¿OCURRENCIAS DEL TIEMPO?

FENÓMENOS NATURALES Y SOCIEDAD EN EL PERÚ COLONIAL

SUSANA ALDANA RIVERA

This article analyzes social response and perception concerning natural disasters in Colonial Peru. It discusses three cases in which, despite of the damages, certain people profited from critical situations; it also shows that there existed popular knowledge linked to social vulnerability. The first two cases refer to political and economic bargaining with the State; the third describes how the people of Piura, a region in the far north of Peru, faced the annual climatic cycle in their daily life.

INTRODUCCIÓN

Si nos acercamos a la vida de la mayoría de las ciudades de Latinoamérica descubriremos que sobre cada una pareciera pender una espada de Damocles: en México, temblores y hundimiento progresivo; en Quito, volcanes y deslizamientos de tierra (huaycos); en Lima, maremotos y terremotos. "Los barcos anclarán en la plaza de Armas", habría profetizado Santa Rosa de Lima de acuerdo con la creencia popular. En la base, en realidad, se encuentra el reconocimiento tácito de la vulnerabilidad de la sociedad frente a la constante irrupción de fenómenos naturales en lo cotidiano.

Sin embargo, poco o nada se ha tomado en cuenta ese saber popular; los científicos sociales en el Perú no han logrado percibir la importancia real del tema a pesar de ser ellos mismos, y su entorno, partícipes de una sociedad en la que, de un momento a otro, puede ocurrir un desastre causado por un fenómeno natural. Menos aún los historiadores que, para entender el presente y plantear líneas de acción en el futuro, trabajan en contacto muy estrecho con los hechos del pasado y que, a cada paso, se encuentran con relatos o referencias a este tipo de eventos. No obstante, los desastres rara vez son una variable a considerar en el análisis histórico. En el fondo, el problema es esa ocurrencia aparentemente fortuita, esa inmediatez del suceso que determina que sólo se les preste atención en el momento en que se les sufre. Un interés coyuntural, sin percibir que los fenómenos naturales son parte fundamental del espectro de relaciones hombre-naturaleza.()

Así como en México los estragos y los daños causados por un fenómeno natural como el terremoto de 1985 despertaron el interés en la comunidad científica mexicana por estudiar y conocer su recurrencia, impacto, consecuencias sociales y otros efectos,() en el Perú fueron los grandes daños causados por el fortísimo "Fenómeno del Niño" de 1983 en la región norte, los que propiciaron el aumento de estudios sobre el tema.() Pero, a diferencia de México, la mayoría de esos estudios fueron de carácter técnico y muy escasos aquéllos centrados en aspectos sociales.() Fuera de este interés puntual, poca o ninguna atención se le ha prestado a la temática de los desastres y los fenómenos naturales, excepción hecha de algunas cronologías sobre sismos ocurridos en el siglo XIX.()

Grandes han sido, sin embargo, los daños que a través de la historia e incluso en nuestra sociedad contemporánea han causado determinados fenómenos recurrentes en el espacio peruano: terremotos, sequías, inundaciones y, ocasionalmente, erupciones. Súbitamente, la violencia de la naturaleza parece ensañarse con un espacio geográfico dado, de golpe, como con un sismo, o a lo largo de un periodo de tiempo si son lluvias o sequías. En ambos casos, los grupos humanos allí asentados resultan afectados: el riesgo, la vulnerabilidad, el impacto de los lapsos críticos dependen en mayor o menor medida de sus formas de organización interna y de su relación con el medio geográfico, pero también de su manera y de su nivel de inserción en la sociedad mayor. Si bien la prevención de desastres como tal constituye una práctica sumamente reciente, en todas las épocas las sociedades han desarrollado estrategias adaptativas. Un indicador visible es la actitud y las precauciones que se asumen frente a fenómenos naturales que ocurren anualmente, como salidas de río, lluvias fuertes pero no extraordinarias y hasta etapas de tendencia a seco; situaciones que pasan a formar parte del vivir cotidiano.

El nivel de inserción en la sociedad mayor es fundamental. Supone un marco institucional directamente vinculado a una forma de entender la administración y el gobierno.() Por lo general, responde a un estado de organización del conjunto societal en un momento dado y, también, implica variaciones en el tipo de relación hombre-naturaleza. No es lo mismo enmarcar el impacto de un fenómeno natural y su consecuente "desastre" en la etapa prehispánica, en la colonial o en la republicana. Es siempre una variable importante la creciente fijación en una determinada área de un cada vez mayor número de grupos humanos, con actividades económicas igualmente concentradas y cada vez más interdependientes, e instituidos en una estructura política particular. Situación que, en el caso específico del Perú, ha favorecido en su devenir, la centralización en torno a un polo urbano de poder: la capital del país (o de la región), relegando los espacios rurales alejados de él.

Si se toma en cuenta este marco, se comprende con nitidez la afirmación de García Acosta, sobre que los fenómenos naturales son "detonandores de una situación crítica preexistente".() Ellos se constituyen en un elemento de aparición súbita, impensado y normalmente inmanejable, que agudiza la problemática socioeconómica de la población y que confronta enfática y directamente al Estado. Pero por otro lado, esos mismos fenómenos pueden ser el contacto que encienda a la sociedad civil, llevándola a generar una serie de respuestas que estén dirigidas expresamente a aminorar el efecto del desastre. Respuestas que, si bien en muchos casos no llegan a proyectarse en el tiempo, suponen una experiencia de organización para esa sociedad civil.() Una posible "cara positiva" del desastre, que no niega los daños pero que recupera la rápida respuesta de quienes, a pesar de verse afectados por la coyuntura, tienen también (o descubren en ese momento) la capacidad de aprovecharla en su favor.

El problema de fondo en realidad se centra en la reproducción social, menos quizás con la aplicación de estrategias adaptativas (del conjunto) para manejar el riesgo y la vulnerabilidad, y sí mucho más con una clara utilización de la oportunidad (individual o grupal) en el propio beneficio, sea frente a terceros o en particular frente al Estado. El matiz "positivo", empero, no debe hacer perder de vista que esas situaciones suelen ser excluyentes, pues en ellas se benefician determinados grupos de poder o sectores de élite de la sociedad y no necesariamente el conjunto de la población.

En este sentido, los desastres causados por el impacto de un fenómeno natural no son meras abstracciones, pues suceden en sociedades reales moldeadas en el tiempo. Por eso, en el estudio histórico debe tenerse siempre presente que el impacto del fenómeno y la percepción de los desastres por la gente que lo vivió en su época, no debe ser analizado con nuestro prisma actual. Un desastre, tal como nosotros lo percibimos hoy en día, no supone necesariamente que en otra época se sintiera y se viviera en igual manera: las fuentes requieren siempre de un cuidadoso análisis heurístico y hermenéutico.

Dentro de este marco, tomaremos como caso la época colonial, aquella etapa en que progresivamente se impuso una racionalidad occidental-europea, diferente de la nativa, que sentó las bases de una particular relación hombre-naturaleza que no se adecuó al medio geográfico, como lo ha demostrado el desenvolvimiento histórico de la comunidad peruana.() En este ensayo se analizan tres situaciones en que es visible la utilización del desastre por parte de la población. Las dos primeras permiten perfilar, en grados diversos, el regateo político-económico de los grupos afectados por el desastre con el Estado, en la búsqueda de su final conveniencia. La tercera situación, distinta de las anteriores, se centra en la presencia de fenómenos naturales de recurrencia anual y la forma en que fueron vividos y se convirtieron en parte de la experiencia cotidiana de una región. El estudio de caso permite delinear algunas pautas sobre el grado de organización y sobre todo las estrategias adaptativas de una sociedad a su entorno.

En todo momento, la preocupación gira alrededor de la capacidad de respuesta, y las respuestas, de una sociedad ante situaciones críticas, como las que suelen ser causadas por los fenómenos naturales; aquéllos que se convierten en desastre y aquéllos que, afectando a la población, terminan siendo "asimilados" por ella. De este modo se sugiere, finalmente, repensar la relación sociedad-naturaleza y, por tanto, las estrategias sociales de prevención.

