DAÑOS OCULTOS Y RIESGOS ENCUBIERTOS:  HACIENDO VISIBLE EL ESPACIO SOCIAL DE LOS DESASTRES*

Kenneth Hewitt
Departamento de Geografía, Wilfrid Laurier University

 En este trabajo nuestro interés se centra en la comprensión social de los desastres y en cómo ésta se relaciona o podría influir sobre las medidas preventivas. Abordamos el surgimiento de conceptos y métodos de la investigación social, comenzando con el planteamiento de los principales argumentos a favor de un enfoque basado en una perspectiva social. Esto nos sirve para destacar algunos problemas prácticos y de interpretación no resueltos, especialmente en las aproximaciones que prevalecen en los trabajos sobre desastres. Sin embargo, la visión aquí desarrollada y las dificultades identificadas, derivan menos del pensamiento social que de algunos rasgos empíricos prevalecientes del daño en desastres.

El espacio social de riesgo y daño

Un amplio número de estudios realizados en los años setenta y ochenta, demuestran la poderosa significación de las condiciones sociales en la incidencia, extensión y distribución de los daños. Estos mostraron que la pérdida y supervivencia se relacionan muy estrechamente con los patrones establecidos y las variaciones en la calidad de vida material de la sociedad, tanto en lo que se refiere a la ocurrencia y el tipo de daños, así como dónde, cómo y especialmente a quién afectan.

La distribución y concentración de pérdidas humanas -en los pocos casos donde la evidencia está disponible- se relaciona principalmente con la condición socioeconómica de la población. No obstante, raras veces es subrayado cuán a menudo éstas se concentran desproporcionadamente en grupos de cierta edad -de acuerdo al género u ocupación-, niveles de ingreso y voz política de la población o, más bien, carencia de ellos. La mortalidad es algo que puede estar enormemente influenciado por la calidad de alerta y los preparativos para la emergencia; sin embargo, su efectividad depende de la disponibilidad y utilidad por aquellos individuos que se encuentran en mayor riesgo.

Las pérdidas de propiedades dependen especialmente del uso del suelo, los patrones de asentamiento y el diseño y ubicación de estructuras construidas. Como resultado, la explicación subyacente se relaciona con qué o quién controla la calidad y la geografía social del entorno construido. Asimismo, las pérdidas económicas y el empobrecimiento han mostrado una tendencia a variar especialmente con algunos factores como la elección de cultivos o el tipo de materiales de construcción utilizados; empleo, condiciones de trabajo y migración; la distribución y control de tierra; y la existencia y posibilidad de acceso a las "redes de seguridad" social.

Estas conclusiones han sido repetidamente confirmadas por nuestro propio trabajo de campo en diversos tipos de desastres de origen natural y desastres de guerra, en un rango de diferentes contextos. El resto de esta discusión sigue, por consiguiente, a partir de la proposición de que la distribución de daños en desastres refleja principalmente el orden social que produce, reproduce y regula las actividades humanas.

Lo anterior corre contrario a la visión de que los desastres son principalmente causados por la localización, intensidad y otras propiedades de agentes naturales o tecnológicos dañinos. Contradice una percepción común de los desastres como eventos que "no discriminan" socialmente, afectando igualmente a "ricos y pobres", "jóvenes y viejos" y se contrapone con la visión de daños como de "pared a pared", o de lo que ocurre en desastres y que es captado por imágenes de los peores impactos que atraen, por razones obvias, la mayor atención.

Ninguno de estos argumentos pretenden negar lo extraordinariamente terrible de la realidad de los desastres experimentada por sus víctimas, ni los requerimientos especiales sobre respuestas organizadas cuando los desastres golpean. Las experiencias extremas pueden hacer surgir o liberar pensamientos y actividades que en otras circunstancias serían raras o estarían ausentes. El desastre es, tal vez, real en la medida en que mina o repentinamente destruye las capacidades preexistentes y los medios de acción organizada. Puede bien involucrar un "proceso de desastre" distintivo, aunque estudiantes de la "sociología de los desastres" también encuentran que roles y circunstancias o relaciones sociales preexistentes, juegan un papel muy importante en las reacciones de los sobrevivientes, y en la efectividad de los esfuerzos externos de auxilio.

Mientras tanto, la "prevención de desastres" dirige su atención hacia qué causa el desastre, más que a lo que sucede cuando éste ha ocurrido. El problema de los daños se analiza bajo esta perspectiva y en términos del reconocimiento de quién y qué se encuentran bajo mayor riesgo de sufrirlos y en la explicación del por qué. Mis observaciones apuntan hacia una relación integral y primaria entre la vida cotidiana y los riesgos de desastres. Con esto se redefine todo el problema, y desastre se considera primordialmente como un problema del orden social y la geografía social de riesgos.

