración de sus propios proyectos de desarrollo; ésto, aplicado a programas profesionales técnicos con énfasis en el mantenimiento y reparación de molinos, depósitos de agua y bombas (Wiest, Mocellin y Motsisi, 1992).

Psicosocialmente, el entrenamiento se caracteriza por la urgente necesidad de dirigir el problema hacia los grupos de trabajadores en primeros auxilios y salud mental de las áreas afectadas por el desastre. La programación recomendada por el estudio de Somalia incluye cursos de entrenamiento/actualización para enfermeras y otros grupos de trabajo de las agencias internacionales. Mejorar la habilidad en la enseñanza, adecuar la comprensión de la sensibilidad cultural, conocer las respuestas psicológicas básicas, y saber cómo tratar las tensiones traumáticas durante el post-desastre, son algunos de los elementos más importantes que deben ser considerados.

El entrenamiento debe iniciarse cuando se diseña un plan para un área afectada. El componente de salud mental debe ser incorporado en la atención a la salud para reducir el uso excesivo de los servicios médicos que en ocasiones se encuentran saturados por la atención a pacientes con achaques psicosomáticos. Existe un consenso general entre los trabajadores en salud mental acerca de que tales medidas no son fáciles de instrumentar, debido a que el enfoque tradicional en servicios médicos descuida la importancia de la salud mental a lo largo del continuo del desastre. Entrenar a la gente que auxilia, para evitar un mayor stress colectivo o individual en un desastre, es esencial.

Mitigación

La mitigación del desastre apunta a modificar o atenuar los impactos del peligro y de ese modo reducir la severidad de los desastres potenciales. Es necesario distinguir entre conjuntos de medidas de mitigación tales como: i. medidas dirigidas a la prevención de desastres; ii. medidas que atenúan el impacto del desastre; iii. medidas que motivan a las poblaciones a evitar áreas peligrosas y; iv. medidas que llevan a un cambio en las prácticas sociales y/o económicas. En algunas instancias la aplicación de un cierto tipo de estrategias de mitigación no lleva a la solución ideal. Por ejemplo, la mitigación de las inundaciones en Bangladesh, fue planeada desde el punto de vista estructural del capital altamente intensivo; las presas y diques fueron construidos descuidando las opciones no-estructurales disponibles -zonificación y mapeo de las inundaciones, que pueden ayudar a la gente a vivir y manejar las inundaciones en forma más efectiva- (Rogge, 1992). Otro punto a considerar es la necesidad de mitigar el impacto del agente del desastre reduciendo el nivel de exposición de la población. Los códigos de construcción y la legislación sobre zonificación, son de difícil aplicación en los países en desarrollo, aunque haya presión política para tal instrumentación. Los factores restrictivos son la presión de la población, la escasez de recursos, la pobreza y la corrupción burocrática. Los bengalíes residentes en las costas tienen pocas o ninguna opción fuera de las zonas propensas a ciclones, islas en mar abierto o zonas proclives a inundaciones (Rogge, 1992).

En conclusión, enfatizamos un enfoque molar y macro dinámico en el análisis del riesgo y la vulnerabilidad a lo largo del continuo del desastre. Este promueve una comprensión completa de vulnerabilidades de una población dada ante un número de características psicosociales en sus dimensiones educativas, de salud mental y culturales. Sin la preparación y otras medidas de protección en un lugar determinado, la respuesta al desastre puede ser reactiva; y esto, ayuda y proporciona asistencia a las víctimas en forma discontinua e insustentable. La preparación y un enfoque activo son necesarios para asegurar la instrumentación efectiva de una mediación culturalmente relevante y adecuada que proporcione estabilidad a través de la continuidad y la sustentabilidad.

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Figure Caption.

Figure 1. The cultural, mental health and educational dimensions and related vulnerabilities. The dimensions are plotted along the Pre/Potential Disaster and Post-Realized/Disaster Continua. Protection and security measures will mediate disaster response along the continua (after Booth et al., 1993).

NOTAS

* Este trabajo es una versión modificada de la ponencia presentada en el Seminario Internacional "Sociedad y Prevención de Desastres". COMECSO, UNAM, CONACYT, LA RED. México, febrero de 1994. Traducción de Elizabeth Mansilla e Ignacio Rubio.

1 El término molar es utilizado por los psicólogos ambientales para explicar el análisis en pequeña escala de un problema yuxtapuesto a una escala mayor de análisis, el cual puede incluir un amplio rango de variables del comportamiento humano.