TRES CASOS, TRES RESPUESTAS()

El terremoto de 1687 y el problema del trigo

El sismo de 1687 y su impacto en la sociedad de la época, constituye un buen caso para analizar la utilización que determinados sectores pudieron realizar en su favor, merced a la ocurrencia de un "desastre natural" de gran magnitud:

todos buscaron la seguridad de sus vidas en las plazas, en los corrales, en las huertas y en los campos, armando con la prisa unas ramadas donde poder retirar su desnudez, que en las primeras horas del día 20 de octubre aún no pudieron este recato, porque a la plaza salieron como los cogió en sus camas el primer temblor.()

Desde esa fecha, 20 de octubre, hasta el 2 de diciembre de ese mismo año, no dejó de temblar la tierra en los alrededores de Lima. Se sabe que hubo varios terremotos ese mismo año en el Virreinato: en enero en Huancavelica, sierra central; la capital misma había sufrido el primero de abril un "temblor tan horrible por la furia con que empezó",() que hizo que los sacerdotes abrieran las iglesias y comenzaran a confesar a mucha gente a pesar de ser cerca de la medianoche. Al parecer, ninguno tuvo la fuerza del sismo de octubre, que destruyó prácticamente toda la ciudad; el mismo virrey tuvo que vivir en un coche y desde él despachar los asuntos de gobierno.()

Desesperados decían que debían haberse dado cuenta de los avisos del castigo. ¿No había habido numerosas incursiones de piratas en las costas del Virreinato, amenazando la tranquilidad del reino en ese mismo año? Más aún, ¿no había sudado y llorado misteriosamente varias veces una imagen de la virgen a partir de julio? Se trató en realidad de un lapso crítico, aunque no fue tan sólo de fenómenos naturales. Finalmente, la vida cotidiana se retomaría, pero se requirió de tiempo para volver a la normalidad.

Sin embargo, hubo otra situación nueva y no pensada que afectaba directamente a la ciudad. El trigo con que normalmente se abastecía comenzó a escasear; los valles de la costa central no lo producían y hubo que empezar a importarlo de Chile. Para los contemporáneos, la causa era obvia: el terremoto había trastornado el clima, enrareciendo el aire con las emanaciones de la tierra y también modificando su "calidad". El sismo era la causa directa del "desastre" productivo, pues a partir de su ocurrencia se había tenido que abandonar el cultivo del trigo en los valles y establecer vínculos con la Capitanía General. De allí se había derivado una creciente "dependencia" de los consumidores y los comerciantes limeños para con los hacendados y comerciantes trigueros chilenos. En ese momento, la gente no podía percibir la maraña de intereses económicos que se había creado en torno a la comercialización del trigo y que estorbaba su normal abastecimiento.

Un siglo después, en el XVIII, bajo la influencia del pensamiento ilustrado, surgieron otras posibles explicaciones para esa "dependencia" económica: la presencia de una plaga (roya) o los cambios atmosféricos (elevación de la temperatura) a causa del fenómeno. En todo momento, sin embargo, habían sido los "imprevisibles trastornos climáticos y ecológicos" la causa de las importaciones trigueras.()

Esta creencia echó raíces en el imaginario social y se convirtió en la explicación tradicional para la pérdida del cultivo triguero en la costa y la consecuente dependencia del trigo chileno. La certeza de esa idea pareció probarse cuando en 1746 también se presentarían "gruesos los vapores y hálitos sulfúreos-nitrosos" emanando de la tierra.() Pero en esas fechas el virrey Manso de Velasco, ante una situación totalmente diferente e inédita en el Virreinato del Perú, llevó a cabo un voto consultivo. Don Pedro Bravo de Lagunas, en el análisis que hizo de la situación, fue quizás uno de los primeros en denunciar los grandes intereses en juego, sin dejar de dar cierta cabida a las explicaciones del momento.

Fueron estas últimas las que se han mantenido hasta nuestros días. Sin aceptarlas del todo, fueron explicaciones que incluso los estudiosos actuales han barajado como posible parte de un lapso crítico: que a las numerosas réplicas sísmicas se unieran las frecuentes lluvias y las inundaciones en el XVIII, o la ruptura de los canales de irrigación de la costa. Sería Flores Galindo quien centraría su atención en la "vieja polémica" y, tras reflexionar sobre las diferentes explicaciones de los de aquélla época, y también sobre la opinión de sus contemporáneos, terminaría por derribar el mito y resaltar el cúmulo de intereses que se encontraban en el trasfondo.()

La confusión se provocó por haber recogido la narración de los sucesos y las explicaciones subsiguientes, abstrayéndolas de su momento y sin enmarcarlas en el conjunto de procesos que vivía el Virreinato del Perú. Se aceptó así, sin mayor duda, que el terremoto había arruinado las tierras costeñas para el cultivo del trigo y que, como consecuencia, los agricultores se habían visto obligados a cultivar caña de azúcar y alfalfa. Los relatos en torno al impacto del terremoto de 1687, sin embargo, se referían a las tierras cercanas a Lima, el norte chico,() y no necesariamente al resto de la costa, donde también se abandonaba rápidamente el cultivo triguero. No obstante, no está de más señalar que los hacendados del "norte chico" requirieron casi un siglo para consolidar la producción cañera en estos valles de la costa central y desplazar a la de los valles norteños.

Si bien es verdad que, durante el siglo XVII, la producción de trigo de los valles de la costa había sido lo suficientemente significativa como para tener un amplio mercado que llegaba hasta Panamá, también lo es que desde mediados de la segunda mitad de ese mismo siglo hubo un fuerte auge de la agricultura comercial, con una demanda particular de azúcar. Aunque la principal atención del Estado colonial estuvo centrada en la producción y comercialización minera, desde los tempranos años coloniales se fue desarrollando una agricultura en los valles y regiones no mineras, como la costa peruana, cuyos productos se destinaban al consumo interno pero también para el mercado externo; había una creciente demanda de pujantes sociedades que se instalaban por todo el continente. Esa agricultura comercial, en constante incremento, tuvo un importante salto económico hacia la década de 1680. Desde esa época es visible la revigorización económica en los valles costeños, en particular en los del norte; en esta etapa se consolidó la presencia de las haciendas.()

Para los hacendados costeños el terremoto de 1687 propició en realidad una situación favorable en lo mediato. No se niegan los daños producidos; también es posible que se produjera la plaga de la roya y destruyera la producción triguera de ese año y algunos siguientes. Pero tampoco hay que dejar de lado que las condiciones climáticas de la costa, sobre todo en la central y la norteña, no son las más apropiadas para el cultivo de trigo, como sí lo son las de la costa chilena. Rápidamente los hacendados costeños percibieron, de una parte, que aumentaba la demanda del azúcar en el mercado internacional y de la otra, que el caliente clima de la costa era propicio para la caña de azúcar. Aprovechándose de sus ventajas comparativas, reorientaron sus tierras al cultivo de la caña con gran éxito.()

En el Perú, como en general en toda la América colonial, el prestigioso hacendado era también el gran mercader: unión de poder económico y prestigio social, a la que muchas veces se sumaba una presencia política reconocida.() Estos personajes constituían verdaderos grupos dominantes, que se aglutinaban bajo determinadas instituciones como el Tribunal del Consulado, en el caso de Lima: poderosísima entidad que, gracias al monopolio comercial, en el siglo XVII y hasta principios del XVIII había logrado controlar diferentes circuitos mercantiles del espacio sudamericano.() El sismo que nos ocupa fue la oportunidad para que esos grandes mercaderes pudieran también controlar la comercialización y, de paso, la producción de trigo en la Capitanía General de Chile y en el resto del espacio sudamericano colonial. La "dependencia" de los limeños del trigo chileno no era tal; por el contrario, el tráfico del azúcar, sobre todo de los valles de la costa norte, pero también de la central por el trigo sureño, prácticamente convirtió a la Capitanía en una subcolonia (económica) peruana.()

Pero ese cambio de cultivos a raíz del terremoto de 1687, también tuvo otro tipo de repercusión. Lo que sucedió en las tierras cercanas a Lima fue sólo una pequeña muestra de lo que estaba ocurriendo en el resto de la costa norte. A nivel regional los cultivos de caña impulsaron una incipiente jerarquización socio-económica de los diferentes espacios norteños, claramente visible para la segunda mitad del siglo XVIII.() Cada región de ese espacio aprovechó sus ventajas comparativas, explotando diferentes cultivos e "industrias". El cambio del trigo por la más rentable producción cañera, si bien favoreció a los grandes mercaderes limeños también fundamentó el poder de la élite norteña que, a pesar de verse afectada y transformada por situaciones peculiares del siglo XVIII, no dejaría de crecer. Sin embargo, también determinó la jerarquización de esta élite de acuerdo a su mayor o menor vinculación con la actividad más rentable, y que se vio sancionada por la estructura administrativa virreinal.