La visión desde arriba

Enfatizar aquí la base social de los desastres puede ser equivalente a predicar para los convertidos; sin embargo, los enfoques prevalecientes de los desastres la han ignorado en gran parte. Más de una década atrás, algunos de nosotros cuestionamos la forma en que los peligros naturales y los desastres habían sido tratados. Definidos como el reino de los agentes geofísicos dañinos, eventos extremos, "accidentes", "errores humanos" y medidas de emergencia, los desastres aparecieron como causados por fuerzas externas o aberraciones dentro del orden social. Las causas de eventos dañinos, no simplemente su experiencia y violencia, pudieron así ser tratadas al margen de la existencia cotidiana.

En esta visión, los desastres han sido presentados como un problema de "eventos" inesperados, inciertos, inmanejables o contraproducentes; es decir, como la antítesis de la vida cotidiana y el desarrollo. Esto último se considera esencialmente en términos de sistema y continuidad; la expansión planeada o el mejoramiento de actividades ordenadas, controladas, y, especialmente, productivas. El "manejo del desastre" -el cual en cualquier otro sentido es una contradicción de términos, o un concepto contradictorio en sí mismo- se convierte en la práctica del control de daños a favor del sistema existente y el retorno a la "normalidad". Asimismo, la geografía de los desastres ha sido vista en claro contraste a los patrones de "utilización del suelo", la economía del espacio, los sistemas urbanos y las cuestiones del desarrollo. El riesgo fue definido en términos de, supuestamente, áreas de alto riesgo debido a tormentas o eventos sísmicos; una geografía imaginativa de polígonos de sequías, líneas de las inundaciones de 100 años y los cinturones de nieve. Los desastres aparecieron como un archipiélago de zonas de desastre o eventos extremos aislados. En contraste a los argumentos arriba presentados a favor de la comprensión social de los desastres, la mayoría de los reportes profesionales raramente ponen mucha atención al fenómeno del daño como tal y mucho menos a su distribución social. Extraño en sí mismo, esto se contradice con algunas de las mejores y más desarrolladas metodologías en el campo de la evaluación de riesgos, las cuales consideran a la anterior distribución de lesiones, condiciones de salud, muerte o pérdida de propiedades en relación a las características de los individuos, grupos o instituciones como la mejor guía para predecir su ocurrencia futura. No así en los estudios de los desastres naturales donde, por ejemplo, casi cualquier informe de un desastre por terremoto va inmediatamente -o poco después de presentar estadísticas brutas de los muertos y lisiados y de las pérdidas económicas- a la presentación de medidas, modelos y mapas sísmicos que son usados para delimitar y definir las causas esenciales, magnitudes y patrones del evento. Cuando se trata de retomar el tema de los daños, se hace en términos del Mercalli Modificado u otra "Escala de Intensidad". La geografía de los daños es transformada en un mapa isosesimal de intensidad, pulcramente presentado con la distancia del epicentro (donde yo he recorrido el campo ésta es una visión altamente abstracta de los patrones reales de daño). Si las condiciones sociales son invocadas, éstas son en términos de observaciones casuales acerca de una "planeación pobre", hacinamiento, subdesarrollo, ignorancia, etc. Pocas respuestas humanas distintas a las consideradas por las medidas oficiales de emergencia son reportadas y las respuestas locales son generalmente ignoradas.

Esto no es exclusivo a los desastres por terremotos. Los desastres por inundaciones son rápidamente redescritos en términos del clima, planes para inundaciones, tamaño y frecuencia de la inundación, tasa de incidencia y otros aspectos hidrológicos o técnicos de la inundación. Mapas interpretativos de desastres por huracán o tifón invariablemente muestran el camino de la tormenta y el patrón isobárico, quizá la zona de inundación por marejadas. Con ello, supuestamente, se agota lo que hay que decir de la geografía de los desastres, aunque se trate de situaciones altamente diferenciadas en el terreno y específicas por grupos sociales o criterios particulares.

Siguiendo las ideas de Foucault, argumenté que estos desarrollos representan más una colocación conveniente del problema que una presentación de argumentos empírico o conceptualmente convincentes. Como "locura" en la Era de Razón; "crimen" en el Estado Civil Burgués; o "pobreza" en la Era del Progreso, los desastres amenazan el apuntalamiento tecnocrático del estado liberal o socialista moderno. Así, desastres y cotidianeidad son definidos como opositores; tal como "paz" se define simplemente como lo contrario de o la ausencia de guerra. Este último, un tema de interés y un problema convenientemente separados.

Las más visibles o bien dotadas instituciones responsables de la investigación y preparativos para desastres no han mostrado mayor interés en la comprensión social, y sólo algunas raras veces, y de una forma altamente parcializada, en la acción social. Más bien, han dado la explicación en términos técnicos y geofísicos inclinándose por soluciones que se relacionan con el desarrollo de proyectos tecnológicos. Han buscado, consistentemente, soluciones en la planeación de alto nivel y en las medidas oficiales de emergencia. Enfatizan el manejo centralizado y la colaboración de agencias municipales, nacionales, intergubernamentales o globales, únicamente dirigidas al manejo del desastre. La preferencia para y, principalmente, la inversión que se hace en este tipo de enfoques, se relaciona seguramente a una resistencia bastante extendida frente a los estudios sociales transparentes de cualquier tipo.

Por supuesto, el conocimiento geofísico, técnico y organizacional es valioso. En algunas partes de nuestro trabajo, aún fuera de sociedades industrializadas y urbanizadas, es esencial. Pero la visión tecnocrática no sólo ha desatendido los ingredientes societales, sino que también ha promovido una visión de los problemas desde afuera y "desde arriba" que contribuye a trivializar o a abstraer las preocupaciones de la gente común y los predicamentos de aquellas que se encuentran en mayor riesgo.

De alguna manera, un problema aún mayor es el modo en que las condiciones sociales -cuando están reconocidas- son consideradas en términos de fuerzas impersonales y deterministas de la población, de la etapa del desarrollo económico, de la "naturaleza humana", y cosas por el estilo. Esta es la clase de "ciencia social" que quiere ignorar a la sociedad para mantener los paradigmas de la ciencia física, utilizando una visión mecánica o estadística de relación entre variables, en lugar de buscar una asociación inteligente entre ellas. Pocas cosas socavan más la posibilidad de la comprensión social que la idea de que la determinación de los roles humanos en desastres depende de nociones tales como "sobrepoblación" y "Producto Interno Bruto". En general, el neo-malthusianismo, el darwinismo social y el determinismo geofísico son visiones desde arriba, influenciadas por la marea alta del imperialismo eurocéntrico, que sirven para disminuir o abatir las vidas de la mayoría de las personas en el mundo.

Desafortunadamente, esta "visión dominante" permanece viva y sana en los años noventa. Define las declaraciones programáticas del Decenio Internacional para la Reducción de los Desastres Naturales (DIRDN), y sus principales productos. Las agendas prioritarias continúan la promoción y financiamiento de sistemas de "expertos", conferencias, transferencia de tecnología y capacitación y ponen especial énfasis en la cooperación interagencias. Todas éstas se basan en una percepción, si no exaltación, del conocimiento de las "naciones desarrolladas" que "nosotros" supuestamente ya tenemos. Cuando mucho, la investigación puede ser necesaria para llenar aquí y allá "huecos en el conocimiento". Si hay cualquier referencia a factores humanos de riesgo ésta es en términos de elementos convenientemente impersonales y abstractos, particularmente en lo que se refiere a "población", "megaciudades", "cambio global" y "desarrollo no-sustentable".

Como diversos observadores han sugerido, estas agendas y su indiferencia al contenido social y a las realidades interpersonales, aparecen como un resurgimiento masivo de la vieja visión tecnocrática. La comprensión social tendería, más bien, a subrayar las dificultades para hacer efectivamente esas cosas, y apuntar hacia sus limitaciones y fracasos anteriores. Enfatizaríamos la necesidad de que "expertos de naciones desarrolladas" y oficiales de cualquier parte, lleguen a ser educados, o cuando menos convertirse en oyentes sensibles al lenguaje, cultura y orden social de cualquier clase y población a la que ellos pretenden dar asistencia. Y esto, implica buena ciencia, así como ética profesional. No nos detendremos a discutir la evidencia casi diaria de que las políticas oficiales o internacionales y las "tecnologías avanzadas", son importantes fuentes de incremento o de redistribución de riesgos, más que de su abatimiento.

Es seguro, el trabajo técnico está en sí mismo socialmente fundamentado y socialmente construido, pero alrededor de instituciones y puntos de vista de poder. Esto es, o ha llegado a ser, un enfoque compatible con las preocupaciones de personas con cargos de autoridad. La "gran ciencia" y los sistemas centralizados de respuesta así engendrados, contribuyen aún más a encubrir, eludir o redescribir condiciones y personas de importancia clave para la comprensión social. El olvido u oscurecimiento de la comprensión social incorporada en las visiones prevalecientes, denota que algunos importantes impedimentos para los avances prácticos y conceptuales surgen de esta forma de conocimiento dominante.