Con la creciente demanda de azúcar en el XVII, en particular Trujillo y Lambayeque se interesaron rápidamente en producir caña de azúcar y dejaron de lado los cultivos de granos y de pan llevar y, sobre todo, una importante actividad como la ganadería. Concentradas estas dos regiones en la producción de azúcar, dieron oportunidad para que otras zonas como Cajamarca, en la sierra, y Piura, en la costa, se dedicaran prácticamente sin competencia a la crianza de ganado. Entre 1650 y la década de 1720, los años del auge de la caña,() la cría de animales fue un importante rubro que en la zona serrana se combinó con los obrajes,() mientras que se convirtió en el motor de la economía local de la región costeña. En particular, los vastos despoblados del extremo norte fueron utilizados para la cría extensiva de caprinos: algunas veces, eran vendidos en pie hacia los valles del sur, pero el grueso de los animales eran beneficiados en las casas-tina de la ciudad de Piura. El jabón y los cordobanes que se obtenían, se comercializaban en los múltiples circuitos mercantiles que articulaban intra e interregionalmente la costa norte.() El trigo, que anteriormente se enseñoreaba en las cálidas tierras norteñas, pasó a ser cultivado de manera marginal en algunas regiones de sierra baja como Huancabamba,() y a abastecer de manera igualmente restringida al área piurana y a los valles de Lambayeque y Trujillo.

En resumen, un fenómeno por completo natural como un terremoto, sirvió para encubrir un fenómeno económico de mayor magnitud: el auge de la agricultura comercial y la reorientación de las tierras a un cultivo mucho más rentable, como lo era el azúcar. A nivel del conjunto del Virreinato peruano, el terremoto posibilitó una coyuntura en la que el poderoso sector mercantil logró controlar los diferentes circuitos de comercialización de productos de fuerte demanda, como el azúcar y el trigo. Gracias a esto y a pesar de que el gran hacendado y gran mercader se reunían en un mismo núcleo de poder, este auge de la agricultura comercial determinó el predominio económico del sector comercial frente al hacendado. El sismo fue la excusa perfecta para hacer creer en la "dependencia" de la capital para con la producción triguera de Chile, cuando la situación probó que ocurrió exactamente lo contrario: se estableció una relación económica peculiar entre Lima y sus mercaderes y la Capitanía General de Chile, que se mantuvo a lo largo del resto del periodo colonial.

El terremoto de 1746 y los censos "incobrables"()

Una cita como la siguiente, puede resultar muy esclarecedora para pensar en cómo el impacto de los terremotos nunca se queda simplemente en el campo de lo material o de lo inmediato:

proceden lo más de dietas que el transcurso del tiempo, muerte de los principales deudores y sus fiadores, y los accidentes de terremotos y esterilidades han puesto en la línea de incobrables."()

En efecto, el fenómeno natural puede convertirse en un desastre social en más de un aspecto: dañando las estructuras materiales de un conjunto humano, pero también afectando las relaciones sociales establecidas en el tiempo. El sismo en cuestión fue la causa del enfrentamiento de grupos poderosos con intereses contrapuestos.

El 28 de octubre de 1746 a las 10:30 pm, ocurrió uno de los terremotos más fuertes de la época colonial; se le ha calculado una duración de alrededor de 4 minutos. De la capital poco quedó; se cayeron 13,240 habitaciones de puerta a la calle, es decir 150 manzanas de la ciudad, a las que, añadidas 30 del suburbio de San Lázaro y 27 casas-huertas del cercado, sumaban en total 207 manzanas destruidas.() En el puerto del Callao el mar se salió más de un cuarto de legua "arrancando de sus cimientos sus edificios y sus fábricas, los sepultó en su seno con más de 9 mil de sus habitantes", y como continúa la relación de Llano y Zapata, sólo se salvaron 20 en un trozo de muralla y 200 que fueron arrojados a playas y puertos aledaños. De 22 barcos que había en ese momento en la bahía, se hundieron 19 y tres terminaron varados también a un cuarto de legua de la playa, junto con 40 embarcaciones pequeñas entre balsas y canoas. Puertos como Cavalla y Guañape al sur, fueron "absorbidos" por el mar,() y hasta nuestros días prácticamente se mantienen en el recuerdo.

Rápidamente, el virrey Manso de Velasco tomó el control de la situación nombrando jueces a manera de alcaldes de barrio para proteger las propiedades del robo y del saqueo, en particular la Casa de Moneda. El desorden podía generalizarse y volverse en un verdadero quebradero de cabeza:

Aunque el mar se retiró con cuanto contenía la población del Callao y parece que estaba demás el cuidado porque no había de guardar fue bien grande el que me ocasionó este suceso, porque las playas a lo largo de una y otra costa se llenaron de lo que después arrojaron las aguas, y como la extensión era grande, fue más fácil el robo.()

Se temía, sobre todo, la posible desbandada de mestizos pero, en particular, de mulatos y libertos. Un miedo que se complicaba con la desorganización de la vida cotidiana, con gente viviendo en las plazas públicas y en los campos vecinos a la ciudad, al que se sumaron las enfermedades "que tomaron en poco tiempo tanto aumento, que los que fallecían eran muchos más que los que acabó el temblor".() Las réplicas fueron igual de aterradoras, no sólo porque se expandieron a lo largo de dos años sino porque

se siguió una continua plaga de temblores en que se observaron hasta 800; y en los dos meses de noviembre y diciembre fueron tantos y tan gruesos los vapores y hálitos sulfúreos-nitros que exhalaba la movida tierra y que ocupando la atmósfera, no apareció astro alguno ni se dejó ver la luna en casi tres meses.()

No es casual que premiaran a Manso de Velasco convirtiéndolo en conde.() Tal como lo describen los documentos, la situación de la "cabeza" del Virreinato del Perú era verdaderamente caótica. Las pérdidas fueron muy cuantiosas y sumamente difícil retomar el orden normal. El emprendedor virrey comenzó a tomar las necesarias providencias para la reconstrucción de Lima, previniendo que "era preciso tomar precauciones en adelante para no exponerse al peligro de otro igual terremoto", por ejemplo, no construyendo casas de dos pisos. Pero a pesar de creerse que la sociedad lo apoyaría, tuvo que luchar contra una fuerte oposición: la gente más pobre se había ya establecido en plazuelas y calles y no querían reubicarse, mientras que las clases algo más holgadas habían gastado en la construcción de ranchitos en los alrededores y los más ricos en sus casas de campo. Inversiones que no querían perder, primero por los "caudales deteriorados" y luego porque las nuevas fábricas serían costosas al no haber suficientes materiales de construcción.() Pero por encima de todo, como veremos, tuvo que afrontar un problema mucho mayor: el enfrentamiento entre censatarios y censualistas, es decir, entre aquéllos que habían gravado sus propiedades con un censo y la Iglesia.

Uno de los instrumentos más comunes y de uso generalizado durante toda la Colonia fueron los censos y capellanías, que sólo recientemente han comenzado a despertar el interés de los estudiosos.() De manera genérica puede decirse que el censo era la compra-venta de una renta, mientras que la capellanía era lo mismo salvo que se imponía por vía testamentaria y su renta estaba destinada a la manutención de un religioso, encargado de decir un determinado número de misas al año por el difunto y/o su linaje. Si bien su vinculación con la Iglesia proporcionaba prestigio y estatus social al imponente, su importancia real radicaba en que fue un modo de acceder a capitales. Como contraparte, el beneficiario o censatario "imponía" la cantidad sobre un bien inmueble (casas, haciendas y hasta ganado). Y si bien es cierto que este mecanismo era accesible sobre todo a reputados personajes o individuos miembros de la élite colonial, para mediados del siglo XVIII su uso amplio y extendido cruzaba ya los intereses de muchos sectores de la población.

Los bienes inmuebles "impuestos" quedaban bajo la estrecha vigilancia del convento o del capellán que había aceptado al imponente; ellos participaban directamente de las decisiones que el propietario tomara con respecto del bien gravado. Si se ponía a la venta, el comprador tenía la obligación de reconocer los censos que gravaban el bien; si se pleanteaba algún tipo de reforma o modificación al bien, los censualistas tenían el derecho a oponerse. En muchas ocasiones los capellanes interpusieron demanda para protegerse de alguna acción que pudiera atentar contra sus intereses.

Sin embargo, la obligación de pagar la renta estaba vinculada a la existencia del bien impuesto. Pero ¿qué sucedía si éste desaparecía? Ello era bastante improbable; los censualistas tenían siempre atenta la mirada sobre cualquier posible deterioro del bien de su interés. No obstante, lo improbable, podía suceder y de hecho sucedió en 1746.

Con el terremoto, Lima prácticamente quedó por los suelos. A la situación crítica de la capital, se le sumó la negativa de los censatarios a seguir cumpliendo el pago de la renta censal. La propiedad gravada había sido destruida y, por tanto, consideraban que estaban libres de cualquier deuda. Incluso legalmente, en las normativas que regían a los arrendatarios y a los arriendos, existía la figura del "caso fortuito" que los protegía.()

De inmediato se desarrolló una verdadera batalla campal, sólo que en los tribunales; como diría el virrey, entre "la ciudad y dueños de las casas por una parte y el Estado eclesiástico por otra". Los unos alegando su mala situación y pidiendo la rebaja de las rentas hasta casi su extinción y los otros, la ruina en que se encontraban las obras pías y los conventos de religiosas en particular además de la terrible pobreza a que se las condenaba.

Lo anterior fue tan delicado, que no sólo obstaculizó la voluntad del virrey de reconstruir la ciudad lo más pronto posible, sino que incluso le significó un grave problema de conciencia. Como se ha dicho, el censo era un instrumento tan generalizado que amplios sectores de la población estaban vinculados a él; el virrey no podía dejar de reconocer lo que aducían los dueños de las propiedades gravadas: que los suelos no valían los principales en que había sido gravada la construcción y que "la reedificación era utilidad sólo de los censualistas y un sacrificio del propio caudal". Pero, por otro lado, se encontraba la Iglesia y la situación muy deteriorada en que había dejado el terremoto a los conventos, cuyas rentas provenían justamente de los censos a su favor.

La oposición de "la ciudad" fue muy fuerte, no faltó quien planteara la conveniencia de mudar la ciudad a un nuevo lugar como forma de cancelar las rentas; con esto los censualistas ni siquiera podrían aducir que el suelo era parte del bien impuesto. Posición desestimada por el virrey por lo que significaba a nivel del gasto del Estado y también porque dejaría por completo desamparado al clero regular.

Para encontrar una solución que satisficiera a ambas partes, realizó un voto consultivo entre los más prudentes,() resolviendo en primera instancia anular la mitad de los principales impuestos y que, de la mitad restante, pagasen un 2% tanto los censos redimibles como los irredimibles. Las enfiteusis tenían que ser convenidas entre ambas partes. Posteriormente, en segunda instancia y en espera de la confirmación desde la Corte, decidió que los censos redimibles pagaran un 3% mientras que los irredimibles cubriesen el 2%, además de que los censatarios no tendrían que pagar los réditos durante dos años. Como no hubo respuesta desde la metrópoli, se dió por tácita la aceptación y se mantuvo la rebaja.

A fin de cuentas, el virrey lograría imponer la tranquilidad y el orden en la ciudad, llevando a cabo sus proyectos de reedificación. Aunque no pudo evitar que se construyeran casas de dos plantas, sí dejó sentada la idea que esa era la altura máxima aconsejable. La muerte del rey Felipe V fue la excusa para desalojar las plazas y calles, así como para convocar la presencia de los sectores más pudientes de la ciudad. La inauguración de la reconstruida iglesia catedral fue la muestra de que la ciudad ya había vuelto a la cotidianidad.

Lentamente Lima recobraría su aspecto; su embellecimiento sería labor del virrey Amat y Junient. Ironías del destino, la historia ensalzaría siempre la labor de este virrey y prácticamente haría desaparecer en la sombra del tiempo la figura del conde de Superunda. La ciudad ganaría en extensión al poblarse barrios en las afueras de la ciudad, en lugares donde anteriormente existían huertas o terrenos de cultivo.()

En la vida cotidiana, el grave impasse que generara el terremoto de 1746 entre la sociedad civil y la Iglesia, y que tuviera como árbitro al Estado virreinal, quedaría marcado en el recuerdo de la gente. En adelante, una cláusula jurídica normal al imponer un censo sería establecer la imposibilidad de pedir rebaja "a menos de que el edificio sufriese una total ruina por un incendio o terremoto grave que la destruyera en su totalidad".()

Los fenómenos naturales en la vida cotidiana de una región

En cualquier región del Perú, cada año suceden periodos de lluvias, venidas de río y también etapas de cortas sequías. Pero es quizás en el extremo norte costeño donde se combinan el clima y la geografía, para determinar una extrema fragilidad ecológica: sus vastas pampas y arenales están expuestos al calor de un ardoroso sol; las precarias lluvias costeñas se convierten por la sierra en el motivo de su aislamiento anual, y sus ríos de cauce sumamente irregular y hasta estacionales, se sobrecargan en verano. Y es la gente la que lo sufre.

Quizás en las zonas rurales, y si no son de gran magnitud, estos fenómenos naturales "recurrentes" toman menos desprevenida a la población que, por ejemplo, en las áreas urbanas. Particularmente en espacios donde hay gran concentración demográfica, como en la capital limeña; baste recordar a quienes viven a las orillas del río Rímac, que cada año tienen que reconstruir sus viviendas, o bien el caso de la carretera central, anualmente destruida por los huaycos.

Esa "mejor" relación entre hombre y naturaleza en los espacios rurales, era una situación generalizada en las épocas en que había una mayor cotidianidad en el contacto con la naturaleza. No se necesita insistir con respecto a que las sociedades prehispánicas lograron una mejor adaptación al medio geográfico:() camellones en el lago Titicaca, caminos por lo alto de las serranías, población dispersa, andenería, entre otros, son la mejor prueba de ello. Empero, y sin negar la adecuación de milenios de las sociedades andinas a su hábitat, en el extremo norte pareciera que la creciente presión de la población sobre su medio comenzaba a dejar sentir sus efectos, en particular con la desertificación. Claro está que en niveles muy dísimiles a los que se irían sintiendo a partir de la irrupción de una diferente concepción sobre la apropiación del espacio, traída por los españoles o, peor aún, del tipo de utilización de los recursos que ocurre actualmente.

Durante la Colonia, los piuranos tomaban sus precauciones con respecto a la situación climática; solían estar particularmente atentos a las lluvias. En una zona con características de sahel, el agua es un factor vital, ayer y hoy. Pero más aún, cuando el desenvolvimiento de su economía significó el desarrollo de una mediana agricultura diversificada y sobre todo de la ganadería, así como la comercialización de sus productos derivados; como se ha mencionado, el jabón en particular sería el motor de la economía regional durante esta etapa. Bien lo señalarían los contemporáneos:

La Industria toda de consideración en dicha Provincia es la cría de ganado mayor y menores, y en algunas parte el sembrío de algodón, siendo la primera del mayor mérito, de suerte que los hacendados no tienen otro asunto de qué tratar con frecuencia que de ganados y de si llueve o no, pues de esto les resulta la utilidad o la pérdida.()

Pero esos hacendados estaban siempre buscando comprar o vender los "efectos de la tierra" que, como dice su nombre, eran aquellos artículos que ella producía, a diferencia de los efectos de Castilla que llegaban de España. El mercader era quizás la figura más común en la zona,() obligado a tomar en cuenta las condiciones climáticas; su continuo tráfago por la región le hacía percibir la importancia de realizar sus operaciones "antes que vengan las lluvias". El sabía que, como hasta hoy, durante la estación de verano los caminos se verían afectados por las precipitaciones y que incluso habría zonas de la sierra que se mantendrían incomunicadas por meses. Sus viajes, la consignación de sus productos, sus cobros y demás actividades propias del giro, tenían que ser pensadas en función del periodo de lluvias.

Aun el mercader que negociaba por la costa en el circuito hasta Lima, tenía que considerar que si las lluvias eran muy fuertes era probable que los ríos viniesen muy cargados. Como señalara el virrey de Croix, el Camino Real de la costa norte tenía un numeroso tráfico de los vecinos y de los productos que circulaban por Piura, Lambayeque y Quito. Fue necesario, por ejemplo, construir un puente a la altura de Jequetepeque (Lambayeque) pues, "corre un río que en el verano se hace caudaloso, donde peligraban muchas cargas y vidas, y ninguno lo pasaba sin inminente riesgo".()

Eran varios los ríos, y los mercaderes tenían que asegurarse de la presencia de "chimbadores". Sin estos indígenas, que se especializaban en cruzar los ríos cargados durante los periodos de avenida, arriesgaban la pérdida de sus productos. Los mismos arrieros, los transportistas de la época, tomaban sus precauciones frente a este fenómeno, como en 1719 cuando Diego de Mesones, hacendado-estanciero de la sierra de Piura, trató de enviar grasa a la ciudad para labrar jabón y se encontró sin pellejos para empetacarla

a causa de no haber podido pasar hasta aquí [los arrieros] con ellos por los ríos crecidos y muchos atolladeros, que es notorio que en más de dos meses no se pudo andar por dicho camino y así se pudieron haber mojado algunos y haberse maltratado.()

Efectivamente, en ese año había llovido fuerte durante un mes seguido y los arrieros no cumplían con sus entregas por cuidar más sus animales que las cargas que llevaban, aunque no deja de ser verdad que los cueros o los cordobanes se echaban a perder si se humedecían. Necesariamente una sociedad eminentemente mercantil como la piurana, tenía que prevenir la ocurrencia del fenómeno.