El daño oculto, las personas invisibles y las voces no escuchadas

En los años recientes, estudiosos del apuntalamiento societal del riesgo y de los desastres, frecuentemente describen su trabajo como descubriendo "silencios" y lagunas. Hablan de presencias "sin voz" e "invisibles"; condiciones y personas ignoradas o "marginadas". Los aspectos relevantes se presentan "ocultados", "enmascarados", "obscurecidos" o redescritos a favor de otras agendas, frecuentemente, también "ocultadas". Aún más severamente, se encuentra en Watts (1983) la "violencia silenciosa", y la "violencia subterránea" de Hartman y Boyce (1988). Las ideas de daños ocultos y riesgos encubiertos han parecido bastante apropiadas a mi propio trabajo en dos contextos aparentemente muy diferentes: geoamenazas en comunidades montañosas altas; y los impactos de guerras por aire sobre civiles y ciudades. La vulnerabilidad a y los daños de deslizamientos en una aldea del Himalaya o en una ciudad ocupada bajo bombardeo, se vuelven profundamente dependientes de su geografía social y de las circunstancias de vida de la población en riesgo; sin embargo, éstos tienden a ser ocultados por la prevalencia de los enfoques ambientalistas en los estudios de las altas montañas y de las amenazas, o por la forma de percibir la marginación económica de las poblaciones de las montañas. Asimismo, han sido poco considerados en las preocupaciones sobre combates de guerra contadas en las historias de la guerra aérea.

Este sentido de revelar qué ha sido ocultado, es quizás inevitable para estudios que confrontan la prevalencia de paradigmas dominantes que ignoran sus preocupaciones y sus descubrimientos; el punto principal, sin embargo, es que estos "daños ocultos" y "riesgos encubiertos" no son detalles superficiales o secundarios. En ese sentido, la analogía con las ideas de la "economía oculta" y el "trabajo encubierto" es también apropiada, ya que dichas ideas identifican características importantes y prevalecientes de la economía y el trabajo que están ocultas o situadas a la sombra de las visiones dominantes; lo que a su vez implica tanto una crítica del discurso como una identificación de intereses.

En muchas formas, el trabajo de recuperar y escuchar el testimonio oral de las víctimas de una calamidad -"las voces anónimas del sufrimiento" como apunta Eugenia Meyer (1988)- van al corazón del problema. ¿Cómo además puede el oído académico abrirse a los mundos de las mujeres y de los niños, los ancianos y enfermos y los grupos y culturas en desventaja?. Un grupo de historiadores orales sostiene que "... cuando las mujeres hablan por ellas mismas, revelan realidades ocultas [...] nuevas perspectivas emergen que desafían a las "verdades" de los relatos oficiales y [...] las teorías existentes..." (Anderson et. al. 1987:104, énfasis añadido).

Esto parece aún más extensamente relevante en el campo de los desastres, con su paradigma dominante, especialmente cuando prestamos atención a aquellos que están en mayor riesgo.

 

"... Procesos elementales del orden social...": La desventaja social y los desastres

Ha sido ampliamente mostrado, si uno se preocupa por prestar una atención cuidadosa, que la distribución de riesgos y daños involucra una desproporcionada cuota o severidad de pérdidas entre aquellos que ya están relativamente debilitados, empobrecidos u oprimidos. La vulnerabilidad diferencial de personas dentro de y entre sociedades surge, especialmente, de forzadas o no resueltas desventajas sociales. Esta puede depender de la edad, género, ocupación, tipo de propiedad de la tierra -o carencia de ella-, clase, religión, desarraigo, carencia de derechos o, más generalmente, de la economía política del riesgo. Muchos han considerado que la indiferencia hacia o el encubrimiento de las fuentes de vulnerabilidad en la visión dominante se relaciona con esto.

La asociación entre daño y pobreza ha sido argumentada más efectivamente en el caso de las hambrunas: relacionándolas a patrones completos de desventaja comparativa en lo material y lo político, dentro de los hogares, comunidades, estados y el sistema internacional. En particular, es de hacer notar las ideas de Amartya Sen y las discusiones relacionadas, las cuales enfatizan cómo las hambrunas modernas nunca son cuestiones de absoluta escasez de comida dentro del sistema alimentario o "el mundo" al cual las víctimas del hambre pertenecen. Más bien, giran en torno a lo que Sen ha descrito como "los derechos de acceso" (entitlements), y sobre las capacidades y (des)habilitación para la autogestión ((dis)empowerment) de aquellos más propensos a sufrir hambre incrementada, desarraigo y muerte en hambrunas. De acuerdo con este argumento, su sufrimiento se relaciona fundamentalmente con las condiciones antes, después, y, además, durante una crisis alimentaria y no simplemente a un evento tal como una sequía.

Recientemente estos argumentos han sido revisados y ampliamente utilizados por Watts y Bohle (1993) en términos del "espacio de la vulnerabilidad". Opino que sus elementos son relevantes casi para todos los llamados desastres naturales y tecnológicos. El gran desastre asociado con el terremoto de 1985 en la ciudad de México, parece haber tenido menos relación con el riesgo sísmico que con la política económica de urbanización. Recae la vulnerabilidad siendo constreñida, si se quiere, por la asignación social de la "seguridad del entorno construido". Esencialmente, puntos similares pueden constatarse en cuanto a eventos tales como las sequías rurales en México o la amenaza de nevadas en las zonas urbanas de Canadá, las inundaciones ribereñas o costeñas en Bangladesh, los incendios forestales y las plagas en los cultivos alrededor del Mediterráneo. Las diversas dimensiones de y los controles sobre la seguridad personal y colectiva, prefiguran los patrones de daño o demográficos de víctimas en "accidentes" tecnológicos y los impactos de guerra sobre edificaciones y la población civil. Además, éstos identifican aquellos daños que son evitables e innecesarios. Si nuestra tarea es, en efecto, mitigar, aliviar y prevenir desastres, la mayoría de las soluciones radicarían en revertir las desventajas sociales, más que en confrontar el fallo técnico con mayor proeza técnica.

En parte, estos elementos reafirman los principios de Sorokin (1942) de "diversificación y polarización de los efectos" de los desastres: la idea de que individuos y sectores de la sociedad sufren en forma diferencial y no proporcionalmente, en desastres. Algunos sufren mucho más que otros -sin duda algunos pueden beneficiarse del infortunio de otros-. Esta noción del "proceso del desastre" se convierte en algo aún más crítico, pero de diferente significación cuando el desastre ha mostrado ser una extensión de la preexistente "diversificación y polarización" de los riesgos en la sociedad. Esto también refuerza la afirmación clave de Krebs (1984) de que "los desastres revelan procesos elementales del orden social y están en sí explicados por ellos".

Las visiones desde abajo

Si el riesgo y el daño reflejan principalmente las condiciones sociales, será entonces necesario entender cómo las cosas funcionan y cómo la gente actúa, o se le permite actuar, en su contexto societal. Más que nada, esto nos dirige a las circunstancias y preocupaciones de aquellos que padecen o pueden sufrir severas pérdidas por un terremoto, hambre o terror extrajudicial. Entre otras cosas, parece indispensable involucrar y requerir una "visión desde adentro", más que desde fuera, de las comunidades. Si las que están en desventaja son las víctimas principales del desastre, la necesidad principal será entonces articular una "visión desde abajo".

Inicialmente al menos, profesionales responsables y otros, generalmente deben hablar por aquellos que no tienen una voz propia. Sin embargo, como forasteros, aunque estemos bien entrenados, no lograremos la suficiente intuición antes de "caminar el terreno"; sin contar con testigos oculares; y sin considerar los sufrimientos, luchas e historias de los distintos miembros más vulnerables de la sociedad. Moverse de las convenientes abstracciones a la sensitiva comprensión social, requiere de intuición más que de una visión desde afuera; una capacidad para escuchar, comprender e interpretar experiencias y circunstancias expresadas en lenguaje vernáculo, más que en formas técnicas.

Nuevamente, el testimonio oral ayuda a identificar tanto a la perspectiva moral como social en el espacio del daño:

"...la historia oral no solamente comparte la suerte de los vencidos, sino también nace al momento del desastre y del olvido social colectivo..." (Poniatowska, 1988:15, énfasis añadido).

Sin embargo, si se ha trabajado de cerca a este nivel, se encontrará que hay una actividad, o un lado activo que también es usualmente dejado de lado. Las personas "comunes" son raramente simples pasivas y patéticas víctimas de los desastres, a menos que estén imposibilitadas por ellos. Muchos sobrevivientes actúan con coraje llevando a cabo algunas, si no la mayoría, de las respuestas más inmediatas de salvamento, y las acciones humanitarias de más largo plazo en sus propios hogares y centros comunitarios. Las sociedades clasificadas como "tradicionales", no menos que algunas que son "modernas", prueban haber desarrollado anteriormente robustas y humanas formas de protegerse contra sequías o inundaciones. Estas acciones son frecuentemente la base más efectiva para prepararse contra futuras crisis.

Los investigadores o profesionales en el campo de los desastres están, después de todo, "entre la espada y la pared"; ninguno de éllos con responsabilidad, ni usualmente hablando como víctimas de la calamidad. Si incorporamos la "visión desde abajo", sería como intermediarios, si no como partidarios, en el grado en que exista una relación entre la falta de poder y el riesgo. En este punto será apropiado, por tanto, poner las proposiciones acerca del espacio social del desastre en términos del mejor conocido lenguaje y las categorías de las investigaciones sobre riesgo y amenaza.

La economía social de los riesgos

La probabilidad global y la forma del desastre son usualmente vistos como dependientes de tres grupos de factores:

a. "Amenazas": Las condiciones o procesos que tienden a iniciar episodios de daños excepcionales (p.e. terremotos o sequías, explosiones industriales o derrames de petróleo).

b. "Vulnerabilidades": Condiciones de y el estado de una comunidad, las cuales aumentarán o disminuirán la probabilidad y severidad de los daños en una situación de stress dada.

c. "Mitigación de Desastres y Medidas de Respuesta": Los planes y acciones pensados directamente para modificar los riesgos o responder a desastres.