De igual manera y a nivel de la vida cotidiana de Piura ciudad, el periodo de lluvias podía ser, y de hecho fue, la ocasión de grandes pérdidas y de grandes negocios. Pérdidas si el fenómeno era de mayor magnitud que lo normal y afectaba, por ejemplo, la producción de jabón cuyas fábricas se localizaban en la ciudad. Como ejemplo podemos citar el caso del tinero Quiroz, en ese mismo año de 1719. Al parecer las lluvias fueron fuertes no sólo por la sierra, pues también se dejaron sentir por la costa. En el juicio por incumplimiento de contrato, Quiroz aduciría que no había podido procesar la grasa y labrar el jabón acordado porque las aguas le derrumbaron los "coladores de lejía" (álcali fundamental para labrar el jabón) y el pozo de agua de la curtiduría.() No obstante, la justificación resulta bastante sospechosa, ya que si bien algunos tineros producían su propia lejía, lo más común era que los "indios legieros" de Sechura se encargasen de producirla y de abastecer a las casas-tinas de la ciudad.

Pero estas lluvias también brindaban la oportunidad para obtener grandes ganancias, sobre todo si se trataba del "remate de balsa". El río Piura normalmente se secaba cerca de seis meses al año, de junio-julio a febrero-marzo,() pero luego llegaba a venir tan caudaloso, que era necesario contratar a un balsero. A semejanza de otros cargos, el puesto era rematado por el Cabildo en una misma persona por tres años consecutivos y significaba que todo el que quería cruzar el río para pasar a la ciudad, tenía que pagar un pasaje y "balsadas" si lo hacía con carga. Este tráfico no era nada despreciable, no sólo por la vida cotidiana sino porque, además, Piura era una ciudad de tránsito casi obligatorio dentro de los circuitos comerciales norteños. La excepción era para con los indios de Catacaos, que llevaban "verduras, hierba y algarroba para abasto de la ciudad".() Esta situación también generaba problemas para otros, como para el rematista si el río no venía muy cargado y se podía vadear fácilmente, o para terceros que protestaban por el monopolio del cruce.

La avenida del río en tiempo de lluvias en la sierra traía también sus ventajas; cuando se salía de madre inundaba tierras en la costa que, por lo general, no tenían agua y eran eriazas. Muy conocidos son los terrenos de humedad a orillas del río, que en las zonas rurales eran aprovechados por los pequeños productores campesinos y que, cerca a la zona urbana, dependían del Ramo de Propios de la ciudad.() Mientras más humedecidos quedaban o más amplia era la extensión cubierta por el agua, mayores posibilidades de desarrollar cultivos campesinos estacionales.

Pero quizás es menos conocido que también los hacendados solían aprovecharse de las fluctuaciones del caudal del río. A fines del siglo XVIII, don Vicente Valdivieso, dueño de la hacienda Miraflores con 56 cuadras de extensión que iban desde la presa del Tacalá hacia arriba "en la otra banda del río", señalaba que "a espaldas de las casas y corrales tiene una fanegada de tierras arenales que suelen regarse con las inundaciones del mismo río".() Es decir que si el río traía suficiente agua, contaba cada año con un trozo de tierra productiva, que probablemente explotaba personalmente o arrendaba para cultivo o como pastizales. No obstante, también la irregularidad del río podía ser causa del enfrentamiento de intereses.

Los ríos del extremo norte no tienen un cauce fijo sino que son variables; mientras que el Piura, por ejemplo, unos años desagua en el mar, otros lo hace en la laguna Ramón. De manera semejante, el río Chira, que cruza el valle del mismo nombre algo más al norte, es también bastante irregular: "el Chira en sus avenidas y crecientes da y quita mucha tierra, y que este año están de una banda las que en el anterior estuvieron de la otra"; eran tierras sumamente fértiles que aseguraban una buena producción para quien las explotara. Como hemos mencionado, en condiciones normales ésta solía ser explotación del campesino, pero en el último tramo colonial fue motivo del enfrentamiento entre hacendados, así como un indicador del cambio de los tiempos.

Mientras que durante la primera etapa colonial, el valor de las tierras estaba intrínsecamente relacionado al ganado que se podía criar en ellas, en la vuelta del XVIII al XIX había un mayor interés por el cultivo del algodón. Un lento proceso de sustitución que terminaría en el primer siglo republicano pero que, en ese momento, se dejaba sentir a través de un creciente interés por marcar de manera cada vez más clara los límites de las haciendas y contar con más terreno para explotar este cultivo. El nuevo cauce que abría la fuerza del río en épocas de avenida, ofrecía la ocasión para expandirse, y no faltó quien se aprovechara de ello generando una situación sin mayores precedentes. Los mismos actores de la época se sorprendieron con ello, pero la parte litigante era nada menos que el marqués de Salinas; señalaban, sin embargo, que era sabido que las islas variaban de año a año "sin que jamás lo dueños que las perdieron las hayan reclamado".()

Pero si anualmente las lluvias y los ríos cargados se presentaban como un obstáculo hábilmente salvado por el conjunto de la sociedad piurana, no era tan fácil enfrentarse a la situación contraria. Es decir, los años secos o medianamente secos eran, como aún en nuestros días, una fuente diferente de problemas pero más dificíles de superar. Muchas veces, los piuranos se enfrentaron a lapsos críticos de duración variable, pues una fuerte lluvia podía ser seguida de un largo periodo de sequías o de años secos. A las lluvias de 1791, que hoy sabemos fueron un "Niño" de proporciones respetables,() les siguió una larga sequía o por lo menos años con muy poca agua. Hasta 1803-1804 no hubo lluvias que permitieran a la región respirar; recién hacia 1811 se "normalizó" la situación.

Esas etapas podían ser muy severas para el conjunto social. Veamos el caso del impacto de una sequía a nivel de la población indígena. El principal gravamen que debía cubrir para con el Estado virreinal era el tributo; en teoría, expresaban así una suerte de vasallaje al Reino español. Pero quizás la administración oficial no resultaba tan beneficiada con este impuesto como todos aquéllos que comercializaban las especies en que se pagaban para convertirlo en moneda, en particular el rematista del cobro de tributos.() En el caso del extremo norte, por la costa, los indígenas eran mayoritariamente pescadores, excepción hecha de los agricultores catacados. Por lo mismo, el tributo importante de la zona era el tollo o pescado salado, producto con gran demanda en el mercado interno.

Pensemos en lo que podía suponer para ellos que, por ejemplo, las aguas se calentaran algo por encima de lo normal y se alejara la fauna marítima, fenómeno que hoy sabemos que normalmente es un indicador de las ocurrencias del "Niño" y de su magnitud. Sin pesca, los indigenas no podían cubrir el tributo. Claro está que no tenían una única actividad sino un variado número de ellas, pues eran también arrieros, aguateros, lancheros en el comercio de cabotaje, etc.; con ello ampliaban las posibilidades de cubrir sus cargas fiscales y participaban decisivamente en el mercado interno.

También hubo pueblos como los Colán, que combinaron la pesca y la agricultura; para esta última las avenidas del río eran sumamente favorables. El común de los Colán tenía unas tierras llamadas "del arenal" que, como bien nos da a entender el nombre, no tenían agua. Sin embargo, si el río venía cargado "cuando los años son de aguas", contaban con tierras productivas que solían ser arrendadas por su procurador. Con lo obtenido cumplía en "pagar el Alcalde [de indios] el alcance de tributos por los indios muertos o ausentes remotos". Pero ¿qué pasaba si el tiempo era seco y no venía el río cargado?, cuando eran años "de seca como el presente y los anteriores"; obviamente variaba la situación y no encontraban destino, "no hay quien los arriende". Peor aún si esta situación se combinaba con un periodo difícil en términos agrícolas, "más cuando aún en tiempo de aguas montan su arrendamiento a corta cantidad".() El cumplimiento de sus cargas fiscales se les complicaba y se alteraba su sistema de reproducción. No pagar tributos les podía significar el encarcelamiento y la pérdida de sus bienes.

Sin embargo, vale la pena resaltar que para fines del siglo XVIII, los indígenas habían aprendido a utilizar, con gran beneficio, el paraguas jurídico de la República de Indígenas. Sin negar los problemas reales del común de Colán a partir de la sequía, también es posible pensar con cierta malicia que encontraron en la sequedad visible una excusa inmejorable para solicitar la disminución del tributo o algún otro tipo de beneficio. Aunque el juicio está inconcluso, lo más probable es que lograran sus objetivos.