Descuidar cualquiera de estos factores es perder de vista los ingredientes esenciales del riesgo. Ha habido especialmente un descuido en la investigación promovida sobre la vulnerabilidad y sus orígenes. La vulnerabilidad está gobernada principalmente por condiciones sociales, y desconocer esto mengua seriamente el valor de la comprensión geofísica y tecnológica, o las medidas de emergencia.

Sin embargo, la anterior es solamente una lista. También fácilmente podemos comenzar a trabajar sobre los "factores", como si el mundo real se dividiera en la misma forma. En particular, su utilización para asignar trabajo en función de áreas de especialización, impide o limita la comprensión social. Investigadores especializados y "sistemas de expertos" tienden a ver por separado los riesgos y las prácticas individuales. Las situaciones reales de la vida pública requieren personas y comunidades para hacer frente y, en algún sentido, balancear el rango o "mosaico" de riesgos. Los riesgos, incluyendo la forma en que las fuerzas naturales contribuyen a ellos, están incorporados en el tejido de la vida social, y de ahí se desprende su sentido o significación. Esto tiene que ver con la forma en que están expresados o movilizados en la práctica por aquellos involucrados. Cualquier riesgo o respuesta dada está situada dentro de, si se quiere, una economía social de respuestas; y, por consiguiente, las respuestas efectivas y prontas tienen que estar integradas en, y surgir de la vida social diaria, y no aparecer como apéndices aislados.

Lo anterior, en cambio, se relaciona al sistema de prioridades en una sociedad, los otros asuntos que son priorizados en la agenda colectiva, y cómo éstos reflejan o distorsionan sus valores. Una característica de las respuestas sociales y personales frente al riesgo, es que son bastante similares dentro de un amplio espectro de riesgos y daños. Morren (1983) discute esta idea en términos de "flexibilidad" de respuesta, lo que en parte refleja la necesidad de responder a diversas amenazas, incluyendo aquellas que son en sí mismas inusitadas, y en parte a cómo una sociedad debe desplegar acciones y cooperación con las cuales se sienta confortable. Con relación a esto, el resto de la discusión considera conexiones entre desastres y otras preocupaciones prevalecientes de las sociedades contemporáneas; aspectos esenciales del riesgo que el paradigma dominante suele también pasar por alto.

 Desarrollo y desastres: ignorando los vínculos

La incidencia de desastres o las formas y escalas de los daños son frecuentemente amplificadas y concentradas mediante el rápido cambio social. De acuerdo con Morren, el "desarrollo" o la asistencia para el desarrollo como generalmente se conoce, está, probablemente, aumentando el riesgo, ya que:

"... [ésta] tiende a crear dependencia y especialización entre los individuos y las comunidades, reduciendo sus habilidades para responder efectivamente, o reduciendo el rango de variabilidad ambiental normal que sean capaces de manejar por sí mismos." (1983:289)

También enfatiza cómo la asistencia externa en desastres puede crear un problema permanente de dependencia después de que la ayuda ha cesado, o cambiar permanentemente la forma de una sociedad de tal manera que lisia los patrones establecidos de respuesta. Más directamente, algunas de las peores calamidades están asociadas con el desplazamiento forzado de poblaciones, la degradación del hábitat y el rápido crecimiento y empobrecimiento de las áreas urbanas. Muchas víctimas de calamidades han sufrido ya tales acompañamientos del "desarrollo"; quizás debido a la pérdida de fuentes tradicionales de subsistencia y a la existencia de megaproyectos, deuda externa y violencia armada.

El hambre ha sido llamada "el costo del desarrollo" en África, donde las sequías se han agudizado por "... "la planeación", la utilización de tecnologías inapropiadas y las debilidades administrativas" (Baker, 1974). Cuidadosas investigaciones muestran que el proceso de muerte por hambre involucra impactos adversos de desarrollo económico sobre la seguridad alimentaria de los grupos más vulnerables; por su estrato social, edad y género. Dado que los ya hambrientos son las principales víctimas de las hambrunas, ésto es un caso arquetípico de desastre prefigurado por la "marginación" (C.f. Susman et. al. 1983). Nuevamente, la separación del "desastre" del resto de la vida material y de las responsabilidades sociales, no facilita la identificación de las fuentes del peligro.

Especial causa de alarma, en lo que a esto respecta, surge con los llamados "programas estructurales de ajuste", los cuales han mostrado, casi donde quiera, aumentar la "violencia estructural" poniendo unas veces mayor carga de empobrecimiento y riesgo sobre los hombros de los ya políticamente débiles y empobrecidos. Si la desventaja social aumenta la probabilidad de desastre y concentra el daño en ella, los programas estructurales de ajuste pueden ser vistos como una estrategia de promoción del desastre y, probablemente, como factores que nulifican o sirven de contrapeso a cualquier beneficio de los proyectos paralelos del DIRDN.