La otra cara de la moneda social, la República de los Españoles, sufría también (y bastante) los periodos de sequía. Recordemos lo que se ha señalado: la región del extremo norte tuvo como eje de su economía a la producción ganadera; los animales sufrían mucho por la escasez de pasto, situación que empeoraba conforme se alargaba el tiempo de sequedad. Unas pocas lluvias levantaban las esperanzas de los estancieros. Ya se ha mencionado cómo, según los de la propia época, el interés predominante de los hacendados era seguir las peripecias del clima.

En este sentido es de suponer el impacto que en esta economía, tan dependiente del factor climático, podía provocar una etapa medianamente larga de sequía. "La esterilidad de los tiempos, que tienen enteramente arruinada la cría de ganado de todas especies",() llevó a los hacendados en 1815, un año particularmente seco, a solicitar la exención del pagao del cabezón. Sin embargo, y al igual que sucedió con la población indígena, el problema en realidad era el pago y no tanto la sequía, sin que por ello se niegue su presencia y sus efectos. Pero el clima les dio la excusa perfecta para lograr, al menos, la rebaja de este impuesto, que aunque existía y era cobrado comúnmente en otras zonas del Virreinato, nunca había llegado a ser pagado por los hacendados del extremo norte. La voluntad de la metrópoli por controlar mejor el aparato fiscal de sus colonias, había significado que lentamente se fueran sintiendo sus efectos en los diversos rincones del Virreinato del Perú.

Fenómenos naturales de ocurrencia anual como las lluvias, las avenidas de los ríos y hasta incluso las sequías o la tendencia a seco de determinadas etapas, nos permiten acercarnos a aquellas pequeñas crisis que se entretejen en el cotidiano vivir de una sociedad y las formas en que son percibidas y asumidas. De magnitud "normal", estos fenómenos son un riesgo permanente que termina siendo sobrellevado y hasta utilizado por los diversos sectores sociales. Ellos, además, son indicios de la vulnerabilidad social en cuanto que son esos puntos en los que inciden los fenómenos recurrentes (a menos que se tomen las precauciones necesarias), en los que impactará directamente y en primer lugar el fenómeno de mayor magnitud: rutas de acceso, construcciones débiles o en mal estado, etc.

REPENSANDO LAS "OCURRENCIAS DEL TIEMPO"

Un fenómeno natural puede convertirse en un verdadero "desastre" tanto por los daños materiales e incluso humanos que causa como, sobre todo, por la problemática que genera en la sociedad. Si bien es cierto, y se ha dicho, que de manera súbita propicia una confrontación con el Estado, no lo es menos que las repercusiones del suceso se dejan sentir en el entramado mismo de esa sociedad, afectando las reglas de juego institucionales. Empero, y por extraño que parezca, la situación tiene un aspecto positivo: permite el cambio al remecer estructuras por largo tiempo establecidas.

Sectores de la sociedad pueden beneficiarse con el desorden inicial y, sobre todo, con la reconstrucción de la cotidianidad: los grandes mercaderes limeños, logrando el monopolio del comercio del trigo chileno merced al terremoto de 1687 y en 1746, y los propietarios de bienes inmuebles de la capital beneficiados con el no-pago de los réditos censatarios. Sólo los fenómenos recurrentes y de magnitud "manejable", asumidos como parte de la vida diaria, podían (y de hecho lo fueron) ser "utilizados" en beneficio de diversos sectores sociales. La relación hombre-naturaleza deviene así en un elemento fundamental para el análisis de la sociedad.

El eterno juego entre el riesgo y la vulnerabilidad va más allá de la simple configuración y ubicación física de los asentamientos humanos, puesto que implica la cultura misma del grupo social. En ella se encuentra, muchas veces implícita, una determinada forma de apropiarse el territorio, estrechamente referida a los modos cómo una comunidad se ha relacionado con el medio ambiente que la rodea a lo largo del tiempo. Pensemos cómo hasta hoy los terrenos de humedad son cultivados en Piura y cómo el desarrollo urbano crea conflictos en una población como la limeña, que tiende a vivir en pisos bajos y no en edificios por el temor a los grandes terremotos, cuyo recuerdo ha perdurado en el imaginario social capitalino. La sociedad es así el marco indispensable en el análisis de la relación hombre-naturaleza para entender la sociedad y la institucionalización social, como marco indispensable para comprender la ubicación del hombre frente a la naturaleza. Resulta totalmente falsa aquella vieja idea de que los pobres (y los campesinos más "vinculados" al medio ambiente) sufren menos porque menos tienen y que, por el contrario, sufren más los que más pierden. El estudio de los relatos de los terremotos demuestra que todos los sectores sufren y que también todos encuentran la forma de paliar los efectos negativos, vía organizaciones de ayuda u otros.

Pero si de reproducción socio-económica se trata, son los sectores privilegiados los que tienen mayores ventajas comparativas para remontar la crisis. La "ciudad", como diría Manso de Velasco en 1746, refiriéndose a los propietarios de bienes inmuebles, o los grandes mercaderes del Tribunal del Consulado en 1687 eran grupos de poder nada despreciable dentro de la sociedad civil, que aseguraron su reproducción como grupo, enfrentando la autoridad. En la época no era posible un espacio semejante para otros grupos de la sociedad.

A nivel regional, era mayor la capacidad de un hacendado, un tinero, un mercader e inclusive el común de indígenas, para asumir las pérdidas causadas por las lluvias anuales o las avenidas de río estacionales y recuperarse, que la que podría tener un campesino o un pequeño productor, más vulnerable por su mayor dependencia del medio.

En realidad, es difícil medir la magnitud real del impacto social de un fenómeno natural ocurrido en el siglo XIX o en la Colonia. Primero porque no se puede contar, salvo en casos de excepción, con un conjunto de información suficientemente consistente como para confirmar rotundamente los daños provocados. Luego, porque hay un entorno histórico específico. Los terremotos ciertamente causaron grandes daños; se ve en el estudio cómo dos de ellos destruyeron parcialmente la ciudad y alteraron el rumbo de la institucionalidad colonial. Pero los documentos que sirven de fuente no fueron elaborados gratuitamente, ya que muestran la presencia de intereses específicos tras ellos.

El problema no es nuevo y el historiador se enfrenta continuamente a él, sólo que tratándose de un fenómeno natural su ocurrencia puntual e inesperada deja una información semejante. Una "memoria de virreyes" es la rendición de cuentas de un virrey sobre lo que ha hecho o dejado de hacer durante su gobierno. ¿No es acaso probable que exagere un tanto su actuación para contar luego con una base sólida que le permita solicitar algún tipo de merced, cargo o recompensa en su nuevo destino? Si son comerciantes los afectados por el terremoto, señalarán la crítica situación en que se encuentran y además remarcarán el mal estado de sus negocios como para haber tenido que supeditarse a terceros, como sucedió con los comerciantes de trigo en 1687. De haber podido, hasta hubieran solicitado rebajas en el pago de las cargas fiscales. Un Procurador de indígenas enfatizará la pésima situación en que se encuentra el común para escaparse al pago de tributos. Inclusive un sacerdote, exagerará la magnitud y los daños del desastre al solicitar una limosna, el pago de un censo o de diezmos para reconstruir su iglesia.

Dentro del imaginario popular, los fenómenos naturales han tenido y tienen un espacio, en particular aquéllos que terminan convirtiéndose en desastres. El Perú es un país tradicionalmente católico, en el que existen advocaciones particulares para los sismos: el Señor de los temblores del Cusco y el Señor de los Milagros en Lima. El culto del segundo está mucho más difundido, y su fiesta, "casualmente", es en el mes de octubre: la primera salida del Cristo morado es hacia el 18 o el 20 de octubre, mientras que la fecha central de la procesión es el 28 de ese mismo mes. En realidad se recuerdan, sin saberlo, las fechas de los dos terremotos que destruyeron Lima y que han sido analizados aquí.

Los fenómenos naturales recurrentes también han dejado su huella en el imaginario popular. El precario equilibrio ecológico de Piura, una región dependiente de la agricultura comercial y de la ganadería, se manifiesta en una expresión muy conocida que señala que por cada siete años malos o medianamente malos, viene un año bueno. En el fondo, no refleja más que esa alternancia de lluvias y sequías en magnitudes diversas, tan comunes en el panorama del extremo norte del país, y que son parte del cotidiano de la región y de su gente.