El problema del desarrollo que induce al riesgo parece hoy ser importante especialmente en los programas gubernamentales y de ayuda externa. Sin embargo, esto es relevante para las actividades internas o los vínculos externos de cualquier sociedad que desarrolla nuevas fuentes o sistemas de vida material. Escribiendo sobre economías de irrigación temprana en Asia, Metchnikoff expresó el punto de la siguiente forma:

"... El descuido más ligero en el cavar de una zanja o en la construcción de una presa, el menor asomo de negligencia o comportamiento egoísta por parte de una persona o un grupo de hombres en el mantenimiento de la riqueza hidráulica común, se convierte, bajo tales circunstancias, en la fuente de males sociales y una extendida calamidad social..." (citado en Benjamín, 1968: 123).

Como Walter Benjamín señala, parte del poder imaginativo de Franz Kafka, fue crear el sentido de mundos acosados por tales "... males sociales y extendida calamidad social".

Sin embargo, las prácticas y retórica del desarrollo económico impulsado a nivel nacional o global, ha ubicado a los desastres de un modo fundamentalmente diferente y se hace aparecer en forma similar a la que los analistas militares definen o caracterizan la destrucción de civiles, edificaciones y hábitats en guerra; es decir, como un problema -en el peor de los casos- de "daños colaterales" de los impensados "efectos secundarios" o, los "dividendos" de acciones dirigidas hacia otros blancos. Esto es kafquiano en sus implicaciones para los que sufren los ataques. En el mejor de los casos, el desastre está hecho para aparecer como el negocio inacabado del desarrollo más controlado y preciso. Sin embargo, la idea del desastre como una forma de "daño colateral" no es sólo metafórica.

 ¿"Daño colateral"?. La conexión con la violencia

Existen enlaces particulares y especialmente severos entre las formas y riesgos de desastre, y el despliegue de la violencia armada. Los gastos en armamento y ejércitos representan una aproximación y una selección acerca del riesgo por parte de los actores dominantes en los estados modernos, quienes destinan una asignación de recursos y talentos que no benefician otras áreas de riesgo y crisis. Usualmente, en tiempos de intervenciones armadas son utilizados para tratar otros riesgos y sus consecuencias. El resultado, en estos casos, puede ser la amplificación de los problemas o incidencia de los desastres, si no la generación de "desastres de guerra".

Los peligros de la violencia armada incluyen deliberados o inadvertidos daños al hábitat, a los asentamientos y al orden social. Esto precipita el colapso desastroso, o agrava los impactos de otras condiciones naturales o sociales. En "desastres de guerra", las poblaciones civiles son masacradas, fuertemente desarraigadas y objeto de otros abusos. Una gran mayoría de los recientes desplazamientos masivos de poblaciones y las crisis de refugiados, han estado relacionados con problemas de violencia aún cuando estuvieron acompañados por sequías, hambrunas y algunas otras situaciones más comúnmente reconocidas como desastres.

A menudo, también los estudios académicos han tenido éxito ingeniando formas para encubrir o redescribir estas situaciones. Los problemas del desposeimiento forzado, los viajes peligrosos, el empobrecimiento y el exilio han sido saneados incorporándose en estudios "científicos" de "migraciones masivas", "movimientos de población", "esquemas de reubicación", "políticas de inmigración" y "las crisis de los refugiados". La evidencia de grandes violaciones a los derechos humanos y crímenes contra la humanidad han sido colocados aparte, en favor de descripciones demográficas más "objetivas", modelos conflictivos o "necesidades" políticas. Mientras tanto, el número de afectados y la muerte repentina crecen en manos de aquellos que no tienen remordimientos por orquestar tales desastres.

Crecientemente, el empobrecimiento que define a la población con más probabilidad de morir o de ser desarraigada en desastres, involucra un grado de "terror de estado". La violencia manifiesta contra poblaciones establecidas invariablemente trae episodios cortos de destrucción extrema, muertes y heridos.

 Los desastres y la seguridad de la vida cotidiana

Una suposición particular encubierta enmarca el campo y las preocupaciones de las "amenazas y los desastres". Nuestro trabajo ha atendido en gran parte áreas que no fueron consideradas dentro de las disposiciones permanentes para garantizar la integridad física, la seguridad o el cuidado de ciudadanos. En comunidades modernas, esto se refiere a instituciones y tecnologías por medio de las cuales gobiernos, sociedades mutuas y corporaciones públicas y privadas tratan los riesgos más comunes, conscientes y hasta aceptables que son propios del "funcionamiento" o "estilos de vida". Los desastres, en contraste, involucran un énfasis sobre los riesgos que:

a. los consideran fuera del generalmente reconocido reino de los repetidos accidentes, los daños culpables o criminales,

b. no son parte de las responsabilidades (usuales) de profesiones y agencias que tratan y actúan sobre las crisis y traumas cotidianos entre el público en general,

c. han permanecido fuera de los riesgos asegurables, y

d. están frecuentemente descritos como "Actos de Dios", excediendo la responsabilidad legal para la seguridad permanente de ciudadanos establecidos en sociedades civiles.