MAPA: LOCALIDADES CITADAS (MAPA DEL ACTUAL PERU)

ARCHIVOS CONSULTADOS Y BIBLIOGRAFÍA

ARCHIVOS:

Archivo Departamental de Trujillo (ADT)

Archivo Departamental de Piura (ADP)

Archivo General de la Nación, Perú (AGN)

REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS:

ALDANA RIVERA, SUSANA 1989 Empresas coloniales: Las fábricas de jabón de Piura, CIPCA, Piura 1992a Antiguo gran espacio: la unidad socio- económica surecuatoriana- norperuana, Cámara de Comercio, Piura. 1992b Los comerciantes piuranos (1700-1830). El soporte humano de una región económica, tesis de maestría en Historia Andina, Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (FLACSO), Quito. ALDANA RIVERA, SUSANA y ALEJANDRO DIEZ HURTADO 1994 Balsillas, piajenos y algodón: procesos históricos en Piura y Tumbes, CIPCA, Tarea, Lima. BAUER, ARNOLD 1983 "The church in the Economy of Spanish America: Censos and Depósitos in the Eighteenth and Nineteenth Centuries", en: Hispanic American Historical Review, 63(4):707- 733. BOLETÍN OFICIAL 1985 "Las siete partidas", en: Boletín oficial del [1555] Estado (Madrid), t.5-6-7. FLORES GALINDO, ALBERTO 1984 Aristocracia y plebe: Lima 1760-1830 (Estructura de clases y sociedad colonial), Mosca Azul, Lima. FRANCO TEMPLE, EDUARDO 1985 "El desastre natural en Piura", en: María Graciela Caputo, et al., Desastres naturales y sociedad en América Latina, CLACSO, Grupo Editor Latinoamericano, Buenos Aires, pp. 179-202. FUENTES, MANUEL ATANASIO 1859a Memorias de los virreyes que han gobernado el Perú durante el tiempo del coloniaje español: Don Melchor de Navarra y Rocaful, duque de la Palata, t.2, Librería Central de Felipe Bailly, Lima. 1859b Memorias de los virreyes que han gobernado el Perú durante el tiempo del coloniajes español: Don José Antonio Manso de Velasco, conde de Superunda; Don Manuel Amat y Junient, caballero de la orden de San Juan, t.4, Librería Central de Felipe Bailly, Lima. 1859c Memorias de los virreyes que han gobernado el Perú durante el tiempo del coloniajes español: Don Teodoro de Croix, t.5, Librería Central de Felipe Bailly, Lima. GARCÍA ACOSTA, VIRGINIA 1993 "Enfoques teóricos para el estudio histórico de los desastres naturales", en: Andrew Maskrey, comp., Los desastres no son naturales, LA RED/ITDG, Tercer Mundo Editores, Bogotá, pp. 155-166. en prensa "La investigación histórica de los sismos mexicanos: metodología y fuentes", en: Virginia García Acosta y Gerardo Suárez Reynoso, Los sismos en la historia de México. Vol.1: 450 años de documentos, Fondo de Cultura Económica/CIESAS/UNAM, México. HELGUERO, JOAQUÍN DE y NADIA CARNERO, eds. 1984 Informe Económico de Piura, 1802, UNMSM/CIPCA, Lima. HOCQUENGHEM, ANNE MARIE y LUC ORTLIEB 1992 "Eventos el niño y lluvias anormales en la Costa del Perú: siglos XVI - XIX", en: Bulletin de l'Institut Français d'Études Andines, 21(1):197278. HUERTAS, LORENZO 1993 "Anomalías cíclicas de la Naturaleza y su impacto en la Sociedad: El Fenómeno del Niño", en: Bulletin de l'Institut Français d'Etudes Andines, 22(1):345-393. KEITH, ROBERT 1976 Conquest and Agrarian change: The emergence of the Hacienda system on the peruvian coast, Harvard University Press, Cambridge. LANGUE, FREDERIQUE 1992 "Las élites en América española: actitudes y mentalidades", en: Boletín Americanista, 33(42- 43): 123-140. LAVELL THOMAS, ALLAN 1993 "Ciencias sociales y desastres naturales en América latina: un encuentro inconcluso", en: Andrew Maskrey, comp., Los desastres no son naturales, LA RED/ITDG, Tercer Mundo editores, Bogotá, pp. 135-154. LUMBRERAS, LUIS GUILLERMO 1991 "500 años después", en: Páginas, 16(107):7-16. LLANO Y ZAPATA, JOSÉ EUSEBIO 1904 Memorias histórico-físicas apologéticas de la [1761] América Meridional, Imprenta y Librería de San Pedro, Lima. MELZER, JOHN 1978 Kingdom to Republic in Perú: The Consulado de Comercio of Lima and the Independence of Perú, 1809-1825, tesis de doctorado, Tulane University, Tulane. MORENO CEBRIÁN, ALFREDO, ed. 1983 Relación y documentos de gobierno del virrey del Perú, José A. Manso de Velasco, conde de Superunda, CSIC, Instituto Gonzalo Fernández de Oviedo, Madrid. MUGABURU, JOSEPH DE y FRANCISCO DE MUGABURU 1935 Diario de Lima (1640-1694): crónica de la época [1687] colonial, t.2, Concejo Provincial de Lima, Lima. NORTH, DOUGLAS 1993 Instituciones, cambio institucional y desempeño económico, Fondo de Cultura Económica, México. OLIVER-SMITH, ANTHONY 1994 "Perú, 31 de mayo, 1970: quinientos años de desastre", en: Desastres y sociedad, 2(2):9-22. PERALTA, VÍCTOR 1987 "Estructura agraria y vida campesina en el valle de Lambayeque, siglo XVIII", en: Heraclio Bonilla, et al., Comunidades campesinas: cambios y permanencias, CES Solidaridad, Chiclayo. POLO, JOSÉ TORIBIO 1898 "Volcanes y temblores del Perú: siglos XVI-XVII-XVIII-XIX", en: Boletín de la Sociedad Geográfica de Lima, 8(7-8-9):321-349. PUENTE CANDAMO, JOSÉ A. DE LA 1962 La emancipación en sus textos II: el estado del Perú, Instituto Riva-Agüero, Lima. QUINN, WILLIAM, VICTOR NEALS y SANTIAGO ERIK ANTÚNEZ DE MAYOLO 1986 El Niño ocurrences over the past four and a half centuries, College of Oceanography, Corvallis. RAMÍREZ, SUSAN 1991 Patriarcas provinciales: la tenencia de la tierra y la economía del poder en el Perú colonial, Alianza América, Madrid. RAMOS, DEMETRIO 1967 Trigo chileno, navieros del Callao y hacendados limeños entre la crisis agrícola del siglo XVII y la comercial de la primera mitad del XVIII, Instituto Gonzalo Fernández de Oviedo, Madrid. REVESZ, BRUNO, SUSANA ALDANA RIVERA, LAURA HURTADO GALVÁN y JORGE REQUENA en prensa Piura, región y sociedad (Derrotero bibliográfico), Piura. RODRÍGUEZ VICENTE, MARÍA ENCARNACIÓN 1960 El Tribunal del Consulado de Lima en la primera mitad del siglo XVII, Madrid. SILVA SANTISTEBAN, FERNANDO 1964 Los obrajes en el Virreinato del Perú, Museo Nacional de Historia, Lima. TAPIA FRANCO, LUIS ALFREDO 1991 Análisis histórico-institucional del censo consignativo en el derecho peruano , tesis de bachiller en derecho, Pontificia Universidad Católica del Perú, Lima. en prep. Proyecto político e institución jurídica: el caso del administrador general de censos de Lima durante la administración toledana (1576-1581). TRELLES, EFRAÍN 1983 Lucas Martínez Vegazo: funcionamiento de una encomienda peruana inicial, PUCP, Lima. VARGAS UGARTE, RUBÉN 1966 Historia general de Perú: postrimería del poder español (1776-1815), t.5, Milla Batres, Lima. WOBESER, GISELA VON 1988 "El uso del censo consignativo como mecanismo de crédito eclesiástico", en: Historias. Boletín del Instituto de Investigaciones Históricas UNAM, 23: 18-25.