Así, el campo de los desastres parece comprender eventos extraordinarios, donde se requieren medidas extraordinarias. Es fácil creer que esto es una expresión de la experiencia de estar en un desastre. Pero, ¿sirve para identificar las causas del desastre, y dónde las medidas preventivas podrían ser más efectivas?.

Las demandas de seguridad cotidiana involucran riesgos tratados como integrales a la economía productiva, su fuerza de trabajo, maquinaria, infraestructura y placeres. Estos riesgos, ya sea adecuadamente o no, llegan a ser parte de la agenda o sistemas de servicios rutinarios dentro de una sociedad y las formas modernas particulares aparecen en la infraestructura de servicios profesionales, "redes de seguridad", monitoreo, vigilancia policial, comunicaciones y seguros contra formas personales y colectivas de daño; las cuales incluyen también salud pública y sistemas médicos de emergencia, prevención de accidentes o contra el crimen, equipos de servicios públicos y bomberos. No obstante que éstas han sido objeto de luchas, frecuentemente por siglos, para llegar a ser formas "normales" de seguridad, están bajo amenaza contínua de ser degradadas o desmanteladas.

A mi juicio, tales disposiciones cotidianas, sus instituciones y su personal son críticas en la ocurrencia y respuesta para desastres y en lograr una menor pérdida de vidas humanas y empobrecimiento por el impacto de desastres en países que las tienen, en oposición a los que no disponen de éllas (Hewitt, 1988). La escala y financiamiento, la calidad de su equipo y la moral de su personal, su grado de asumir responsabilidades y sus relaciones con los públicos a quienes sirven, son fundamentales en la determinación del impacto relativo de los desastres en las sociedades modernas. Estas redes permanentes de cuidado y servicios, su relativamente alto financiamiento y moral, hasta hace poco, ha hecho que la gente se sienta mucho más segura, y le han permitido a la mayor parte de países como Canadá, Nueva Zelanda o Suiza evitar o sufrir privaciones menos severas durante situaciones de desastres. Las sociedades modernas o en vías de modernización que carecen o dejan de invertir una parte significativa de su riqueza en servicios sociales y redes de seguridad están expuestas a un riesgo mucho mayor de sufrir desastres, así como a las amenazas del "estilo de vida" imperante.

Todas las sociedades han tenido sus propios equivalentes de tales "formas endógenas" de enfrentar crisis y traumas personales. Los desastres en países más pobres tienden a afectar aquellas comunidades y grupos donde estas actividades han sido socavadas o destruidas por cambios sociales y políticos. No vincular lo económico al desarrollo social es una parte integral de eso, como lo son las luchas violentas para la obtención del botín.

 Observaciones finales

Las interpretaciones sociales de riesgo y desastre no enfatizan la "naturaleza", ni siquiera lo "tecnológico", sino el orden social. Estas consideran el tejido del desarrollo y la acción humana como el sitio principal del riesgo. En las preocupaciones prácticas de mitigación de desastres, dirigen la atención a personas y comunidades en mayor peligro, antes que a tales generalizaciones abstractas como zonas de "alta amenaza" o de desastre; "poblaciones" o "Tercer Mundo". Las capacidades y derechos pueden ser más importantes de determinar para quienes viven y quienes mueren, que factores como el establecimiento en una planicie de inundación o cerca de una planta de energía nuclear, o a qué clase de economía y tamaño de familia pertenecen .

Sin embargo, si uno simplemente ve a éste como un paradigma alternativo o modificado -planteado como una necesidad de añadir o cambiar la forma en que recopilamos la información, modelamos y tratamos el problema de los desastres- entonces poco podría cambiar excepto los parámetros. Probablemente muy pronto tendremos un modelo basado en el determinismo social; un modelo social de riesgo reemplazando o incorporando aquellos elementos basados en factores geofísicos u otros. Dada la prevalencia de suposiciones normativas de la ciencia social, es probable que el problema de los desastres quede convenientemente segregado de la "vida normal".

Las implicaciones orwelianas del manejo y preparativos centralizados y tecnocrácticos enfocados sobre condiciones sociales, podrían ser aún más peligrosas. Reconocer la importancia de la comprensión social, es más bien abordar asuntos que radicalmente cuestionan y se alejan de tales perspectivas dominantes. Los progresos en la evaluación y mitigación de desastres dependen más de cambios en las ideas y preocupaciones dominantes que de un conocimiento mejorado, especialmente con un énfasis en el riesgo y en las respuestas socialmente construidas en los lugares y para las personas amenazadas o dañadas.

 

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