NOTAS

  1. Cfr. Lavell, 1993.
  2. Cfr. García Acosta, en prensa.
  3. En realidad, hay estudios sobre el tema desde el siglo XIX. Sin embargo, la perspectiva era muy diferente pues se interesaban menos por el hoy llamado "Evento del Niño" y más por la "Corriente de Humboldt" y la llamada contra-corriente del Niño: sus características científicas, sus efectos en el clima, su impacto económico en la región. El "Fenómeno del Niño" como sujeto de estudio resulta así relativamente reciente. Al respecto, consultar el capítulo "El Niño y sus ocurrencias" en: Revesz, et al., en prensa.
  4. Un primer acercamiento a la temática y a la bibliografía de estudios sociales con respecto a los Eventos del Niño apareció en: Huertas, 1993. Véase también la nota anterior.
  5. Véase por ejemplo: Polo, 1898.
  6. Una muy interesante teorización sobre el tema se encuentra en: North, 1993.
  7. García Acosta, 1993:162.
  8. Un caso específico puede servir de ejemplo: en Piura en 1983 se crearon una serie de organizaciones (hoy inexistentes) para afrontar los problemas (aislamiento, carencia de comida, etc.) causados por los largos meses de fuertes lluvias del Niño de 1983 (cfr. Franco, 1985).
  9. En este sentido, Lumbreras ha estudiado y comparado el tipo de apropiación del espacio que tuvieron las sociedades andina y española, reflexionando sobre la incapacidad de los españoles en captar una forma de apropiación diferente de la propia (cfr. Lumbreras, 1991).
  10. Al final del ensayo aparece un mapa con las principales localidades citadas.
  11. Fuentes, 1859a:114.
  12. Las referencias son de Mugaburu, 1935.
  13. Fuentes, 1859a:115.
  14. En toda esta parte, estamos siguiendo a Flores Galindo, 1984:22.
  15. Más adelante aparece la cita completa en la que se inserta esta frase.
  16. Véase el capítulo titulado "La cuestión del trigo: una vieja polémica", en: Flores Galindo, 1984:21-29.
  17. Se denomina así a los valles que quedan exactamente al norte de la ciudad de Lima, hasta Huaura y Pativilca. De igual modo, el "sur chico" va de la capital hasta la zona de Ica.
  18. De manera significativa Susan Ramírez titula el capítulo en que trabaja esta etapa "El boom del azúcar y el atrincheramiento de la élite hacendada, 1650-1719" (Ramírez, 1991). Para Keith, el crecimiento de la agricultura comercial desde la última etapa del siglo XVI estuvo sustentado en trigo, vino y azúcar; estos dos productos fueron los que caracterizaron la producción agrícola costeña del Virreinato e inclusive de la República del Perú (cfr. Keith, 1976).
  19. Véase la nota anterior.
  20. Esto era, en realidad, bastante común. Una adecuada teorización aparece en Langue, 1992-93.
  21. Esta situación es bastante conocida para el caso del Perú. Véase al respecto Rodríguez Vicente, 1960 y Melzer, 1978.
  22. Sobre este punto, consultar: Ramos, 1967.
  23. Brevemente he trabajado esta jerarquización, nítidamente establecida para el tardío período colonial merced a la importancia de la comercialización de productos agropecuarios en el siglo XVIII (cfr. Aldana Rivera, 1992a).
  24. Ramírez muestra una estabilidad a la baja de los precios del azúcar en la década 1720 (Ramírez, 1991:104). Esta situación hizo crisis por causa de otro fenómeno natural, la gran inundación de 1728, que arrasó con Lambayeque y determinó que los lambayecanos diversificaran su producción, retomando la actividad ganadera (cfr. Peralta, 1987).
  25. Esta actividad obrajera fue quizás la más importante en Cajamarca; sin embargo, Silva Santisteban nos señala la presencia nada menos que de 350 mil cabezas de ganado para la época. No cuenta con cálculos semejantes para el siglo XVIII, probablemente porque su trabajo enumera y caracteriza, de manera general, los obrajes del Perú colonial (Silva Santisteban, 1964:118).
  26. La caída del azúcar y las inundaciones de 1728, con la consecuente diversificación de la producción lambayecana y, poco después, de la trujillana, le significaron a esta región perder la producción casi exclusiva de ganado y jabón en particular (cfr. Aldana Rivera, 1989).
  27. Véase, por ejemplo, el informe económico que realizara el Diputado de Comercio de Piura Joaquín de Helguero en 1804, en el que señala las cantidades que se producen de trigo en esta zona de Huancabamba y también Ayabaca (Helguero y Carnero eds., 1984).
  28. La reflexión en torno a este punto, nació de una fructífera conversación con el Sr. Alfredo Tapia, historiador del derecho, especializado en censos y capellanías (cfr. Tapia Franco, 1991).
  29. La frase es tomada de la Memoria de Manso de Velasco (cfr. Vargas Ugarte, 1966).
  30. Tómese en cuenta que a poco más de un siglo y luego de la expansión demográfica-urbana de la segunda mitad del siglo XVIII, había 356 cuadras en Lima (Manuel A. Fuentes, Lima: apuntes históricos, descriptivos, estadísticos y de costumbres, Banco Industrial del Perú, Lima, 1985 [1867]:436-438, en: Llano y Zapata, 1904).
  31. El terremoto parece haberse sentido desde Huarmey al norte, hasta Mala y Cañete al sur, y también en Moquegua (Llano Zapata, 1904:441).
  32. Cfr. la edición clásica de Fuentes, 1859b:113.
  33. Fuentes, 1859b:114.
  34. Llano y Zapata, 1904:442.
  35. Por decreto real del 25 de septiembre de 1747, se le concedió el título de Conde de Superunda, nombre que él mismo eligiera (cfr. el estudio introductorio de Moreno Cebrián a la edición de la Memoria de este virrey: Moreno Cebrián, ed., 1983).
  36. Fuentes, 1859b:115.
  37. Sobre el tema ver los estudios publicados por Bauer (1983) y Wobeser (1988), así como el trabajo en preparación de Tapia (en prep.), un resumen del cual fue presentado en el Instituto Riva-Agüero en noviembre de 1994.
  38. Partida 5ª, título 8, ley XXII: "de los frutos que se pierden o se destruyen por alguna ocasión que no es tenudo aquello que los arrienda de dar la renta que prometió por ellos" (Boletín Oficial, 1985, foja 46).
  39. Por este motivo, don Pedro José Bravo de Lagunas y Castilla emitiría su "Voto consultivo" (1755). Documento publicado en: Puente Candamo, 1962.
  40. Vargas Ugarte, 1966:319-323.
  41. Este documento es tardío, 1819, y está vinculado a un "censo perpetuo e irredimible" (cfr. "Venta y traspaso de casa: don Alexandro Esteban Martínez a don Juan José de Aranda", Archivo General de la Nación (AGN), Notario Pedro Cardenal, Protocolo 131, 84 fs., 1819).
  42. Una interesante reflexión en la línea de los desastres, aunque quizás idealizando un poco la relación hombre-naturaleza de la sociedad inca y satanizando otro poco la sociedad colonial (en cambio menos la contemporánea republicana), se encuentra en: Oliver-Smith, 1994.
  43. Archivo Departamental de Trujillo (ADT), Real Hacienda, Administración de Alcabalas, leg.136, exp.311, 1815. Hago referencia a "mediana agricultura", debido a que los grandes cultivos de azúcar se ubicaron en los valles del sur, Lambayeque y Trujillo en particular (cfr. Ramírez, 1991).
  44. Sobre los mercaderes piuranos y las afirmaciones que se hacen sobre ellos mismos, véase Aldana Rivera, 1992b.
  45. El puente se construyó con 1,200 pesos, tomados de la Caja de comunidad de indios de Lambayeque, agregando una cantidad semejante proporcionada por los hacendados de Piura y Lambayeque. Desafortunadamente para los de la época, los puentes no solían durar mucho; hay referencias a varios intentos de establecer puentes en algunos de los ríos de la costa norte (cfr. Fuentes, 1859c).
  46. Archivo Departamental de Piura (ADP), Corregimiento, Causas Ordinarias, leg.24, exp.475, 1719, 77 fs.
  47. ADP, Corregimiento, Causas Ordinarias, leg.24, exp.475, 1719.
  48. Para una somera caracterización geográfica de la región de Piura-Tumbes, véase Aldana Rivera y Diez Hurtado, 1994).
  49. El alquiler era de 60 pesos al año (ADP, Notario S. Ximénez Zarco, 33(1), 1724-28, f.15-16).
  50. El ramo de propios se ocupaba de administrar los bienes y las rentas de la ciudad; estas últimas provenían del alquiler de propiedades como los ejidos (para pastoreo), tierras de humedad (para el pequeño cultivo) y el remate de oficios de servicio público (como la balsa).
  51. Información fidedigna, puesto que con ella se tratan de señalar las ventajas de la hacienda y su casa tina para una imposición de censo (ADP, Notario B. Ruiz Martínez, leg.152, 1779-97-98, f.19).
  52. El problema enfrentó a Thomás Fernández de Paredes, marqués de Salinas y dueño de Tangarará, y al regidor Miguel Serafín del Castillo, dueño de Somate (ADP, Intendencia, leg.8, exp.146, 1792).
  53. Cronologías de este fenómeno se encuentran en: Quinn, Neals y Antúnez, 1986; Hocquenghem y Ortlieb, 1992; Huertas, 1993.
  54. No queremos hacer aquí un excurso sobre el tributo en el Virreinato del Perú; al respecto véase el capítulo 7 de Trelles, 1983.
  55. Archivo Departamental de Trujillo (ADT), Asuntos de Gobierno, I, L.409 (2361): 1796.
  56. ADT, Real Hacienda, Administración de Alcabalas, L.136 (311): 1815.